Por Pablo Cingolani
A veces, uno ya no
sabe qué decir, qué pensar, qué sentir. Que en la mismísima sede de gobierno
del estado boliviano, a dos cuadras de donde se encuentra el propio palacio presidencial,
la policía haya vuelto a reprimir a los niños que son parte de la IX Marcha
Indígena –como sucedió el año pasado en Chaparina-Beni, con los niños y niñas
de la VIII Marcha-, te deja sin palabras, con una sensación absoluta de vacío e
impotencia.
A estas alturas,
en verdad, el maltrato y el desprecio permanente al cual son sometidos los
indígenas que marchan no sólo ya resulta escandaloso e inconcebible, sino que
provoca sobre todo tristeza, mucha tristeza, y vergüenza, mucha vergüenza.
El gobierno
tendría que entender una cosa: los indígenas que marchan son, ante todo, seres
humanos y como tales, deberían ser respetados. Esto no sucede. Esto,
inconcebible y lamentablemente, no sucede. Ver las imágenes de la represión
policial al campamento urbano de los marchistas –los niños asustados, los niños
más que asustados, los niños que algunos evacuaron como pudieron para que no
sufran más daños de los que ya vienen padeciendo- no sólo estremece y cuestiona
el más mínimo y elemental sentido de convivencia, sino que sacude y perturba las
fibras más íntimas de la condición humana.
Es triste, es
tristísimo, porque el accionar del gobierno arroja al tacho esos valores que se
supone nos constituyen en una sociedad organizada, pero a la vez sigue abriendo
heridas, heridas dolorosísimas, que tardaran años, décadas, siglos o lo que es
peor: que jamás se cicatrizarán.
¿Dónde está la
valentía y la dignidad y la soberanía de usar el aparato coercitivo del estado
contra niños indefensos?
¿Dónde queda el tan
proclamado amor al pueblo y la lucha contra la discriminación frente a una
nueva muestra de barbarie policial contra los más vulnerables?
¿Quién responderá
frente a la historia por tantos agravios gratuitos, por tanta insensibilidad
manifiesta, por tanto daño perverso hecho a hombres y mujeres que sólo reclaman
lo que ellos creen justo, y especialmente a sus hijos que los acompañan?
Creo que el punto
ya no es si se realizará o no la consulta del gobierno, si se construirá o no
una carretera, si se protegerá o no al bosque, creo que el dilema es –y es en
verdad angustiante-, si como sociedad y como estado, vamos a seguir tratando a
los hermanos indígenas como si fueran parias, como si fueran enemigos, como si
fueran basura, como si fueran mierda.
Respetamos a los
indígenas o no los respetamos. Respetamos sus derechos humanos o no los
respetamos. Esa es la verdadera encrucijada de la hora y es realmente
vergonzoso que en pleno siglo XXI, en el marco del estado plurinacional y la
consagración universal de los derechos indígenas, haya pasado lo de hoy, y que
esto ya parezca recurrente y siga sucediendo. Si yo fuera el gobierno, pediría
disculpas.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 5 de
julio de 2012, 17:00
2 Comentarios
Lo más fácil y lo más cobarde que puede y que suele hacer un gobierno es desplegar la fuerza policial represora contra personas desarmadas que sólo reclaman lo que les parece justo.
ResponderEliminarEs lamentable que un gobierno al que desde afuera hemos visto como positivo y necesario para Bolivia, envía o aliente o no sepa detener a la fuerza policial.
Avanti avanti. Los pueblos han vuelto a tomarse la vanguardia.
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