“Galope tendido
de crines astrales
prendidas en llamas”
Ramon Dachs
Y dice más o menos así:
Yo era un pendejo de mierda. Un huevón famélico que dejaba de comer y andar en micro para juntar monedas y poder comprar vinilos y cassettes.
Era un universitario que se pasaba el día soñando. Enamoradizo y solitario. Llegaba siempre a las conferencias de prensa de mis rockeros favoritos fingiendo la aflicción de quien viene de lejos, de un medio de provincia, para conseguir una nota para un medio local.
“Vengo viajando desde las 5 de la mañana para estar aquí”, le decía a la productora de turno, siempre una chica joven que creía tener más poder del que en realidad se le había conferido.
Primero, era mentira que venía viajando de lejos, de mi ciudad-pueblo, porque vivía en Santiago en los años de universidad cuando perdía el tiempo haciendo como que estudiaba periodismo. Segundo, lo único que quería era ver al famoso de turno de cerca. De todas formas igual escribía una nota en el periódico de mi ciudad-pueblo para ganarme unos billetes que me sirvieran para comprar más discos, aun cuando mi madre me regañara todos los fines de semana porque estaba casi desnutrido.
No sé si hoy me creerían eso de que “vengo viajando”. Hay tantos adelantos. Y tantas mentiras. Mi ciudad queda a tan solo 2 horas de Santiago, pero como los capitalinos en su mayoría se creen los dueños del país, me veían como un pobre despojo que seguramente, al venir “del sur”, debía de haber viajado horas y horas para poder llegar a tiempo a la conferencia de prensa en cuestión. Al final, era yo el que me reía de ellos.
Así, estuve con Fito Páez, a quien le dije “gracias por existir” mientras Miguel nos inmortalizaba en una foto y mis compañeros de universidad se rieron para siempre de mi lamida de verga al rosarino. Estuve con Alanis Morrissette, preciosa ella; Iron Maiden –aunque en este caso usé mis mentiras de pueblerino para llevar a Miguel a verlos, que da la vida por ellos–; Soda Stereo en los tiempos de “Sueño Stereo” –esa vez recuerdo que encontré a Cerati más bajo de lo que me imaginaba; Zeta me dio un autógrafo sin mirarme y a Charly Alberti le dije que el disco y sobre todo su desempeño con las baquetas estuvo impecable. Y no mentía ¿eh? –. Estuve con Cyndi Lauper, bella a pesar del paso de los años. En fin. Ya ni recuerdo bien cuantos más en los tiempos que pensaba que un autógrafo era una especie de reliquia de santo. Ya lo entenderán en las próximas dos historias de esta trilogía…
Venía Spinetta. Al Flaco siempre le tuve una prudente distancia. Lo conocí tarde. Leía de él en los 80 pero vine a saborear su creación recién en los noventa. De hecho, me nutrí de su discografía principalmente en mis huidas a Buenos Aires. Él en solitario, Jade, Invisible, Pescado Rabioso. Ya saben. Y pagué más de 100 pesos argentinos por el primer box-set del rock argento: la discografía de Almendra en caja de lujo, con booklet de lujo.
Y bueno. Venía a Chile Spinetta. En esos años el Flaco andaba insoportable. Estaba cansado de los sellos y toda la mierda que a esa industria le rodea. Exigió que Sony le pagara una porrada de plata por publicarle el disco doble de Los Socios del Desierto que, hay que decirlo, es una discazo de la puta que lo parió. Power trío y disco doble. Eso le valió después grabar un unplugged para MTV.
Venía a Chile con toda su rabia. Odiaba todo. En MTV, en una entrevista que le hicieron en La Diosa Salvaje, su estudio de grabación, puteó contra los huevones que una vez que se casan, se quedan pelados y crían panza, ya no van a conciertos –cosa que comparto plenamente. Yo por lo menos en promedio cada tres meses voy a conciertos a Santiago viajando desde mi ciudad-pueblo, aunque en mi auto me demoro mucho menos en llegar que en los años de pellejerías–. También puteó contra los sellos, que reeditaban discos antiguos suyos con una carátula mal copiada y en blanco, sin letras ni información –otra cosa que también comparto con este poeta de los dedos vertiginosos–.
