JUAN PABLO JIMÉNEZ -.
“Con mi yo
y mil un yo y un yo
con mi yo en mí
yo mínimo”
Oliverio Girondo
Ver a uno de mis ídolos argentinos en Argentina. Ya había fallado en el 2004 con Divididos por no comprar las entradas a tiempo. En Argentina hay un compromiso especial con los músicos. En Chile no. Por eso se venden muchos boletos a la entrada de los conciertos. Yo me confié aquella vez y cagué.
Ver a uno de los grandes argentinos en Argentina. Lo supimos por casualidad. Sabíamos de Aznar y Lebón como matrimonio reviviendo composiciones individuales y de Serú Girán en un concierto que nos olía a precioso.
El Sapo y su polola, con la María Elena y el Chinito, prefirieron ir a perder el tiempo a cualquier lugar comiendo mierdas en la calle por 2 o 3 pesos.
Ella y yo preferimos ir a ver a Pedro Aznar y David Lebón al Ateneo. Era el último concierto que daban. De un experimento que daría según ellos para un par de noches, ésta era la catorce.
Entonces ella y yo supimos que esa velada sería especial. Por la despedida. Por la sensibilidad de esos dos hijos de puta. Por la hermosura de sus melodías. Por ese sueño virgen que tenía yo desde la pubertad de ver a un grande argentino en Argentina.
Ella y yo. Dos en la ciudad. De la mano. Conquistándolo todo. A pie desde el hotel al Ateneo. Por divertirnos. Por jugar. Saltando entre las pozas de lluvia. Porque el amor es así: hecho para los niños.
10… 9… 8…
Compramos las entradas en la tarde. Era nuestro primer concierto fuera del país. Teníamos las manos bien tomadas. Cuando vi sobre el escenario la figura larga de Aznar, le tuve más cariño que cuando lo vi en Chile. A su lado Lebón, a quien había visto solo en fotografías o escuchado en cassettes con Serú Girán.
Algo me picó en el pecho. De nuevo los recuerdos. De nuevo la nostalgia. De nuevo todo sobre mí. La miré a ella de reojo y quizá ella nunca lo supo. La volví a encontrar hermosa. La volví a querer más. Aun cuando el destino tenía escrito que nos estábamos comenzando a jugar los descuentos.
Aquella noche fue una novela. Había dos monstruos sobre el escenario. Dos monstruos buenos eso sí. Dos monstruos que nos acariciaban con sus compases.
Aznar dibujaba la belleza con su voz de ángel, sus dedos de príncipe y su bajo cómplice que se las aguantaba todas. Lebón miraba fijo con esos ojos de perro bueno, nos hablaba con sus letras y recorría como un conquistador de mundos las cuerdas de su guitarra.
Esa noche el Ateneo era la fiesta de ese matrimonio. Esa noche con ella sellábamos el amor de nuevo.
Nos tomamos la mano fuerte: Tu Amor, Ya No hay Forma de Pedir Perdón –uno de esos covers tan buenos, que son lejos mejores que la versión original–, Nos Veremos Otra Vez, Fotos de Tokyo; A Cada Hombre, A Cada Mujer.
LA MEJORÍA DEL AGONIZANTE
El Ateneo quedaba muy cerca de nuestro hotel. O sea, no tan cerca. Pero mientras caminábamos por esas callecitas de Buenos Aires que tienen un no sé qué, revivíamos la inmensa maravilla de la primera vez.
Seguíamos siendo puros. Las infidelidades aún no nos habían contaminado. Tampoco el “éxito” ni el dinero ni la felicidad en potes de mantequilla.
Siempre fuimos como novios y camino del hotel al Ateneo construimos una historia simple. Como la mejoría del agonizante.
Dentro del teatro esa historia se confirmaba. Adentro todo era la melodía esa que compone la vida. Todo simpleza. Nada de parafernalias. De hecho, Lebón y Aznar presentaban versiones un poco más despojadas de sus creaciones. Era la pureza de todo.
