Soñar con arenas (pero, por favor, no me pises mis zapatos de gamuza azul)


A Gabo Guzman,
hasta Ginebra.

En el duermevela que precede al despertar, hoy, lo hice soñando con arenas, diré mejor: con poemas de arenas, sobre arenas, arenas en los bolsillos de vagabundos que peregrinan por las distancias y los extremos, arenas de relojes de arena, muchas arenas: era, en verdad, un sueño cálido y reconfortante, tomando en cuenta el frío calador conque amanecieron estas montañas en febrero, cuando en la mitad sur del planeta –donde se sitúan- hace calor pero aquí no, a veces, poco, casi nunca.

En mi sueño, conjeturé no un poema, sino decenas de ellos: para ser más precisos en la taxonomía onírica: no fue un sueño de arenas, sino un poemario de arenas, una poética de las arenas, arenas rodeando faros que iluminan el mar distante, arenas de desiertos conocidos y desconocidos, arenas que fugan de los dedos, muchas arenas: cuando desperté, advertí que seguía aquí, en el medio de las montañas, y tuve una sensación de bienestar y, a la vez, de zozobra.

Bienestar, como diría Mallory, el gran Mallory, que el otro día me lo recordó Federico, el gran Federico, porque –como aludió al Everest el más insigne de los escaladores de todos los tiempos: la montaña estaba ahí, frente mío, y no tenia de que preocuparme, seguiría allí, eternamente. Esa es una de las virtudes impagables de las montañas: su permanencia, su persistencia, su estar perpetuo. Uno sabe que puede amarrarse a ellas contra cualquier canto de sirena.

Zozobra sentí, a la vez, porque el sueño de poemas de arenas, sin dudas, me arrojaba lejos, lejos de las montañas, hacia algún desierto, hacia alguna playa, hacia muchos desiertos o muchas playas –tal vez, a una isla- pero, era evidente para mí, que la poética arenera me desanclaba de estos cerros, me arrojaba lejos, como ya dije, lejísimo de tanta protección, de tanto amparo: volví a mirar por las ventanas, y a pesar de las nubes bajas que cubrían la mitad del espacio, volví a sentir las montañas como un refugio, como un santuario, recobré la calma, respiré hondo y fui a prepararme un café –el frío seguía reinando, el muy altivo.

Entonces, mientras el agua se calentaba en la caldera y las nubes invictas seguían cubriéndolo todo, me puse a pensar el porqué me daba por soñar arenales en medio de las montañas y no sueño ni con serpientes y menos que menos con ganarme la lotería, edificios, heladeras, automóviles, conocer a Shakira o al gerente de Mac Donalds, viajar a Estocolmo o a Marte.

No hizo falta que hirviera el santo líquido vital para que encontrara la respuesta: no sueño con nada de eso porque me importan uh carajo los teléfonos inteligentes, los aparatos de aire acondicionado, los GPSs, ir a Miami o cualquier otro no lugar de la Tierra (¿tendré que anotar ciudad?) o conocer a nadie de ese mundo con el cual no comulgo y que es el mundo de la simulación, de la mentira programada y de la falta de territorio y de arraigo con el cual nos quieren domesticar los poderosos y sus terminales psíquicas: los medios tecnológicos de comunicación masiva.

Dando vueltas una cucharita de peltre en la taza donde humeaba el café, seguí reflexionando, dado que la mañana montañesa te procuraba eso: meditar, detenerte y pensar. Pensar de la forma en cómo veía esas nubes: quietas en apariencia, sosegadas, pero en constante movimiento. Somos como el clima, aunque lo neguemos, pensé y recordé que algo así leí en un libro titulado Los siete pilares de la sabiduría. Y mientras coloqué una marraqueta a calentar en un hornito eléctrico que heredamos de la Mónica –no hay nada más feliz al paladar que una marraqueta revivida con un toque de horneado-, empecé a pensar, a deslizarme, como las nubes, sobre aquello que no necesita de verificación, sobre lo que los filósofos de nuestra cultura, llamaron lo axiomático –el axioma, el hijo de la tautología y de la revelación- y referirlo a los dos ejes contradictorios del mundo en que vivimos: la naturaleza, que estaba allá afuera, y la técnica, lo tecnológico, que así sea por una cocina a gas –donde se calentaba el agua- y el hornito eléctrico -donde empezaba a crepitar el pan- son reales, ambos.

Negar a la tecnología es una pelotudez pero es mayor desvarío, y en eso andamos, negar a la naturaleza. Segundo axioma.

