CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Sin haber cumplido aún treinta años, Luis Mesa Bell contaba en 1932 con un abultado currículo: junto con formar parte del movimiento socialista Nueva Acción Pública y de haber sido iniciado en la Logia Masónica Hermes 52, se desempeñó como director de los diarios El Correo de Valdivia y La Crónica de Santiago y como editor en La Nación, además de participar en la fundación de varios medios escritos de marcado tinte político. Tal vez por este motivo, el propietario de la revista Wikén, el argentino Roque Blaya, decidió contratarlo primero como colaborador, luego redactor y finalmente director del semanario, ascensos que se concretaron en cuestión de meses.
En sus comienzos, cuando Carlos Cariola figuraba como director, Wikén hizo gala de un estilo mucho más frívolo y amigable que aquél que adoptaría posteriormente. Sin embargo, a medida que avanzaban los números, el semario fue experimentando una mutación gradual en su contenido dejando atrás notas livianas como “Chicas bonitas de los barrios de Santiago” o “Rebeca Opazo Tagle es una muchacha a la moderna / Pero cree en el amor y no le gusta fumar” por otras con contenidos mucho más agresivos como el siguiente: “Braden Cooper Company burla al fisco en más de 30 millones. Sensacionales detalles de este escandaloso asunto. El compromiso del gobierno en estas entidades”.
Pese a que en sus editoriales optó por tomar palco durante la República Socialista del aviador Marmaduke Grove y luego en la contrarrevolución de Carlos Dávila, finalizada la breve dictadura de este último, la transformación de Wikén en una publicación ideológica ya era cabal. En su editorial del 17 de septiembre, escrita lo más probable por Luis Mesa Bell, tituló con la punzante pregunta “¿Dónde está Grove?”.
“Durante el gobierno socialista del señor Dávila no se podía nombrar la palabra Grove –consignó en su parte central-. Su nombre había sido colocado al margen de las columnas de prensa y debía sonar oficialmente como una blasfemia de una negación a la patria. Y fue precisamente Grove quien hizo la revolución socialista, y a cuyo conjuro el Ejército atrajo a su alrededor las simpatías del pueblo que ya parecían perdidas por completo”.
El nombramiento de Luis Mesa Bell como director de Wikén se produjo en octubre de 1932 y significó la consolidación del estilo agresivo e ideológico, semejante al que ya había desarrollado el periodista a la cabeza del diario La Crónica. Así se fueron sucediendo en sus páginas denuncias sobre los corredores de la bolsa negra, los servicios de aseos y jardines, las Milicias Republicanas -civiles de clase alta con entrenamiento militar y armas de fuego, amparados por el gobierno de Arturo Alessandri Palma para contener levantamientos revolucionarios y en cuyo cuartel general se infiltró Mesa Bell disfrazado de gásfiter-, además del tráfico de morfina, heroína, cocaína y opio en el puerto de Valparaíso.
Sin embargo, su investigación más importante –la última que llevó a cabo- tuvo que ver con la desaparición del profesor primario Manuel Anabalón Aedo. Desde el inicio del primer reportaje referido a lo que la opinión pública comenzó a llamar “caso Anabalón”, aparecido el 22 de octubre de 1932, Mesa Bell hizo gala de su pluma grandilocuente, agresiva y sensacionalista que constituía su marca registrada:
“¿Cuatro y no sólo Anabalón fondeados por la dictadura de Dávila?
-Revelaciones inéditas sobre la desaparición del profesor de Antofagasta.
Las madres de todo el país han sentido tambalear sus corazones ante el misterio de aquel profesor de 20 años que desapareció en las fauces mismas de la Sección de Investigaciones.
Sin otro delito que una mentalidad puesta al servicio de los obreros, el profesor Anabalón, maestro primario de Antofagasta, aparece ahora como nueva víctima de las dictaduras que el oro de la burguesía imperante levanta para detener el avance de las ideas que amenazan con derrumbarlas...”.
La institución a la que Luis Mesa Bell hace referencia en su denuncia corresponde a la Sección de Seguridad de Investigaciones, policía secreta creada a fines de la década del 20 por el Presidente Carlos Ibáñez del Campo para darle un soporte legal a la represión política de su dictadura. Administrativamente, este grupo dependía del Cuerpo de Carabineros, previo a la creación de la Policía de Investigaciones autónoma y dedicada a la persecución criminal en 1933.
A partir de esta publicación, surgieron las primeras grietas en la plataforma de impunidad que mantenía a los agentes en calidad de intocables, lo que explica la destemplada reacción surgida desde los altos mandos que no descartaron recurrir a todo tipo de métodos –unos más santos que otros- para silenciar las denuncias de Wikén.