Miguel, el de Iron Maiden –quien reaparecerá en una parte fundamental de esta trilogía–, me acompañó a la conferencia de prensa de Spinetta en el hotel Hyatt de Santiago. Me devolvía la mano por la paleteada de los Iron. Iba de fotógrafo, con rollo en blanco y negro y cámara mecánica.
Para él la música de los argentinos era y es para maricones. Metalero por esencia, de todas maneras me acompañaba porque éramos y somos amigos que nos adoramos.
Esta vez debo reconocer que conté con la ayuda de un periodista de mi ciudad-pueblo que hacía varios años trabajaba en Sony Chile –Óscar Ramírez: ya lo verán de nuevo en esta trilogía de pellejerías de pendejo bobo–. En nuestra condición de coterráneos, me dio un pase en profundidad para que yo llegara con mi asistente Miguel a esta conferencia de prensa, con credencial y todo.
Conferencia de prensa con el Flaco Spinetta. En realidad yo iba más por una cuestión de amar al rock argentino. Hasta hoy. A ratos más que el chileno. No lo conocía tan bien como a Charly, pero sí quería estar a unos metros de él para sentir esa energía indefinible de los creadores que parecen una suerte de semidioses. Después he ido entendiendo que comen y cagan como todos.
Mi trampa, siempre que iba a estas conferencias de prensa, era llevar un cassette para que la estrella bajada de los cielos me lo autografiara.
Aquella vez traje de mi casa en mi ciudad-pueblo un cassette que versaba: “Luis Alberto Spinetta-Lo Mejor”. Una compilación humilde de Sony que encontré en oferta en algún canasto del gran Santiago que ya ni me acuerdo. Una compilación del Spinetta en solitario de los 80.
Mi treta era la misma de siempre: inspirar pena para que me dejaran entrar a la conferencia de prensa, lo que no era difícil, entre otras cosas, dados mis atuendos de estudiante de clase media. Entrar con respeto y ocupar alguna silla quitada de bulla y atención. Hacer máximo dos preguntas cuyas respuestas quedaran registradas en mi grabadora como tesoros… que después se llevó el terremoto. Y al final, la arremetida de siempre: robarle un autógrafo a la estrella de turno.
Spinetta estaba, como ya dije, pesado. Hablaba sin ganas. Sin ganas de estar con los medios. Vomitaba su rabia contra todo. Nunca supe si siempre fue tan plomo o solo fue en esa etapa, que se sentía abandonado por los sellos y seguramente quería ganar plata, mucha plata.
Escuché atento sus respuestas. Respuestas a las mierdas que preguntaban los retardados mentales de mis colegas, que en su gran mayoría siempre han sido unos pelotudos. Miguel tomaba fotos en blanco y negro para la posteridad formando parte de mis archivos secretos. Miguel tuvo un bebé el año pasado y su mujer es una infame que quiere cagarlo a toda costa.
Y bueno. Pero ése no es el tema. Spinetta estaba como tenso, como duro, como un nervio, como de yeso.
Mi humildad de costumbre. Término de la conferencia de prensa. Esperar un rato. Un “periodista” pidiendo un autógrafo era una vergüenza para el gremio.
Tenía mi cassette en la mano, agazapado de las miradas de los periodistas de la TV y toda esa basura. Ya nos habían entregado las credenciales para el concierto que daría ese día o al día siguiente, no lo recuerdo, en el teatro Caupolicán.
El Flaco conversaba con alguien. Estaba al pie de la escalera. Miré en todas direcciones. “Quédate aquí y espérame”, le dije a Miguel Sanhueza –100 huesos le decíamos, por lo flaco–.
Mochila atrás, lápiz, carátula de cassette. Spinetta de espaldas a mí. “Flaco… por favor…”, algo parecido a lo que le dije aquella vez a Cerati con mi cassettte “Sueño Stereo” en la mano, cuya carátula el ángel bello que hoy duerme rayó con toda amabilidad.
Le toqué el hombro.
Spinetta me miró. Abrió los ojos como huevo frito. Miró el cassette. A mí. Mi camisa de ropa usada. A la gente que le miraba. Frunció el ceño y me dijo: “Nooooo!... Noooooo!” con una voz arrastrada por la rabia y la infamia. Como haberle tocado el culo a su hija. Como haberle mirado una teta a su esposa. Como huyendo del diablo subió las escaleras furioso seguramente camino a su habitación. Hasta como el décimo escalón aún se seguía escuchando su noooooo de mina histérica.