Mientras tocaba con mis dedos la superficie crujiente de la marraqueta, y me quemaba los dedos obviamente, y las nubes seguían abarcando todo el paisaje afuera de la casa, pensaba que la cuestión no es el anacronismo –no es la destrucción de la máquina como si lo ensayaron, y fracasaron, los tejedores de Flandes del siglo XVII-, no es el aferrarse por aferrarse a una tradición que, está claro, se desmorona, queramos o no, a cada rato; el punto es ponerle un dique al avasallamiento tecnológico, a las exigencias esclavizantes (y sutiles) que la tecnología plantea, a la deformación espiritual que la misma conlleva, a su confusión intrínseca y a la devastación, en suma, en tanto seres humanos, a la cual termina condenándonos. La amputación de la cual, ingenuamente, hablaba Mac Luhan, dos eras tecnológicas atrás.

Entonces, mientras saboreaba la marraqueta, simple, decidida y rotunda en su sabor, en su textura, en su ser marraqueta, pensaba en un tercer axioma, medio budista él: la serenidad frente a las cosas. Kusch, nuestro gran filósofo nacional y popular, hablaba, complementariamente, de la ciudad como “el patio de los objetos”, allá por la década del sesenta. De allí, al desquiciamiento consumista del siglo XXI que tiene como protagonista al Hombre Esquizoide del Siglo 21 que profetizó Robert Fripp (en la década del setenta) había un paso y, hay que decirlo pero más hay que sentirlo: no sólo dimos un paso, sino muchos más de los necesarios para estar Close to the Edge (Yes), al borde del abismo.

Mastico la marraqueta, la costra tiene un ligero olor a quemado –que es glorioso-, el interior, la miga, ha resucitado esponjosamente, es un deleite para los sentidos, mientras la mastico, me canto para mí mismo esa improvisación genial, ese himno a la liberación humana frente a la agresión permanente del capitalismo (las cosas por su nombre, al fin, querido Pablo) que grabó Moris en esos inigualables años de rebeldía: De Nada Sirve. Copio la letra entera en una nota al pie de página (aunque tal vez esta transcripción sea lo mejor de este texto que intento domar)[1]

Sigo masticando, sigo pensando: serenidad frente a las cosas. Oka. Y. Y, ¿Qué hacemos con la naturaleza? ¿La dejamos ahí para que se apague, para que extinga, para que desaparezca? ¿Somos tan crueles que vemos, vamos a asistir a ese espectáculo atroz de la miseria humana viéndolo por la tele? ¿No somos capaces de salir al sol? ¿Nos han robotizado, nos han lobotomizado tecnológicamente? Quiero creer que no. Quiero creer que aún hay vida más allá de la tecnología. Quiero creer que aún hay esperanza. Y esa esperanza está indisolublemente ligada a la naturaleza. Esa serenidad zen frente a las cosas debe potenciar un recirculado misterio frente a lo natural, un renovado vínculo con la naturaleza, un resurgimiento/renacimiento del atavismo que nos hizo especie, que nos hizo buenos como especie. Lo repetiré mil veces y mil veces más: vivimos cinco millones de años detrás de los mamuts, y sólo cinco milenios somos lo que se llama civilización (Katal Huyuk, Ur, Sumeria, China, los Mayas). No puede ser que el código genético que nos permitió sobrevivir millones de años (y ser felices. Cf. Desmond Morris) se malogré en apenas 5 mil putos años. No puede ser: por eso, no soy apocalíptico. Solamente, descreo con toda mi fe de la oferta insensata del mundo actual y creo, creo con la misma fe, en el inmenso repertorio del ser humano para reinventarse, para recrearse, para seguir adelante, siempre.

Morris habla de eso: de cómo la cooperación, no la angustiante soledad a la cual nos condena el sistema de los aparatitos, salvó a la especie humana de perecer cientos de veces. Somos un prodigio de la creación porque tuvimos la voluntad de sobrevivir juntos, y vivir además. Altamira o Lascaux, las Venus del paleolítico, son prueba de que no sólo estábamos en el mundo para comer y coger, sino para otra cosa, algo más trascendente, algo que nos hace hermanos de los alces y de los perros pero por decisión propia, sensible sí, pero propia, consciente: porque lo pensamos y actuamos en consecuencia. No nacimos para la destrucción, nacimos para la creación fecunda. Para entender, cada vez con mayor sentimiento y cada vez con mayor conciencia, de que somos todos parte de un mismo mundo y que la serenidad y el misterio son la llave para salvarlo.