Tal era la convicción del periodista del acierto de sus afirmaciones, que no dudó en calificar a la policía secreta como una auténtica “mafia chilena”. Precisamente, por contar con todas las facilidades para ocultar sus crímenes “(...) las flagelaciones más horripilantes, los secuestros arbitrarios y las detenciones más abominables quedaban sin castigo alguno (...) Nadie ha recibido castigo por ello (...) –denunciaba Mesa Bell-. (Por el contrario) procesos silenciados, órdenes de libertad condicional, fronteras abiertas”.
Más adelante, el periodista informó detalladamente sobre las últimas horas con vida de Manuel Anabalón. Catalogado de subversivo por los agentes del régimen de facto del Presidente Carlos Dávila –Anabalón militaba en el Frente Único Revolucionario, movimiento afín al Partido Comunista-, se le embarcó en Antofagasta, junto a otros prisioneros políticos en el vapor Aisén con dirección al sur. Al llegar a Valparaíso, fue puesto a disposición de las autoridades marítimas del puerto, oportunidad en que se le perdió el rastro. En esta parte del relato, el reportero sabueso lanzó su más grave acusación: “La Sección de Seguridad es responsable de la muerte de Anabalón. Rencoret (en ese momento Prefecto de Investigaciones de Valparaíso) es asesino de Anabalón”.
En los números sucesivos, Wikén fue entregando nuevos antecedentes del caso. Por ejemplo, la ubicación exacta del cadáver del profesor en las profundidades del muelle de Valparaíso (mientras Luis Mesa Bell agonizaba de los golpes recibidos de sus secuestradores sobre un charco de agua, los restos de Manuel Anabalón eran rescatados desde las profundidades del mar en medio de una gran expectación entre los porteños presentes, quienes seguían las labores de descenso y ascenso del buzo Federico Fredericksen de acuerdo a las instrucciones del Ministro en Visita, Luis Baquedano).
Además, el semanario calificó de “prontuarios” las hojas de vida de algunos funcionarios de la policía, supuestamente involucrados en éste como en otros crímenes, entre ellos el propio Rencoret, el director de Investigaciones Armando Valdés, el prefecto Carlos Alba, el subprefecto Fernando Calvo y el agente Carlos Vergara Rodríguez, apodado Guarango en el mundo del hampa. En el título de uno de estos artículos, publicado a fines de 1932, Mesa Bell acabó por firmar su sentencia de muerte: “La Sección de Seguridad: vergüenza y baldón del cuerpo de carabineros”.
Las represalias no tardaron en llegar. Roque Blaya fue agredido por un sujeto con un laque -bola de acero sostenida por un mango de goma- a la salida de un restaurante del cerro San Cristóbal y que, según las averiguaciones del equipo de Wikén, se trató del mismo Guarango. Para su fortuna, el argentino salvó ileso del ataque.
Las oficinas de Wikén, ubicadas en Amunategui 86, fueron asaltadas, “operativo” en el que desaparecieron varios ejemplares del último número publicado. En todo caso, se trató de un hecho menor, si se le compara con el asesinato Luis Mesa Bell, ocurrido el 21 de diciembre 1932, cuyo cadáver apareció destrozado al día siguiente en un potrero de Carrascal, en la periferia de Santiago.
PESQUISAS
En el seno mismo del Servicio de Investigaciones hubo alguien que jugó un rol clave en la solución del crimen de Luis Mesa Bell. Se trató del comisario Braulio Muñoz, quien a pesar de la opinión pública adversa y de la animosidad de colegas y superiores, se dedicó a seguir la pista de los asesinos, aun sin contar con todo el apoyo requerido, lo que hizo saber en numerosos informes redactados por él a diferentes instancias.
En menos de una semana, el Comisario Muñoz determinó que los autores del crimen fueron el agente Leandro Bravo y Eugenio Trullenque -este último un aspirante a ingresar al servicio por lo que realizaba trabajos ocasionales-, mientras que el Guarango fue quien dio las instrucciones y proporcionó el arma –un laque de acero, tal vez el mismo con el que se agredió a Roque Blaya- para llevarlas a cabo. Bravo y Trullenque habían confesado el hecho durante una fiesta en la casa de prostitución de Marina Villarroel.
El taxista Joaquín Lagos Zavala, por su parte, fue el encargado de trasladar en su vehículo a Bravo y Trullenque con Mesa Bell secuestrado en su interior, hasta la zona rural de Carrascal, donde este último fue golpeado hasta morir.
