JUAN PABLO JIMÉNEZ -.
(Perdido en el Mundo. I Parte)
(Perdido en el Mundo. I Parte)
“Sigue pedaleando al Sol
a colgar tu corazón”
Los Bunkers
Me querían matar Fonola y el Sapo porque después de tanto hueviar dejé mi licencia de conducir en Chile.
“En Uruguay manejarán tú y el Sapo. Lo que es yo, no manejo ni mi vida”, dijo Fonola en una improvisada reunión de pauta antes de subir al avión que nos llevaría a la ciudad de Benedetti.
La idea era recorrer la república oriental –lo que nos alcanzara– en un auto arrendado. Era más fácil. Más libre. No dependeríamos de horarios de buses. Más cómodo. En realidad, podríamos beber cerveza a destajo sin necesidad de que nos bajaran del bus. El Sapo no. El Sapo no podría beber. “Si a mí se me hubiesen quedado los documentos en Chile me hubieras estado hueando todo el viaje” me dijo el Sapo como una sentencia, con esos ojos de perro San Bernardo que tiene que a veces me colman la paciencia.
Uruguay. Murguitas en la calle. Los 3 chilenitos de entrada haciendo el tony.
Les caímos bien a la mujeraza rubia del hotel. Incluso diría que le simpatizamos. Firmamos unos papeles y ya de entrada les dimos risa porque el Sapo puso el número de la patente del auto en la línea de su firma. Nunca entendimos el significado de aquella acción de arte.
Uruguay. Montevideo. Yo en silencio amasaba la idea de visitar la tumba de Benedetti, un referente. El viejito tierno de izquierda por quien yo había llorado el día de su muerte. El viejito tierno de izquierda que me había ayudado a enamorar mujeres: María José sobre todo. El viejo de la Feria Chilena del Libro el ’94 en Santiago, en vivo como un rockstar por el cual escribí uno de los textos más sentidos de mi vida en el diario de mi ciudad-pueblo el día de su muerte: “Llueve en Uruguay. Se ha muerto Mario Benedetti”.
Nos dieron una habitación sin luz en el baño. El frigobar estaba averiado. Las cervezas dentro de éste quedaban más calientes de lo que estaban.
Uruguay. Claudio Rodríguez me habló de Piriápolis y Colonia. Me habló tirado en mi cama de vuelta de Uruguay, viendo un devedé precioso sobre la vida de Benedetti hablada por él mismo. Hacía calor ese día.
Más que contarles que fuimos a ver a Peñarol. Más que contarles que bebimos en un bar en pleno centro de Montevideo. Más que decirles que me enviaba mensajes por celular con la mujer de ese momento, lo que a mí me quitaba me quitó y quitaría el sueño era ir a la tumba de Mario Benedetti, probablemente un lugar solo comparable a la tumba de Neruda en Isla Negra.
Pero claro, si hago un Inventario, debo decir que en este Uruguay querido nos tomamos fotos en la mano esculpida por un chileno en Punta del Este, bebimos vodka con bebidas energizantes en el hotel, compramos libros baratos –el único lugar– en Piriápolis en una librería que por casualidad encontramos, le enseñamos garabatos chilenos a una chica hermosa y risueña que nos vendió souvenires, nos maravillamos con la hermosura de otros tiempos en Colonia y caminamos por calles que nos recordaban a Buenos Aires a cada rato.
Pero lo mío era Benedetti. Visitar a Benedetti en su tumba. Por esos mismos días estaba María José con su mamá en Uruguay. María José, esa mujer a quien un día yo le había regalado mi corazón en un plato como Oliverio en “El Lado Oscuro del Corazón”. Aunque otra vez el destino no nos juntaba. Nunca nos toparíamos en las tierras charrúas. Mejor.
Si mal no recuerdo ella me había hablado de la tumba de Benedetti en Montevideo a través de internet. Pero nada claro. Como mi objetivo último de mirar el cemento que encierra un cajón con la muerte de un ser humano que ya no es humano, que está en otro sitio probablemente mucho mejor contemplando que un idiota quiera “ver” sus restos.