Primero me quedé blanco. Primera vez que me negaban una puta raya en un puto álbum para un puto imbécil como era yo. Después pasé al rubor; al rubor de la vergüenza y la rabia y la humillación y el pensar: “qué se cree este concha de su madre”.
“Puta huevón… me espantaste al artista…”, me dijo Óscar Ramírez entre broma y regaño. Miguel 100 huesos se doblaba de la risa. Es que siempre hemos sido muy sarcásticos entre nosotros.
Al día siguiente fuimos al concierto. Había que aprovechar las credenciales. En un recinto para 4 mil personas no llegaron mil 500. Me alegré. Lo siento por decirlo. Pero me alegré. No era mi culpa que el Flaco Spinetta tuviera rabia contra el mundo. Yo solo quería llevarme un pedazo de su grandeza.
Desde ese año, 1997, el de los duraznos sangrando ha venido mil veces a Chile. Hace unas semanas tocó en Santiago. Nunca le he dado el gusto de contar con mi presencia.
11 Comentarios
oye y si el flaco te da una firmita, vai a otro concierto?
ResponderEliminarCapaz que ahora se haiga vuelto guena persona por los golpes de la vida.
Cloto
Interesante anécdota, adorei. A mí me encanta el flaco. Aguante!!!
ResponderEliminarTremendo. Hay artistas que son bien histéricos y sin causa aparente te salen con un martes 13!! Me pregunto si en lo que sigue de la trilogía aparece Charly García, chaque ese te parte la quitarra en la cabeza si se jode el audio de un recital!! UY!
ResponderEliminarLos genios tienen un humor del demonio. Aconsejo admirarles desde lejos por precaución, además, siendo uno gente común no es fácil distinguilos de los pelafustanes que aborecen su mediocridad haciendo gala del peor de los humores-
ResponderEliminarla gente tiene muchas preocupaciones y por eso andan tensos. Lo mejor es una aguita de yerba.
ResponderEliminarno me queme al flaco así loooco!! es un k-po total, una máquina!! no seas lloronazo!!
ResponderEliminarpará che pará. Andá a llorar a la iglesia y dejá al Dios Spinetta tranquilo.
ResponderEliminarSi a mí me intentaran pedir un autógrafo, creo que también me espantaría. ¿Para qué sirve un autógrafo? Los seres humanos somos profundamente iguales en nuestra idiotez y en nuestras intermitentes grandezas. Aunque reconozco que me podría beber amigablemente un café con cualquier desconocido, incluso con el Papa o J. K. Rowling o quien sea. Y con Alanis Morrissette, que es casi una poesía ambulante, un buen tequilazo.
ResponderEliminarEsto de querer conservar pelos y prendas y cosas que tuvo o usó alguien famoso en algún momento de su vida me parece horrorosamente patológico.
No obstante, el relato es definitivamente delicioso. El narrador tiene buen pulso, suficiente rabia, abundante humor y la dosis justa de ironía para no tomarse tan en serio sus propias pachotadas.
Excelente amigo Jiménez.
En la época en la que asistía a la escuela secundaria unas compañeras fueron a un recital de los Backstreet boys y se trajeron como souvenir un chicle mascado que uno de ellos arrojó a un costado del escenario. Nunca supimos si era cierto pero el hecho de que lo guardara con celo y exhibiera con tanto orgullo le daba una cuota de credibilidad (o locura que inspiraba compasión!). Por mi parte, tampoco le pediría autografo a ninguna personalidad. Acaso le dirija una mirada curiosa e inquisitiva intentando atrapar algo en ese instante del encuentro que atesorar en los recuerdos pues si me gusta es por algo..
ResponderEliminarMuy interesante tu historia de la vida irreal, espero las que siguen con mucho entusiasmo :)
Saludos!!
A caso no sabe que si toca a una estrella se quema!! TEnga cuidado para la próxima amigo periodista.
ResponderEliminarTal cual, qué se joda! Me moloestan sobremanera los tipos así.
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