Junto a los funcionarios ya mencionados, también se les adjudicó responsabilidad en el delito al Director General de Investigaciones Armando Valdés, al prefecto Carlos Alba y al subprefecto, Fernando Calvo Barros. Todos fueron dados de baja de la institución, condenados con pena de cárcel y amnistiados, más tarde, por el Presidente Alessandri. Previamente y luego de la conmoción del asesinato de Luis Mesa Bell, a través de la una ley orgánica, el gobierno estableció que los Servicios de Investigaciones, Identificación y Pasaportes serían una sola repartición dependiente del Ministerio del Interior y encabezada por el nuevo Director General, Pedro Álvarez Salamanca.
7 Comentarios
Parece el resumen de una buena novela policial, pero sabemos que forma parte de una verdad ingrata. Un suceso inborrable en la historia del periodismo chileno.
ResponderEliminarNotable.
Exclente texto amigo Claudio, siempre en la línea de lo notable, preciso y enriquecedor. Gustazo leerte y poder entrar de un modo novedoso en lo no contado de lo chileno tan próximo y desconocido para mi no por falta de ganas sino de data al respecto. Recuerdo haber husmeado en la red a propósito de Mesa Bell por un cometario tuyo, con esto completo el panorama y referencio lo comentado en aquel entonces.
ResponderEliminarTe felicito y qué bueno que arranques el año con todo! Abrazos
Interesante, no hay cómo saber de estas cosas sino a través de sus escritos. Lo saludo y lo felicito! Feliz 2012!
ResponderEliminarMuchos años más tarde, otro hecho igualmente horrendo acabó con la vida del periodista José Carrasco Tapia. Fue una señal que se le envió a toda la prensa bajo dictadura, para que entendieran que la verdad no era juego de niños.
ResponderEliminarCoincido! Notable, escribe muy bien sobre estos temas. Lo comparto entre mis contactos, le dejo saludos y mis mejores deseos.
ResponderEliminarBuen texto, amigo Claudio.¿Será éste el primer asesinato de un periodista en Chile por denunciar hechos tan turbios como los que usted describe?Lo que está muy claro es que no fué el último, recordemos a José Carrasco.
ResponderEliminarExcelente artículo, muy bien podría ir como parte final del epílogo de la novela de Claudio, "Carrascal, bocabajo". Esto reforzaría el carácter histórico de esa bien tramada narración, y aclararía, para el ámbito internacional, mucho en la comprensión de la novela, porque pondría a jugar el aspecto histórico de la narración con su naturaleza ficcional. Me da la impresión de que esta historia (incuestionablemente literaria) pudiera ganar mucho más en verosimilitud. Una de las tantas cosas interesantes de tu novela, Claudio -junto a la perspectiva del lenguaje y la perspectiva de los personajes mediante sus propios e individuales discursos que de hecho se hace un solo gran discurso- es que en ella se conjugan lo histórico, lo político, lo literario y lo policiaco y, muy posiblemente asimismo, lo testimonial, ya que todos los personajes (ahora me doy cuenta) son reales, existieron (década de 1930 en Chile), y con ello "Carrascal, bocabajo", más allá de ser buena literatura, se convierte indiscutiblemente en documento histórico de denuncia sobre los crímenes que cometían las dictaduras corruptas de derecha sobre los movimientos de izquierda, principalmente comunistas. Pero que como una aparente paradoja se convierte a la vez en un documento de denuncia en contra de todas las dictaduras y gobiernos autocráticos como hoy en día pueden ser el castrista en Cuba, el chavismo radicalizado en Venezuela, como lo fue la dictadura de Pinochet en Chile y como lo podría ser en cualquier momento, si ya en lo que atañe a la libre expresión y a la prensa no lo es, el Movimiento Ciudadano de Ecuador. Y simplemente porque las dictaduras de derecha, de izquierda y los gobiernos autocráticos son eso: tiranías, extremos que se tocan y se dan la mano. El sentido de "lo dictatorial" de esta novelística (recordar a Alejo Carpentier con El recurso del método, Gabriel García Márquez con el otoño del patriarca, Mario Vargas Llosa con la Fiesta del Chivo, Augusto Roa Bastos con Yo el Supremo, Miguel Angel Asturias con El señor presidente, entre muchas otras) en la que se encuentra insertada "Carrascal, bocabajo", es la que hace que cualquier lector sensible la lea y la sienta como suya, pueda identificarse con los desprotegidos que de alguna manera y a su manera, desde la perspectiva idealista histórica que le toque (a los desprotegidos, digo)sientan que por Luis Mesa Bell o el profesor Anabalón hay que clamar justicia, como mismo la están pidiendo hoy en día en Cuba los espíritus de Orlando Zapata Tamayo,Laura Pollán y Oswaldo Payá Sardiñas en la voz de sus seguidores, que ya son muchos para no decir miles y hasta millones. Y es porque simplemente no se trata de ideologías ni de sistemas, sino de engañados, explotados y de Justicia. Por todo ello te doy las gracias, Claudio, por este artículo y por tu hermosa novela, Manuel
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