De los primeros años de mi vida me quedan recuerdos que, a veces, me vienen como los flash back de las películas de Hollywood. Son como grabaciones implantadas indeleblemente en mi memoria.
Recuerdo mi cuna de madera, un pijama con muñecos rojos y azules -avionetas, creo-, la luz entrando por la mañana a través de la ventana entreabierta del balcón de mi habitación, a mi madre dándome el pecho con un camisón celeste, el olor de las tetinas de los biberones y el ruido del sonajero de plástico azul, rojo, celeste y verde con el que jugaba. Recuerdo el ruido de la puerta de la calle, por la mañana, al salir mi padre y el barullo impresionante que siempre había en la cocina. El olor de los huevos fritos y el crujir del pan calentito al partirlo cada vez que el panadero los traía, lo que ocurría tres veces al día. El buen hombre, que conducía una rubia, (no piensen mal, era una marca de furgoneta de la época), nos dejaba unos 60 o 70 panes cada día. Eso si no había ningún acontecimiento especial, claro. En ese caso, la cifra podría ser disparatada. Era un pan francés, morenito y crujiente. Siempre llegaba calentito y nunca, pero jamás, he vuelto a comer un pan igual. Lo fabricaban en la panadería la Estrella Roja, que tiene guasa que se llamase así una panadería en plena dictadura fascista del general Franco, pero así era.
Las fotos de esa época me muestran con cara de asustado. Un poco de "Calimero", aunque no sé por qué, porque la verdad es que yo era bastante lanzado. Muy ingenuo, eso sí, pero arriesgado a más no poder.
De hecho, con cinco años, me recorrí el pretil de la tercera planta hasta el chalet de al lado para ver desnuda a la vecina, una señora extranjera, nórdica creo, que me volvía loco.
Loca se volvió ella cuando me pilló espiándola por la ventana de la ducha de la tercera planta y se llevó el susto de su vida mientras yo corría de nuevo por el alféizar hacia mi casa.
¡Qué le iba a hacer, el instinto casi me cuesta despachurrarme! Esa tarde lo pasé fatal. No porque tuviera conciencia de que lo que había hecho estuviera mal, sino porque sabía que la señora se lo habría dicho al servicio, éste a mi madre y aquella se lo diría a mi padre según llegara. Las horas no pasaban nunca. Cuando por fin llegó, me acerqué de puntillas al hueco de las escaleras. Mi madre le estaba hablando algo a mi padre, pero no era capaz de entender qué le decía. Luego, años más tarde me enteré que no comprendía nada porque entre ellos hablaban en árabe y yo, por esa época, sólo hablaba en castellano. Eso sí, mucho. Tal vez demasiado.
Cuando oí que mi padre alzaba la voz y subía por las escaleras, se me paró el corazón. Corrí a mi cuarto, pero no sabía si hacerme el dormido o echarme a llorar. No me dio tiempo a nada. Mi padre, en su media lengua, entre árabe y español, me peleó como nunca lo había hecho y me dio una torta en el culo.
Yo me quedé en shock. No entendía qué había hecho para que se enfadara, pero le prometí cumplir lo que fuera que me estuviera pidiendo y luego, bañado en un mar de lágrimas, me fui a la cama.
Horas después vino mi madre con la cena. En mi casa te podían castigar de mil formas, pero eso de que te acostaras sin cenar era una herejía y, como ya he dicho en otros capítulos, ellos eran muy creyentes.
Luego me explicó que no estaban enfadados porque me gustaran las mujeres, que eso estaba muy bien, que era de "machotes" (lo cual me tranquilizó, no crean) sino porque me podía haber matado si me caía desde la tercera planta. Yo, el concepto "machote" y "matarse" no lo entendí muy bien. Pero al menos sí que entendí que ese cosquilleo que sentía en la barriga cuando veía una mujer no era malo porque a mis padres no les parecía mal y que lo de matarse sí que debía serlo, así que eso: tendría que evitar matarme en lo sucesivo. De manera que, reconfortado, con la barriguita llena y el corazón contento, cerré los ojos y me dispuse a dormir y a soñar con mi vecina y su cuerpo que, a decir verdad, hoy no recuerdo pero que en aquella época me turbó y marcó mi niñez.
Dado que lo de las mujeres no estaba mal, me escondía en las mesas camillas a ver cómo se cambiaban las chicas del servicio la ropa, y me quedaba en su guardarropa oliéndola. La verdad es que para un niño de cinco o a lo sumo seis años, era una actitud fetichista demasiado precoz, pero si mis padres no veían mal que me gustaran las mujeres...
¡Pero, ay, mi gozo en un pozo! Al poco de entrar en el colegio Claret ya comenzaron los curas con sus insidias y como a los siete años tenía que hacer la comunión, pues a los seis había que hacer la catequesis, así que no solo te enseñaban a rezar y desfilar con el traje sino que había que confesarse y, amigo mío, ¡menudo festín ese día para el padre Mariano!