Era como el tercer o cuarto día de nuestra visita a Uruguay. Lo sabían lo otros dos: que una de las partes más importantes de la bitácora era la tumba de Mario.
Me hueviaron. Se burlaron. Pero en esa dimensión de la burla de esos que, de tanto que te quieren, no limitan su sentido de la pertenencia contigo.
Llegamos al cementerio central de Montevideo. Los chicos en el auto. Me sentía como el Chavo del 8. “¿Dónde encuentro la tumba de Benedetti? No, acá no. Es en otro cementerio”.
Subí al asiento trasero del Chevrolet Corsa 2009 que nos había costado no sé cuantos dólares y le pedí al Sapo, ni que fuera un taxista, que me llevara al camposanto mencionado. De nuevo Fonola consultó su puto mapa.
Compré flores amarillas. Eran las más bonitas. Fonola y el Sapo se burlaron –por ese cariño que ya les mencioné…–. Desde el principio se burlaron. Fotos. Fotos de hueveo. Yo actuando como lo hacía en el taller de teatro en el colegio. Se suponía que la foto era yo arrodillado pidiéndole matrimonio a Fonola con el ramo amarillo. Esa homosexualidad contenida de la que habla Freud. Yo sonriendo de mentira con la mente dentro del cementerio. Esas bromas, de pendejo jugoso, eran un adorno, una suerte de precio por viajar miles de kilómetros para conocer o reconocer, el sitio último donde los restos de materia de un ser descansaban como una especie de testimonio que, aunque al final no dijeran nada, se establecían como un certificado, como un papel firmado por el notario de que en algo había valido la pena el paso de ese ser humano por este planeta tan básico como lo describe el Libro de Urantia.
El guardia me dijo “allí está”. Caminamos en triángulo. Si bien el par de pelotudos se seguían burlando a unos metros atrás mío, sentía esa energía silenciosa de la compañía. Me conocen: tal vez la idea era hacer menos dramático un encuentro que ellos sabían, me revolvería no solo el alma, sino también las vísceras, los recuerdos, María José, el pasado reciente.
Mi mano derecha se aferraba al ramo amarillo como a la mano de mi mamá cuando yo tenía 6 años. “¿María José habrá visto esto?”, pensé con disimulo. Atrás los pelotudos hablaban huevadas inseguras que no escuchaba. El cementerio como nunca se hizo una guarida de la muerte, del abandono.
La tumba de Benedetti no era nada. Cemento. Dos letras que hasta el día de hoy no sé que significan. Flores artificiales desteñidas. Una fotocopia envuelta en un plástico con un poema suyo robado por no sé quién mierda.
Pensé en la tumba de Neruda en Isla Negra, donde le di un beso a Marcelita dos turrones. En aquella vez del 2000 cuando se lanzó toda la obra de Benedetti celebrando sus 80 años de vida. Pensé en los poemas pirateados para besar el cuello de mujeres que me dijeron que conocían a Benedetti. Pensé en el cementerio de mi ciudad-pueblo donde las tumbas de los abandonados se parecían a la de Benedetti.
Estamos claros: el hombre de las tácticas y estrategias probablemente no querría parafernalias. Pero…
El Sapo y Fonola, como dos doncellas excitadas, seguían bromeando. “No te tomaremos una foto porque es mala suerte”, me dijo uno de los dos.
Yo me enfrentaba en silencio a la tumba del poeta como dispuesto a los disparos en la condena. Me sentí un niño desprovisto de todo. Era para mí el pago de un pueblo a un creador que nos inventó pedazos de vida.
Deposité las flores amarillas. Flash de los pelotudos. Un nudo en la garganta me carcomía la garganta. Estos huevones me tocaban los hombros y la espalda siempre en la broma de que fuimos a perder el tiempo. Insisto: pienso que sentían mi pena pero querían disfrazarla. Por mí.
Días después de vuelta en Chile le conté a Sebastián Villela, mi compañero de universidad con quien vimos a Mario en la Feria del Libro ’94, lo que había vivido. “¿Y acaso no has ido a la tumba de Huidobro en Cartagena?”, me dijo.
