CONCHA PELAYO -.
Cuando cansado de luchar y para terminar sus días, Alonso de Ojeda recaló en un convento franciscano, hubo de pasar mucho tiempo para alcanzar la paz y el sosiego que necesitaba su espíritu viajero. Habían sido muchos los mundos que visitó y las aventuras que protagonizó para acostumbrarse, de pronto, a tan repentina calma. Por eso le costaba conciliar el sueño, atrapada su imaginación en los recuerdos.
Fue una de aquellas noches, cuando el calor se hacía tan insoportable que le obligaba a mantenerse despierto hasta el alba, cuando sus ojos agotados se cerraron y le llevaron a protagonizar un extraño sueño del que nunca podría olvidarse. Se había visto a sí mismo dividido en dos partes, una tenía forma de luna y la otra de hombre, al que le faltaba la mitad de su cuerpo. De aquella media anatomía humana, fluía la sangre imparable hacia la Tierra hasta cubrir por completo su faz.
Se vio inmerso en la vorágine de un extraño y lejano siglo en el que los hombres habían avanzado tanto y habían desarrollado tanto la tecnología, que ni ellos mismos eran conscientes de las graves consecuencias que, en un futuro, les acarrearían.
Cuando despertó, su cuerpo se hallaba empapado en sudor, pero respiró tranquilo pues estaba completo. Se dio cuenta de que acababa de retornar de una época muy pretérita y de que aquel extraño cuerpo reencarnado en el suyo había pertenecido a un hombre llamado Isaías, hijo de Amós, el que había sido condenado a morir por orden del Rey Manases siendo serrado su cuerpo por la mitad. Pero tampoco había sido él quien había tenido aquél extraño sueño, sino la propia Luna. Él sólo había sido elegido para difundirlo entre los hombres.
Por este motivo, Alonso de Ojeda reunió a todos los miembros de la Comunidad y les contó su extraño sueño al que dio por título "LA PESADILLA DE LA LUNA". Y así comenzó su relato ante el estupor de los presentes:
"Cuando los rayos del sol se extinguieron en el horizonte, la Luna, como tantas otras noches, hizo su aparición en el firmamento. Había despertado de un espantoso sueño que tardaría mucho tiempo en olvidar. No supo como sucedió pero, de pronto, se dio cuenta de que el Planeta Tierra dejaba de ser esa hermosísima bola redonda azul para convertirse en una centelleante hoguera.
La Luna parpadeaba con sus ojos de luna una y otra vez. Por más que lo intentaba no acertaba a ver lo que tantas otra noches veía. Unas densas nubes cargadas de materias extrañísimas le impedían ver los grandes océanos y los mares meciendo sus embarcaciones. Tampoco podía ver los hermosos bosques y las inmensas selvas, ni podía ver a los animales salvajes corriendo entre la maleza. Si dirigía la vista hacia Oriente, tampoco divisaba la Gran Muralla China, ni a los millones de chinos transportando sus mercancías. Tampoco veía ni los templos ni sus pagodas como tantas otras veces, ni veía a los fieles adorar a Buda. Si dirigía la mirada hacia Occidente para recrearse, una vez más, en la vieja Europa, todo le parecía negro y opaco. Nada acertaba a ver. Pensaba la Luna: "¿Me estaré volviendo vieja, ciega y sorda? Mi capacidad de iluminación la he perdido, -se decía la Luna-."
De pronto, comenzó a oír unos ruidos ensordecedores. Vio como unos extraños artefactos pasaban junto a ella a gran velocidad en todas direcciones. Desde la Tierra, comenzó a llegar un humo muy denso y pestilente que la hacía tambalearse. Sus cráteres se iban llenando de partículas mortíferas que levantaban pequeñas explosiones. Grandes resplandores, rojos, azules, violetas, iluminaban la Tierra dándole un aspecto fantasmagórico.
No podía creer lo que veían sus ojos. Los edificios caían unos junto a otros, derrumbándose, hechos pedazos. Grandes oquedades se abrían en el suelo tragándose casas, monumentos, palacios, escuelas. Los aviones se estrellaban contra el suelo envueltos en llamas sobre los edificios derruidos.
Los grandes ríos como el Amazonas, el Nilo o el Mississipi, se desbordaban anegando las fértiles riberas y arrastrando a su paso cuanto encontraban. Las costas más bellas se iban enfangando de materias pestilentes y viscosas mientras los mares ascendían de nivel a gran velocidad haciendo que los barcos chocaran contra los acantilados que los convertían en astillas.