Por eso, yo digo, permítaseme que diga lo siguiente, y seré brutalmente franco: se acabó la era de los derechos y de los principios, esa que empezó en la Francia revolucionaria de 1789. Hoy, esos derechos y esos principios –vía el progresismo, la etapa superior del reformismo. ¿Quieren un referente? Obama- se hacen trizas frente a un océano tumultuoso donde los pueblos se preguntan, larvariamente: ¿dónde están los mamuts? ¿Cómo nos unimos? ¿Dónde están las cuevas que vamos a volver a pintar? Hollywood ha muerto. El rock ha muerto, ¡El Che vive y siempre vivirá porque él seguía cazando mamuts en un mundo de fósiles! (y eso siempre inspira, hasta el final)

Las ilusiones con las cuales el reformismo barnizó al mundo en los últimos diez años –pretendiendo encubrir las atrocidades del neoliberalismo, el hombre lobo del hombre a ultranza- se estrellan, ahora, contra las realidades de un reflotamiento del espíritu feudal, pre moderno, agónico: está claro que no será Trump ni menos Putin (pegarle a la esposa una vez al año, es legal en su Rusia) los que salven a la humanidad. Hay que romper el hechizo, el hechizo del capital y su esfera maligna, de eso se trata.

Bebo café, se mezcla en mi boca con la marraqueta: se fusionan los sabores, estallan ambos en la misma dirección, son convergentes, se unen, vencen en mi boca, me causan placer, me siento feliz contemplando como las nubes siguen en su sitio pero, desde un rincón, el sol quiere aparecer, el sol quiere arreciar, Tata Inti quiere instalarse en el centro del día, en el centro del mundo: pienso, creo, la solución está delante de nuestros ojos.

Hay que volver a la “Kultura” como proclamaba Ezra Pound, hay que volver a la Historia Grande (así con mayúsculas) como escribía Kusch: hay que volver a un proyecto humano de la política, la economía y la sociedad para dejarnos de joder con esta supuesta infertilidad del mundo, esta supuesta insinceridad del mundo, este supuesto desatino del mundo, que no es otra cosa que la tierra baldía, la mentira y el descontrol que promueve el capitalismo.

Primer paso. Si no creemos en el capitalismo, arrojemos lejos nuestro todo aquello con lo que el capitalismo busca atarnos, cegarnos, deslumbrarnos, destrozarnos con su maldad, desolarnos sin un porvenir, demolernos como seres humanos. El dinero es el diablo, dice el Papa Francisco, y seamos históricamente justos: en el Papa Francisco, por primera vez en dos mil años, los humanos, tenemos un aliado, tenemos un Papa aliado de la humanidad.

Segundo paso: sintamos en nuestra piel y en nuestro corazón el ejemplo de aquellos que verdaderamente pueden iluminarnos. Yo, es mi sentimiento, siempre abierto, siempre fraterno, siempre desprendido, siempre pienso en los mismos: siempre pienso en San Martín y en Belgrano. Pero sobre todo, pienso en Belgrano: el abogado –rico, virtuoso- que se volvió militar, el militar –popular- que venció en las batallas decisivas para que exista una patria, una patria para la cual el abogado-militar creó una bandera para que la represente y luego morir, pobre, olvidado, como mueren los invencibles. Un decidido, Belgrano. Un patriota, Belgrano. Un soñador, y un poeta, Belgrano. (Te amo, Manuel Belgrano. Cada vez que voy a Buenos Aires, voy a honrarte a tu tumba en la iglesia de Santo Domingo: no sería nada, no sería yo, si no lo hiciera)

Tercero: no te rindas, carajo. Volvé a sentir que en cada paso que das en tu vida, que en cada respiración que te acude, están ellos –están los héroes y están los dioses. Los forjadores del mundo, los hacedores de las montañas y de los ríos-y ellos te acompañan y te dictan; seguí, carajo, seguí adelante.

4: Defender espacios, no principios. A los principios (en abstracto) el sistema los está usando para manipularte –se llama lo políticamente correcto y es tóxico, es tan tóxico que….- vos lo tenés que entender, si llegaste, hasta aquí, leyéndome.
Quinto: salí de aquí, salí de la computadora y andá a buscar a la naturaleza –el espacio, tu espacio, el espacio donde se nutren los principios- donde quieras que la encuentres.
El problema no es que yo sueñe con arenas en el medio de las montañas, el problema es que vos no las sueñes.

Pablo Cingolani
Río Abajo, 11 de febrero de 2017




[1] De nada sirve (Moris, Treinta minutos de vida, 1970)

