JORGE MUZAM -.
En su libro La verdad de las mentiras, Mario Vargas Llosa rememora un tema singular a través de la voz de Eguchi, el sufriente personaje de La casa de las bellezas dormidas de Kawabata. Dice Eguchi: “desde la antigûedad, los ancianos habían intentado usar la fragancia de las doncellas como un elixir de la juventud”.
A propósito de ese tema, recuerdo como olían mis primeras mujeres a las que ni siquiera pude palparles un pecho. Como un estático gatito, permanecía arrobado detrás de sus orejas, aspirando, inhalándoles su esencia más secreta.
Luego, mis primeros besos al sexo de Amparo, aún sin desflorarla, y no encuentro parangón a algo más elevado, más perfecto, más narcotizante. Después nada ha sido igual.
No puedo dejar de relacionar este tema con una noticia ciertamente pintoresca sobre las costumbres masculinas en Japón. Uno de los principales productos que se tranzan en el mercado informal son las braguitas de adolescentes vírgenes. Se llegan a pagar sumas astronómicas, y los clientes, tipos ya bastante maduros, saben perfectamente distinguir cuando es una falsificación.
Mi mente se traslada hacia el desquiciamiento de Humbert Humbert. Dolly emana una fragancia que enloquece al maduro profesor. Puede ser la fragancia de un alma limpia, la esencia de la huidiza juventud en el momento exacto en que no es sólo un recuerdo. Sólo se anhela la eternidad cuando se es joven. Humbert está muriendo de añoranza y su deseo no es más que el de una bestia moribunda que patalea contra lo irremediable.
Fue un buen round contra lo infinitamente fugaz e insustancial que resultan todas las cosas que no pueden apreciarse sino en retrospectiva.
Sufro una obsesión parecida por Lindsay, la profesora de inglés. Es once años menor que yo. Bella y pura como quinceañera, pareciera que ninguna aplanadora existencial ha pasado por su alma. Irradia gran parte de las cosas que se me han esfumado a lo largo de los años. Para apaciguar el dolor que me genera mi incapacidad de abordarla, bebo hasta quedar ebrio y luego actúo como un normal.
Bebo sentado sobre un sofá violeta, escucho a Chopin y miro lo que está más allá de la ventana.
Cada tanto, hago brindis con mi perra que afirma sus patas delanteras en el vidrio y mueve la cola.
6 Comentarios
Toda la vida intentando, las mujeres, erradicar nuestros naturales aromas y resulta que son tan atrayentes y narcotizantes a los hombres.
ResponderEliminarSiempre tan interesantes tus reflexiones amigo Jorge.
El mejor de los afrodisíacos: el aroma del deseo. Quién diría ¿no? Pesar que a las mujeres se nos hace costumbre ocultar esos perfumes naturales y hasta hemos desarrollado un gusto particular por las esencias que combinadas ... Me gustan los perfumes de con madera y vainilla, también los que tienen violetas y jazmines para las mañanas y las tardes luego de la ducha.
ResponderEliminarUn texto impecabe, sensorial y envidiables circunstancias vividas.
Gracias Jorge, sos único!
Ops. Qué fuerte. Interesante perspectiva y lo tendré muy en cuenta.
ResponderEliminarLas damas no lo terminan de comprender pero lo acaban disfrutando una vez compartido ese increible momento. Lo digo por experiencia.
ResponderEliminarTe felicito loco, la alusión al tema más refinada que leí.
Emanuel Torrez
Estoy mayor pero nunca es tarde para probar. Bienvenidas las nuevas experiencias.
ResponderEliminarMarcos F.
Experiencia inolvidable, maestro.
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