Me contó una historia mientras nos llevaban. Aquel golpe en su rostro me dolía más a mí. Por fortuna no iba en el camión junto con todas las jóvenes. Ya no había espacio. Durante las marchas gritaba mucho. Organizaba las filas y resistió al gas lacrimógeno como ninguna. La seguí mientras se limpiaba la frente. Entonces se dio cuenta de que le tomé varias fotos y se me acercó un tanto molesta: "Hay otros en verdad valientes que deberías tomar". Le sonreí. Me correspondió. Esa noche hubo toque de queda. No dormimos. Nos contamos la vida en mi hotel. Le dije la verdad, que soy reportero gráfico independiente. Ella dijo ser colombiana, pero no le creí. Su acento era raro. Explicó que porque había vivido en cuatro países.
Como ninguno de los dos nacimos en Honduras, recibíamos trato preferencial en los pocos restaurantes que seguían abiertos. La ciudad era cada vez más parecida a lo que fue Birmania donde logré colarme junto con unos amigos franceses. Salir de aquello fue una aventura que me dejó una larga cicatriz en la ceja. En contraste, el rostro de Laura era el de una reina de concurso. También sus medidas. Me costó entender que alguien así conociera a tantos maestros de la Universidad Pedagógica donde nos reuníamos y a casi todas las mujeres organizadas con cacerolas y banderas. Las feministas eran su tribu. Me miraban con recelo, pero me las gané trabajando. Hacía falta cada vez más ayuda. Yo les dije que con refresco de cola se quita el ardor en la cara por el gas. Me extrañó que no lo supieran.
No me separé de Laura por simple interés. Su fuerza era hechizante y también esa fragilidad que, sospechaba, no era a prueba de balas ni toletazos. Sabíamos que nos podían detener en cualquier momento. Una vez me habló de algo así como de ser "turistas del desastre", que lo había aprendido en una novela de Pérez-Reverte. Morir le interesaba, pero no tanto como atestiguar la represión. "Todos nosotros somos la única alternativa del continente. Si nos matan o torturan será porque tenía que ser así". Su fatalismo me incomodaba, por eso le hacía bromas y asunto arreglado, volvíamos a las reuniones o a las calles donde la gente comía y cantaba en los campamentos.
Nos agarraron el 22 de septiembre. Ella gritó, empujó y la respuesta fue un puñetazo. Entre dos militares tuvieron que subirla al camión. A mí me encañonaron antes de las patadas, sólo eso. El labio inferior de mi amiga se había desflorado. Luego se limpió como pudo la barbilla. Le quedó sucio el hombro. No se quejaba de los golpes. Tampoco lloraba ni hablaba del miedo. Esto fue lo que contó:
Soñé que bailaba con Cortázar, Héctor, te lo juro. Era un blues indescifrable en cierto salón parisino. El tiempo se detenía mientras él me apretaba contra su cuerpo. Olía a whisky y yo tenía el cabello más largo, con flores, como esas modelos de Klimt. Mi vestido era verde, también los zapatos con listones cruzados en mis pantorrillas. De pronto se abrió el techo y al compás de la música brotaban las estrellas. Cortázar no abría los ojos. Pero algo me hizo entender que cada luz era como una de sus emociones. Sentí temor porque entonces él comenzó a explicar que ese tipo de cosas sólo les pasan a las magas o a los hombres que no pueden seguir callando cuando una noche así se colma.
También dijo, arrastrando las erres, que si por un momento, uno solo, nos volviéramos acordes, si pudiéramos hacer del corazón el verdadero instrumento para soportar la superficie plana de la vida, la que no posee grietas donde se escapa lo fantástico, la que es bárbara; que si tan solo el jazz pudiera convencer a las flores de todos los jardines olvidados o violentos que es por ese instante que viven las palabras como notas o tonos hasta hace dos segundos imposibles, como improvisación pura y recreación del tiempo, si tan sólo eso sucediera, la humanidad tendría futuro. Porque nada ocurre si el silencio nos derrota y es que nunca nos heredaron una noche como ésta.
Somos, tal vez, los grandes desheredados de la música y nos vamos a morir luchando en contra de justicias insólitas, como tú. Entonces me derrumbé, Cortázar no volvió a despegar los labios. Al último afirmó que más nos vale ser los Che Guevaras del lenguaje, pero fue un recuerdo tardío. Yo quise esta acción, este final, a lado de alguien como tú. No me vi madre, no me vi esposa, no me vi catedrática, periodista o simplemente presentadora de televisión con implantes. Me vi así, sudada, sangrando. Cortázar no lo hubiera entendido. Y es que al final del sueño anunció que mañana, o sea hoy, todo terminaría. Él fue quien rompió nuestro abrazo y de repente se apagó la noche, tanto, como la habitación donde dormíamos. Luego desperté.
