Recuerdo las clases de catesismo con mucho pesar. Como asistía a un colegio católico eran todos los días a la misma hora, lo cual causaba un gran tedio. Ingresábamos al aula temprano y lo primero que hacíamos era persignarnos, luego abrir el cuadernito y oir las consideraciones de la maestra. Unos diez minutos antes de sonar la campana, repasábamos varias veces las oraciones de cabecera y los preceptos de la iglesia por si nos tocaba en suerte ser elegidos por el padre para una clase especial.
Esas sesiones especiales en la parte trasera de la capilla consistían en lecciones orales de lo aprendido o en exposiciones debidamente justificadas sobre un tema planteado por el padre. Considerando que era buena para las lecciones y otros tipos de tests, no me aproblemaba por eso, sino por tener que dar mi opinión sobre la vida frente a mis compañeros. Para cuando debíamos pasar por esta prueba estábamos en los últimos tres años del ciclo, por lo cual habiendo arrancado desde el preescolar y habiendo compartido unos cuatro años con esos niños, me tenían bien identificada y sabían qué diría, y sabía por mi parte qué sanción verbal o gestual recibiría por ello. Horrible, horrible.
Durante la misa por lo único que rezaba era porque no fuésemos los elegidos. Una vez sucedida la desgracia procuraba pasar lo más desapercibida posible en el saloncito marrón en que nos reuníamos, ubicándome muy cerca de la biblioteca, la única de la cual no sacaría un solo libro porque no eran más que distintas versiones de biblias y manuales de educación religiosa.
Era realmente dificil escapar de la mirada inquisitiva del padre David. Con un ritmo sigiloso y fugaz miraba a todos y en el mismo acto preseleccionaba a sus víctimas con plena conciencia de desatar una polémica que siempre terminaba con él como el de la palabra santa y final, dada su situación de poder y sus años haciendo eso. Con eso en mente era natural que me llamara a mi.
Lorena, al frente. Ahí estaba firme como estaca y con la mente en blanco como clavada en el infinito. Recite el Credo, decía, y de inmediato me hacía mi versión opuesta en la mente mientras mi voz cantaba tal como me habían enseñado a hacerlo: "Creo en Dios Padre Todo poderoso" bla, bla, bla. Yo digo: No creo, no creo una mierda! No creo en dios, no creo en la vida, ni en el futuro, ni en el destino.. No creo que yo desde esta edad pueda hacer nada por dejar de sentirme así de inútil... incompleta... insuficiente... derrotada antes de empezar a andar.. juzgada e incomprendida.. infeliz! No creo que pueda ser feliz, no yo.
Luego de rendir había que oir la charla, oir hablar de sueños y esperanzas, reflexionar sobre el futuro y esperar que dios nos cuide de todo lo malo de la vida.. Qué odio, cuánta frustración me producía todo aquello, todo lo rechazaba desde lo más profundo de mi corazón porque no creía desde entonces en nada y de a poco me encaminaba al fracaso, este fracaso en el que vivo.
Hoy recuedo esos episodios y recuerdo esa frustración, noto que vivo eso que pensé. No sé si es culpa de haber pensado así.. ¿será por incrédula? ¿será por pesimista? ¿por idiota? Todo mal!! No creo hoy tampoco en nada. Ya no creo que pueda ser feliz, no creo en ese pseudo talento que a veces parece que tengo, no creo que pueda ser alguien en la vida.. ni para mi ni para nadie.. Ya no tengo clases de religión, ya ni voy a misa, ya ni tengo que recordar oraciones ni preceptos.. ya vivo bajo mi predicamento.
Esas sesiones especiales en la parte trasera de la capilla consistían en lecciones orales de lo aprendido o en exposiciones debidamente justificadas sobre un tema planteado por el padre. Considerando que era buena para las lecciones y otros tipos de tests, no me aproblemaba por eso, sino por tener que dar mi opinión sobre la vida frente a mis compañeros. Para cuando debíamos pasar por esta prueba estábamos en los últimos tres años del ciclo, por lo cual habiendo arrancado desde el preescolar y habiendo compartido unos cuatro años con esos niños, me tenían bien identificada y sabían qué diría, y sabía por mi parte qué sanción verbal o gestual recibiría por ello. Horrible, horrible.
Durante la misa por lo único que rezaba era porque no fuésemos los elegidos. Una vez sucedida la desgracia procuraba pasar lo más desapercibida posible en el saloncito marrón en que nos reuníamos, ubicándome muy cerca de la biblioteca, la única de la cual no sacaría un solo libro porque no eran más que distintas versiones de biblias y manuales de educación religiosa.
Era realmente dificil escapar de la mirada inquisitiva del padre David. Con un ritmo sigiloso y fugaz miraba a todos y en el mismo acto preseleccionaba a sus víctimas con plena conciencia de desatar una polémica que siempre terminaba con él como el de la palabra santa y final, dada su situación de poder y sus años haciendo eso. Con eso en mente era natural que me llamara a mi.