Cada canción era un pasaje. Cada frase una confesión: “tu amor me enseña a vivir” “mientes, yo puedo atestiguar” “¿qué nos hizo estar juntos?” “traición no es otro cuerpo a tu lado”…
PELOTUDOS
Cuando Pedro y David se abrazaron, una luz cayó sobre ellos como un manto estelar, como un mensaje venido de un cometa. Era el amor entre dos seres humanos. Despedían su ciclo de conciertos. Yo y ella aplaudíamos de pie. A mí se me habían escapado las lágrimas con Seminare. Es que era demasiado y era también la única canción que me faltaba por escuchar y me la regalaron.
Los que habíamos vivido todo eso éramos una familia dentro de una bóveda. Y a mí la emoción se me inflaba porque era el sueño aquel de ver, ya saben, a un argentino en Argentina.
A la salida nos tomamos un par de fotos. Caminamos de nuevo como novios. Queríamos contarle a los otros cuatro pelotudos que se cagaron de hambre por calles oscuras y aburridos, que lo vivido por nosotros había sido una especie de redención. Pero no entenderían. Lo nuestro era sublime, mucho más que un pancho con mostaza. Caminamos de vuelta por alguna de las mismas calles de la primera vez hacía cuatro años.
Ese fue el último concierto que vi con ella.
8 Comentarios
Cada vez que presentan a un cantante extranjero que dará un show en Argentina dice que es una de las mejores experiencias de su carrera porque el público transmite una fuerza especial, discurso que a veces cansa y suena a adulación.. Cuando un artista argentino hace de las suyas en su lugar asumo que no espera nada sino que tiene la certeza de lo que vivirá al subirse al escenario.. lo saben también quienes viven en las proximidades de los dos puntos más empleados para los recitales: los estadios de Velez Sarfiel y River Plate.. Qué pasa? De todo, la pasión desenfrenada de los argentinos en situación de reunión se hacer sentir para bien y para mal. El que quieras ver a un artista argentino en Argentina lo dice todo, querés ser testigo de esa complicidad y el reconocimiento mutuo entre uno y otro.. ¿Te gustó? Supongo, la verdad es que me quedé atrapada en el recuerdo romántico por sobre el acontecimiento.. Muy tierno! La verdad es que no debe haber nada más maravilloso que vivir junto al ser querido momentos inolvidables, hacer de ellos recuerdos para calentar el corazón cuando sea necesario.. se agradece mucho que lo hayas compartido.
ResponderEliminarSaludos bien argentinos!
Gracias, compañera, por tus hermosas palabras. Saludos desde mi terruño!!!!
ResponderEliminarJP Jiménez
Hermosa prosa, un relato impecable y muy desde adentro. También reparé en la exaltación del hecho amoroso por sobre el anecdótico del viaje y me gustó sobremanera!
ResponderEliminarUn saludo y fue un gusto pasar por acá-.
Difícilmente podría entenderse sino por quien lo ha vivido o a través de tus palabras, JP.
ResponderEliminarSublime
Carla
Al leerte, da la errónea impresión que cada texto tuyo es aún mejor que el anterior, amigo Jiménez. Pero no es así, pues la trayectoria de tus creaciones sigue dando saltos en lo alto.
ResponderEliminarNo soy conocedor profundo de los músicos referidos (aunque tu entusiasmo estimula a saber de ellos) pero tu texto vale por sí mismo, como inolvidables quejidos de soul canturreados a tus edecanes del infierno.
Notable.
Y te la tiraste o no te la tiraste Juan pablo? Buenisimo.
ResponderEliminarChanchulin
No hay nada más hermoso que compartir un recital con la pareja. Encantador paseo. saluditos
ResponderEliminarPrecioso relato, me recordó a los recitales compartidos con mi pareja actual. Momentos inolvidables. Saludis
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