También dijo, arrastrando las erres, que si por un momento, uno solo, nos volviéramos acordes, si pudiéramos hacer del corazón el verdadero instrumento para soportar la superficie plana de la vida, la que no posee grietas donde se escapa lo fantástico, la que es bárbara; que si tan solo el jazz pudiera convencer a las flores de todos los jardines olvidados o violentos que es por ese instante que viven las palabras como notas o tonos hasta hace dos segundos imposibles, como improvisación pura y recreación del tiempo, si tan sólo eso sucediera, la humanidad tendría futuro. Porque nada ocurre si el silencio nos derrota y es que nunca nos heredaron una noche como ésta.
Somos, tal vez, los grandes desheredados de la música y nos vamos a morir luchando en contra de justicias insólitas, como tú. Entonces me derrumbé, Cortázar no volvió a despegar los labios. Al último afirmó que más nos vale ser los Che Guevaras del lenguaje, pero fue un recuerdo tardío. Yo quise esta acción, este final, a lado de alguien como tú. No me vi madre, no me vi esposa, no me vi catedrática, periodista o simplemente presentadora de televisión con implantes. Me vi así, sudada, sangrando. Cortázar no lo hubiera entendido. Y es que al final del sueño anunció que mañana, o sea hoy, todo terminaría. Él fue quien rompió nuestro abrazo y de repente se apagó la noche, tanto, como la habitación donde dormíamos. Luego desperté.
Laura no pudo seguir hablándome. Un soldado gritó que nos iban a matar si volvía escuchar voces. Nos llevaron a un estadio donde desnudaban a todos y así, sin ropa, los pasaban a lo que tal vez eran los vestidores de algún equipo. Ahí estaban los instrumentos de tortura: desde macanas y cables para quemar el cuerpo, hasta los penes mojados de los militares. Se oía el subir y bajar de cremalleras. Ella entró. No la volví a ver.
8 Comentarios
Muchas gracias. Me encantó la imagen que va a cuento con el cuento.
ResponderEliminarUn abrazo a todas las plumas latinoamericanas.
Bienvenida Alma Karla, pero qué hermoso relato.. ¡yo quería ser la novia de Cortázar! Mientras leía imaginé ser la que recibiera el beso de ese hombre-niño que ama a las magas... y yo tan bruja. Pero eso fue cuando era una adolescente y me sentaba a leer sus cuentos en las perdidas plazas de Buenos Aires o durante un viaje en subte.
ResponderEliminarUn placer leerte, me gustó mucho.
Un cálido abrazo para vos.
Seas muy bienvenida amiga Karla. Tu relato está lleno emoción y de buena literatura, de esa que llena el mundo y nos estremece. Está muy bien que sea recogida por gente como tú.
ResponderEliminarTe felicito y agradezco a Jorge Muzam que podamos conocerte.
Un abrazo.
Darte la bienvenida a estas páginas no sólo es cortesía, Karla, es un placer y algo que hago con orgullo.
ResponderEliminarHe leído este tu primer relato en nuestro -y tuyo también- blog y he de decir que desde la primera frase hasta la frase final está lleno de una poesía fatalista y trágica, la que lleva implícita toda lucha por la libertad y, además, lo haces sin caer en maniqueísmos tópicos.
¡Qué gran aportación y qué bella al mismo tiempo!
Un admirado y sentido brazo, querida amiga.
Destreza narrativa del más alto nivel. Sutileza y amplio conocimiento para hablar desde una voz masculina. Sensibilidad poética para expresar la significativa elocuencia de un sueño. Compromiso social para amparar en las letras a los atropellados de siempre. Un contexto histórico que como ya sabemos, se ha repetido incontables veces en la gran mayoría de los países latinoamericanos.
ResponderEliminarMagistral historia. Felicitaciones.
Que placer leer y tenerte por aqui.
ResponderEliminar! Bienvenida ¡
¡Gracias a todas y todos por sus comentarios y bienvenidas! Es por lectores y escritores como ustedes, porque también me emociono mucho con el talento que se publica por acá, que seguimos escribiendo.
ResponderEliminarCuánta fuerza en sus palabras, que parecen ser y no ser ficción, porque duelen como si fuera una daga derramando sangre inocente. El sueño descrito es uno de los más bellos que he leído en mi vida.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Rosa