17 Comentarios
Me dieron ganas de apuntarme a ese viajecito. Escribe muy bien!
ResponderEliminarPrecioso y preciso. Besitos.
ResponderEliminarEl turismo de cementerio se da bien en algunas partes del mundo, en la ciudad de buenos aires los hay y muchos. Tengo una amiga que cada vez que me visita me acosa para ir a uno de ellos pero me resisto porque a mi me da no sé qué. No va conmigo visitar a los muertos, ni siquiera a los que no están donde se cree que están y tienen un lugar simbolico. Las flores que me las traiga mi marido y las fotos se las tomo a los vivos. Igual, me gusta su forma de contar sus experiencias, viajes y encuentros varios.
ResponderEliminarBesos
Será un crimen no saver quien era Benedetti? perdon por mi ignorancia, lo mio no es la literatura, apenas leo por acá y por alla alguna que otra cosa que me caiga interesante para no leer las noticias. Buen relato, entretenido.
ResponderEliminarUsted es un joven muy sensible, señor Jiménez, pero hay que reconocer que tiene bastante mala cueva.
ResponderEliminarEspero que el cielo lo proteja.
Bendiciones
Claudina
Antes de conocer su experiencia nunca se me hubiese ocurrido ir al extranjero a visitar tumbas, ahora menos, confirmo que no existe ningún encanto en esos lugares, prefiero conocer a los vivos...
ResponderEliminarLola
Usted parece el Mister Bean sudamericano, J.P.
ResponderEliminarLe pasa cada cosa.
Besos
Xuxita
He aqui el pan "calientito" para los hambientos de alma... nunca te mueres maestro...
ResponderEliminarCloto
Benedetti no muere para los que amamos con él. Benedetti acaricia los labios que besamos y las manos que acariciamos. Benedetti no es una lápida así como nosotros no somos nada frente a la magnificencia de su letra.
ResponderEliminarNo ha muerto Benedetti como no logra morir la esperanza de amar. No ha muerto el poeta, así como tampoco mueren los intentos suyos de plasmar su historia.
No ha muerto Benededetti, tal y como no morirá quien leerá este comentario y no logre admirarlo.
No ha muerto Benedetti, así como es probable que mi imagen no haya muerto en su mente cuando lea este comentario.
La tumba de Huidobro es miserable, pero si te asomas, en el fondo se ve el mar. Un abrazo, muy buena crónica.
ResponderEliminarEsta mejorando. Había guateado pero ahora mejora. Trate de leer en voz alta y asi corregirá muchos ripios, como repetir palabras y esas cosas.
ResponderEliminarSiga, no claudique.
Robinson Iturra
Siempre tan entretenidas tus aventuras y desventuras... Además, como vienen con promesa de continuidad y en serie ponen al lector un ansias por lo que sigue!
ResponderEliminarVenga! Siga así.
Abrazos.-
Soy de México, y he leído este relato sobre la visita a la tumba. Estoy muy interesada en saber exactamente donde yacen los restos de Mario Benedetti ya que un amigo ferviente admirador de Benedetti en próximas fechas visitará Uruguay y desea conocer el lugar donde quedó enterrado, si es que está ya junto a su esposa Luz López Alegre. Agradeceré infinitamente la información. Saludos desde México. Margarita
ResponderEliminarAmiga Margarita, hasta el año pasado, los restos de Benedetti estaban en el cementerio del Buceo.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
JP Jiménez
jerry lewis, mister bean o archivaldo de plaza sesamo
ResponderEliminarSentí lo mismo mi querido Juan Pablo...
ResponderEliminardamazul
¡Qué cosas tiene la vida! Andaba yo buscando el cementerio donde encontrarme a nuestro gran hombre... y di con esta maravilla. He de confesar que la garganta me tiembla, a duras penas me pide auxilio. Se acerca el gran día... Espero que mis amigas no sean tan pelotudas, aunque se agradece, en el fondo se agradece, que quieran hacer que no duela tanto... Porque duele, querido amigo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras, me han emocionado.