Lorena, al frente. Ahí estaba firme como estaca y con la mente en blanco como clavada en el infinito. Recite el Credo, decía, y de inmediato me hacía mi versión opuesta en la mente mientras mi voz cantaba tal como me habían enseñado a hacerlo: "Creo en Dios Padre Todo poderoso" bla, bla, bla. Yo digo: No creo, no creo una mierda! No creo en dios, no creo en la vida, ni en el futuro, ni en el destino.. No creo que yo desde esta edad pueda hacer nada por dejar de sentirme así de inútil... incompleta... insuficiente... derrotada antes de empezar a andar.. juzgada e incomprendida.. infeliz! No creo que pueda ser feliz, no yo.
Luego de rendir había que oir la charla, oir hablar de sueños y esperanzas, reflexionar sobre el futuro y esperar que dios nos cuide de todo lo malo de la vida.. Qué odio, cuánta frustración me producía todo aquello, todo lo rechazaba desde lo más profundo de mi corazón porque no creía desde entonces en nada y de a poco me encaminaba al fracaso, este fracaso en el que vivo.
Hoy recuedo esos episodios y recuerdo esa frustración, noto que vivo eso que pensé. No sé si es culpa de haber pensado así.. ¿será por incrédula? ¿será por pesimista? ¿por idiota? Todo mal!! No creo hoy tampoco en nada. Ya no creo que pueda ser feliz, no creo en ese pseudo talento que a veces parece que tengo, no creo que pueda ser alguien en la vida.. ni para mi ni para nadie.. Ya no tengo clases de religión, ya ni voy a misa, ya ni tengo que recordar oraciones ni preceptos.. ya vivo bajo mi predicamento.
11 Comentarios
Una forma de narrar honesta, fluida, visceral, cotidiana.
ResponderEliminarLorena evoca esos años inútiles, esas horas inútiles, obligadas, arbitrarias, donde el inmenso poder del sistema religioso, estatal, cultural, caía sobre las cabezas inocentes, de todos los que fuimos inocentes entonces, y ahora, aplastando prematuramente gran parte de nuestra libertad de vivir y pensar y sentir.
Un fuerte abrazo mi querida Lorena.
Nada más insufrible que las clases de religión y tener que aprederse todo el verso de las canciones, oraciones y el Rosario! Dios nos libre de tanta burro-cracia.
ResponderEliminarRecuerdo que ya fuesen curas o profesores de religión, no tenían escrúpulos para repartir coscachos a los borreguitos que no se aprendían con prontitud las lecciones.
ResponderEliminarDirían que esas clases son traumas que llevamos adheridos para siempre.
Buena historia, Lorena.
Mala, mala alumna. Respete la autoridad del sr Padre todo poderoso o le partirá la cabeza con un rayo. Luego se queja de sus infortunio y anda peleando con los que mandan XX)
ResponderEliminarReconozco que soy políticamente incorrecto hasta para disentir, Lorena. Soy, y así me declaro, agnóstico convencido y humanista. Creo en el universo y sus leyes y creo en que el ser humano se inventa mitos para justificar lo que no conoce o no comprende.
ResponderEliminarPero sin embargo yo también fui educado en un colegio católico y dentro de una familia radicalmente religiosa, y aunque mi recuerdo de los sacerdotes de aquellos años es el de casi todos los niños de esa época (hablo de los años 60/70), no siento ninguna aversión especial por las clases de religión; al menos no más que por las de otras materias.
Un relato que me llevó de la mano al mundo de los recuerdos perdidos en los rincones de la mente.
Un abrazo, Lorena.
Uy!!!!! Me gustó esa voz en off. Esa resistencia silenciosa encerraba mucha sabiduría. Yo tampoco soportaba esas clases y hasta el día de hoy pienso que no debiéramos financiarlas con nuestros impuestos. El que quiera celeste que le cueste, pero que no me jodan mi bolsillo.
ResponderEliminarAbrazos Lore
Soy uno de los que jamás tuvimos una clase de religión,educado en colegio público desde el así llamado Kindergarden,hasta que egresé de la Universidad,por lo tanto no tuve la experiencia que usted describe.Sin embargo su relato, señorita Lorena, está muy cerca de lo que yo oía de muchos amigos que si fueron educados en colegios de esa naturaleza. Bueno, me gustó su narrativa.
ResponderEliminarhay que acreditar
ResponderEliminaro
hay que caminar...
caminnado se hace el camino
abrazo serrano
y si el creador fuera más malévolo de lo que imaginamos, Lorena???? Por ejemplo, que se encuentra aplicando un proyecto donde no seamos más que ratas de laboratorio destinadas a sufrir llevando una y otra vez la roca hacia el monte. ¿Glup!
ResponderEliminarClaudio nos impone una visión bergmaniana. La de un posible dios aplastador, que interpreta una comedia del absurdo con sus títeres humanos.
ResponderEliminarUy.. y si el creador me quiere re-crear o des-crear por no creer! Y bueno, pensé según sentí y vivi en función de ambas acciones. No me arrepiento de ninguno de mis pecados. Al final, fui YO.
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