De nada sirve escaparse de uno mismo/ De nada sirve escaparse de uno mismo/ Veinte horas al cine pueden ir/ y fumar hasta morir/ Con mil mujeres pueden salir/ a los amigos los pueden llamar/ De nada sirve... / No se dan cuenta que de nada sirve/ tocar la batería, seguir la acería/ no, de nada sirve/ ¿De qué le sirven las heladeras/ y lavarropas, televisores/ y coches nuevos y relaciones/ y amistades y posiciones?/ Si están podridos y aburridos/ de este mundo que está podrido... / No, de nada sirve/ Los que van a la oficina dicen que todo sirve/ Los que hacen música, creen que lo más importante/ de nada sirve/ si uno lo usa para la soledad interna/ que siempre nos corre, que siempre nos corre/ Cuando están solo, están bien solitos/ ya no hay guitarras ni amplificadores/ Están solos en la cama y empiezan a mirar el techo/ empiezan a mirar el techo y en el techo no hay nada/ Hay solamente un techo/ ¿Que pueden hacer? Es muy tarde/ son las tres de la mañana/ Los bares están cerrados, las mujeres duermen/ los cines también están cerrados/ la guitarra no se puede tocar/ sino el vecino se va a despertar/ ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer? / Estoy solo y muy aburrido/ ¿Qué puedo hacer? ¿Qué es mi vida?/ ¿Qué es este mundo? ¿Qué soy yo?/ Me voy a volver loco, no sé qué hacer... / En ese momentito se dan cuenta/ que todo es una estupidez/ Cuando van de veraneo y bailan shake/ con sus movimientos centroamericanos/ sensualidad fabricada/ tratan de levantar mujeres/ Pero están vacíos y están muy podridos/ Volvemos a la cama, que es un gran lugar/ para dormir o también para fifar/ Cuando lo consiguen, en este mundo es difícil/ está reglamentado... / Muerden la almohada de desesperación/ No saben qué hacer con sus vidas/ ya todo fracasó/ Han masticado chicles, han comido chocolates/ han leído Radiolandia, han llamado a sus amigos/ han salido con mil mujeres, han grabado treinta mil discos/ han sido famosos, han firmado autógrafos/ han comido hasta reventar, han fumado hasta acabar/ ¿Y qué queda?/ No queda, no queda, nada queda, nada queda7 Hay una cosa que sirve/ que sirve a esta humanidad/ y es darse cuenta que nada sirve/ si uno lo usa para escaparse de uno mismo…/ Amigo, te doy un consejo aunque yo consejos no doy: /trata de hacer la prueba de parar las maquinitas/ las maquinitas que llevas dentro de ti/ y fijate qué es lo que pasa/ cuando te agarra la soledad y te agarra el hastío/ No escuches discos de Bob Dylan, o de Los Beatles/ o de los Rolling Stones o de Mick Jagger/ Mucho silencio, mucho pensar, mucho meditar/ Nada de evasión y pensar/ ¿Qué es lo que pasa conmigo?/ Si soy inteligente y también soy intelectual... /Soy bastante inteligente pero estoy muy aburrido/ ¿Qué es lo que pasa conmigo?/ Yo aún no me lo puedo explicar/ por favor que alguien me lo diga/ No puedo salir de mí, estoy muy encerrado/ en mi prisión de carne y hueso/ No puedo salir, no puedo salir/ Me voy a morir dentro de mí/ Antes de morir yo quiero salir/ ver las estrellas, el mar, me quiero ahogar/ y quiero salir, quiero vivir, me quiero ir/ por favor, de mí/ ¿Qué puedo hacer? No hay nada que hacer/ Tenés que vivir, tenés que sufrir/ tenés que sentir, tenés que amar/ te tenés que arriesgar, te tenés que jugar/ no podés tener seguridad, no podés tener ninguna propiedad, te tenés que jugar/ tenés que jugarte, tenés que salir/ a que te rompan la cara, que te maten, que te pisen/ Tenés que querer a cualquiera/ tenés que odiar a cualquiera/ Ay, ¿qué puedo hacer? Estoy solo/ y todos pasan a mi lado. Nadie me mira/ o si me mira es para encerrarme/ Estoy muy encerrado/ De nada sirve escaparse de uno mismo.
Ahora que transcribí semejante manifiesto (que tiene un solo error conceptual, date cuenta) me acuerdo cuando lo entrevisté a Moris en 1980, intentando regresar a la Argentina –un país devastado por los militares y donde ya Moris no cuajaba, no podía cuajar- tras que él –solito- había sido uno de los fundadores del rock and roll en España –con sello propio, tanguero a más no poder-, tras que Franco, por fin, se murió y empezó la movida. Solo basta escuchar su LP Fiebre de vivir para comprobarlo. Está, como todo, en You Tube: https://www.youtube.com/watch?v=yyWWIAuS7M8).
Ya que estamos, en la misma dirección, lo reivindicaré a Gustavo Montesano, el alma mater de Crucis y que en esa misma España creó Olé Olé, donde empezó a surgir la ahora archi famosa Marta Sánchez. Todos (o muchos) conocen la historia de éxito de Santaolalla en los USA y en México y en el resto de Latam pero no conocen esta parte de la historia en Hispania.


Imagen: Pintura rupestre de Lascaux.

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