Los artefactos seguían cruzando el firmamento sin cesar. La Luna comprobó horrorizada que se trataba de "misiles", instrumentos concebidos por los hombres para destruir, para matar.
Desde su atalaya, la Luna no veía ya ni a los hombres, ni a las mujeres. Todo se había reducido a partículas pequeñísimas, negruzcas y carbonizadas. En alguna parte, acertó todavía a ver, con gran dificultad, a una madre amamantando a su hijo, exhibiendo un seno estático y acartonado. La leche materna se había convertido en veneno mortífero.
Un ruido ensordecedor dominaba el firmamento. Las estrellas, asustadas, corrían de un lugar a otro, chocando entre sí, sin saber donde posarse. Y en medio de aquel ensordecedor estruendo le pareció escuchar la voz de un juglar que recitaba algunos versos:
Asombro, choque sorpresa
cuando topo con dictaduras humanas
profesionales o sociales.
Mi corazón, mis sentimientos son libres,
como aves. Libres,
pero escalas de valores sociales
intentan entorpecer aquello
que establece la naturaleza
Por las calles vamos indiferentes
también en los asfaltos se yerguen
la osadía y la jerarquía.
Gentes bien vestidas, bolsillos repletos,
despensas golosas que organizan criados.
Sus casas forradas de maderas nobles
y en el campo hectáreas.
Explotadores de hombres,
cruel sociedad
que imponen al hombre, al asalariado
sudores, malestar.
Y tú en tu poltrona de rico jerarca,
la fusta en tu mano
lanzándola al aire.
Tu frente enjugada con doradas orlas.
El sudor de tus esclavos humedecen la tierra
y oxida tus aperos de labranza.
Las manos muy ásperas arañan su faz.
Y tu poltrona se balancea. Tu conciencia tranquila,
has rezado ya.
Y tus manos poderosas no se cansan
de estrujar, de oprimir
al que deja su vida para que tú vivas.
Eran tan enormes las lágrimas de la Luna que iban cayendo a la Tierra, que se fueron apagando todos los fuegos que brotaban de los continentes.
Tan desconsolada lloraba la Luna, tanto dolor albergaba su corazón que despertó bruscamente empapada en sus propias lágrimas. Parpadeó fuertemente y suspiró. Miró a la Tierra y comprobó que todo había sido un mal sueño, una horrible pesadilla. Permanecíó atenta unos instantes y pudo ver cómo miles, millones de personas en todo el mundo se cogían de las manos recorriendo miles, millones de kilómetros. Clamaban por la paz y pedían el fin de las guerras entre los hombres."
Al terminar su relato Alonso de Ojeda, se hizo un larguísimo silencio entre los presentes.
10 Comentarios
Muchas gracias por este relato tan hermoso, tan real y al mismo tiempo mágico.
ResponderEliminarSaludos.
Desde muy pequeño me hicieron creer que la luna tenía vida propia, sentimientos y buenas y malas caras, y que en su interior albergaba la eterna imagen del nacimiento del niño Jesús en el pesebre de Belén. Esta personificación, para mí muy real, me llevaba a divagar sobre las ensoñaciones que debía tener la luna mirando nuestro azulado planeta. Nosotros éramos la inspiración de la luna y ella la de nosotros. Cosas de niño, por supuesto.
ResponderEliminarTu relato me hizo recordar todo eso. Pero también me hizo reparar en la lograda complejidad de su forma narrativa, en las múltiples ventanas que abren los sueños y en el alegato pacifista que alberga el trasfondo de la trama. Me llevó, además, a establecer parangones con otras selectas plumas como las de Augusto Monterroso, Alejo Carpentier o el polaco Jan Potocki. Una admirable proeza escritural mi querida Concha.
Abrazos y felicitaciones.
Nadie, nunca, me había dicho nada tan bonito sobre mi forma de escribir. Muchas gracias Jorge. Muchas gracias Alejandrita.
ResponderEliminarUn abrazo a los dos.
Un relato con muchos recovecos, Concha.
ResponderEliminarMe encantó.
Reciba mi abrazo, mi admiración y mi respeto.
Quedé alucinado con este relato, lo mejor que leí en muuucho tiempo. Es perfecto.
ResponderEliminarMarcos Flores
Tremendo relato, Concha. Soberbio.
ResponderEliminarMagnífico. Adoro este relato.
ResponderEliminarSaludos!!
Qué relato más hermoso!
ResponderEliminarAlicia
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNotable, no - ta - ble... Gracias por compartirlo, Concha.
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