(Fragmento de "Hasta aquí he llegado", del mismo autor)
Imagen: Little boy blue, Mark Ryden
9 Comentarios
Las manos manipuladoras e invisibles de la iglesia que nos quieren controlar los instintos, eso nunca cambia.
ResponderEliminarMuy bueno, saludos.
Qué recuerdos infantiles tan nítidos, amigo Jesús. De seguro gozaste de una infancia feliz y protegida, porque de lo contrario los mecanismos protectores del cerebro se hubiesen activado para difuminar todo lo ingrato.
ResponderEliminarTanta precocidad me ha dejado pequeño hasta a mi que me creía precoz porque deseaba a algunas de mis compañeras de curso a los 9 o 10 años.
Respecto a los sacerdotes confesionistas, ya puedo imaginar la enorme cantidad de infidencias, embustes, adicciones, obsesiones, pornografías, infidelidades, estafas y orgías que pueblan sus mentes. Afortunados sin duda, porque ese oficio debiera ser ocupado sólo por los buenos escritores.
Prodigioso, amigo Jesús
En una par de líneas todo un universo para evocar, amigo. Felicitaciones. ¿Es el fragmento de una novela? Qué joyita te guardas, Jesús.
ResponderEliminarNo había reparado en la línea anexa. Ciertamente que debe ser parte de una buena novela autobiográfica, que esperamos leer con ansias en algún momento cercano.
ResponderEliminarMe siento honrado y muy alegre de que escritores de tanto talento nos hayamos reunido en este blog.
Felicitaciones amigo Jesús.
Un fragmento de una novela o un capítulo de la vida narrado con emotiva precisión.. Encantador recuerdo! Qué maravilla que puedas tener una detallada memoria de aquellos años de la infancia, eso da cuenta de tu sensibilidad para percibir y para conectarte con tu interioridad. Para nada creo que esos sean edades que queden en el olvido, que se las tenga por intracendentes, muchas de las cosas que nos marcaron sucedieron entonces nos definen hoy y su sola evocación nos hace sonreir hoy.. cada vez que eso ocurre volvemos a ser aquel.. Al menos eso me pasa a mí.
ResponderEliminarSaludos!
Queridos amigos: sé que el cariño mutuo que nos profesamos hace que ustedes sean más benevolentes que críticos con mis escritos, lo que de verdad agradezco.
ResponderEliminarEs cierto que ésta entrada, así como la titulada "Así empezó todo" o la de mi Primera comunión son fragmentos de una obra que pudiéramos calificar de autobiográfica de la que ya hay unas 90 páginas escritas, pero que en realidad empecé para brindarle a mis hijas el recuerdo que ellas no tiene de la parte de mi historia y de mi familia que marcaron mi vida, quién soy, y por lo tanto también en parte quienes son ellas.
En cualquier caso, y antes de que el alzheimer haga sus estragos en mi mente, quiero (tal vez sea vanidad, no sé) que a través de mis recuerdos lleguen a conocerme mejor a mí mismo y a una época que fue la que me tocó vivir.
Gracias por sus comentarios y un gran abrazo.
El pan de nuestra infancia, el pan matinal, crujiente, aromático. Creo que ese recuerdo está muy bien almacenado en cada memoria adulta, amigo Jesús. Quizás sea porque en la infancia los sentidos viven sobreexaltados rescatando cada minúsculo aspecto de nuestras vidas. Luego el pan y la vida misma van perdiendo el sabor y aroma.
ResponderEliminarY respecto a la calidad de vuestra escritura, puedo entender vuestra modestia, pero no estoy de acuerdo. A esta página sólo he invitado a los mejores de los mejores, y usted no podía faltar mi querido amigo.
Reciba todo mi afecto y admiración sincera.
Es verdad que a uno lo educan para que ejerza como un machote preponderante. Las madres contribuyen mucho a eso. Los padres van observando esa formación con orgullo. El problema es que ya de joven y adulto (y al menos en mi caso) me he resistido a desempeñar ese papel. Sólo soy un hombre, exactamente igual en derechos y deberes que una mujer. El machismo acarrea mucha injusticia, porque apaga una parte importante de la vela vital de sus acompañantes mujeres.
ResponderEliminarVerás, Jorge, cuando el tiempo avanzó y cogí tino para poder pensar por mí mismo y observar sin miopía a los demás, me di cuenta de que quien sustenta realmente al machismo son las mujeres. Son ellas las responsables de la educación de sus hijos. Lo son por dejación de funciones de los maridos, que prefieren hacer otras cosas, así que son ellas las que en cierta manera incitan y fomentan esos tics de los que es muy difícil escapar después.
ResponderEliminarYo crecí, vi y aprendí, o mejor dicho, comprendí. Comprendí que si queremos que las cosas cambien o cambiamos nosotros o no lo hará nuca, y cambié.
Hoy no soy ni machista ni feminista: me considero simplemente ser humano, con toda la carga de responsabilidad que eso conlleva.