Mientras Alberto habla, ella cuenta las esdrújulas y separa las sílabas de ese discurso. El café es un hervidero de adolescentes que los miran con burla porque a esa hora, antes del cine, no deben ir los adultos a un centro comercial. Menos en viernes y en corbata como él; con tacones y portafolios como Verania, quien para distraerse comienza a pensar en palabras que terminan en era: madriguera, primavera, ladera, espera, pudiera, debiera, etcétera. Concluye que son vocablos poéticos y tristes porque no podría juntarlos para escribir algo importante. Él sí, eso es lo que piensa la crítica. Él, con sus medallas desde niño, con su rebeldía domada después de los treinta y más honores y diversas formas de llegar a casa con un nuevo premio.
Ella también fue una convocatoria, un libro que entregar sin errores, es decir, un chance de ganar la piel, la sumisión de esa mujer que imagina que puede salir volando como un negro en la novela de Toni Morrinson; o que Alberto, hablando sin parar, se convierte en roca como Pedro Páramo o en una cucaracha gigante que no puede caminar porque ella saca de su bolsa un insecticida. Sonríe ante la idea y él cree que por sus chistes, por su aguda intuición y porque comparte el hecho de que no todos pueden escribir, aunque lo intenten, porque el talento es injusto y no podemos pelearnos con él, mejor no traicionarlo porque eso significa darle la espalda al universo.
Verania escucha, la palabra universo le parece interesante, sobre todo las dos últimas sílabas que le duelen cuando él se acerca para besarla. No es gordo, tampoco flaco. Tiene su misma edad. Huele a la colonia que le regaló en Año Nuevo y promete que luego del cine irán a cenar a ese restaurante con galletas de la suerte que siempre le provocan poemas. Qué aburrido. Pero sabe que irá, que va a pedir los rollos de siempre, que él seguirá contándole lo bien que le ha salido todo, que tal vez sea hora de otro viaje y solicitará la cuenta para llegar pronto a casa. Lo harán, está segura, con gestos de matrimonio viejísimo. Él será tierno y ella, frente a las jacarandas que delicadamente entran por el balcón, tendrá remordimientos. La culpa, con su cola de dinosaurio que no puede irse, que aún está allí, no la dejará levantarse para tomar una ducha. No. Él habrá preparado café de verdad y otro descafeinado para ella porque tiene un bulto en el seno. Tal vez por esa razón no se va, se queda escuchándolo, poniéndole atención a todo lo que él dice. Pero no tarda en comprobar que es un error. Vivirá menos y entonces él usará el duelo para escribir una obra maestra.
Cuando lo conoció no debió mostrarle aquella debilidad, aquel cansancio. Él interpretó esa melancolía y la rendición de los ojos como la forma en que ama una mujer con mala suerte, alguien que falló en todo como el poeta de la tabaquería, pero con una extraña luz que le gusta porque lo hace brillar como a nadie. Apagar su propio resplandor le había salido bien a Verania. Un día firmó esas hojas y comenzaron los cafés eternos, gourmet para él, sin cafeína para ella.
–En diez minutos va a comenzar la película –le dice Alberto.
Es una novedad que no haya salido el tema, el reclamo hábil, la pregunta que él hace frecuentemente y que ella responde:
–No sé qué pasa, el doctor dice que todo está bien.
Luego otra vez el silencio, pero más cargado. Así que antes de entrar al cine, Verania va al tocador.
–Le conté 10 graves y ninguna palabra que termine en era, ninguna –le cuenta al espejo.
Ya con la puerta cerrada y el excusado enfrente, saca las pastillas con flechas que indican cuándo tomar cada una. Pasando saliva se traga la del viernes y llora otra vez sin palabras, sin versos ni esdrújulas.
6 Comentarios
Precioso cuento, lo disfruté mucho en su originalidad y de cara a la realidad más cruda.
ResponderEliminarUn gusto pasar por acá.
La infructuosa comunicación. Es usual que vivamos instrospectivamente, elucubrando, malentendiendo señales, viviendo en todos los tiempos y lugares a la vez, mientras los otros emiten señales que parecen ecos indescifrables provenientes de la hundida Atlántida.
ResponderEliminarUn relato perfecto.
Abrazos y felicitaciones, mi querida Alma Karla.
Me encantó. Leí sus cuentos de un tirón y los encontré fantásticos. La felicito sinceramente y le dejo mis respetos junto a mis mejores deseos para este año. Saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias por sus palabras. Valoro enormemente sus comentarios.
ResponderEliminarAlma Karla, se siente la asfixia en el cuento. Es como una telaraña... una enredadera... ahi va... termina en -era.
ResponderEliminarun abrazo
Bonito, muy bonito
ResponderEliminarAtte Jesus Quijas