Etnocidio y heterotopía en
América Latina, a la luz de Pablo Cingolani
“¡Basta!, ¡basta! ¡Ya está bien de usar el Poder para
someter a los hombres!
¡Cuídate mucho de ir trazando a los demás el camino
que deben seguir!
¡Apaga esas claridades! ¡No estorbes mis pasos!
Mi andar es errático y tortuoso. ¡No me entorpezcas!”
Chieh Yu, “el loco de Ch´u”, siglo VI antes de nuestra
era (1)
I)
¡Cuídate mucho de
ir trazando a los demás el camino que deben seguir!
Cierta “familia intelectual” de Occidente ha
manifestado, en muy diversos registros, una llamativa simpatía ante aquellos que, como el loco de Ch´u, pretendieron
negar todos nuestros caminos; y
persistieron en su marcha por sendas “erráticas” y “tortuosas”, viviendo en la
penumbra, lejos de las claridades de
nuestra formación cultural. Gentes “desaviadas”, a veces “descarriladas”, que
conservaban el coraje de decir “¡No!” a toda la cadena conceptual de la
civilización greco-cristiano-ilustrada, a todo su “mito de la Razón”, a todas
sus “supersticiones científicas”, a todo su proyecto universalista
(“globalizador”, vale dicer: neo-imperialista), a toda su metafísica del Progreso, de la Historia Continua, de la Redención
de la Humanidad y a toda la microfísica
de un liberalismo voraz, soldado a la fractura social y a la coerción política
–a la dominación de clase y a la opresión del Estado.
Indígenas de todos los continentes,
determinadas culturas orientales, movimientos filosóficos como el taoísmo o el
quinismo, pueblos nómadas, enclaves rurales marginales,… despertaron, por su
“diferencia”, el interés de investigadores y escritores en sí mismos también
“distintos”: antropólogos no-académicos, extremadamente críticos con su propia
disciplina; filósofos involucrados en la deconstrucción de la tradición
onto-teo-teleológica occidental, en la denegación (siempre “relativa”) del
logocentrismo; escritores que corrieron al encuentro del otro para
erigirlo en seña y patrón de su literatura,…
Diferencia que se aproxima a la diferencia, el
loco de Ch´u a un lado y a otro de la mirada, como sujeto que indaga y objeto
del estudio. Y encontramos entonces a Pierre Sloterdijk y a Michel Onfray
revisitando, con intenciones aviesas,
a los quínicos; a Emmánuel Lizcano cantando a los taoístas; a Chantal Maillard
saludando a las culturas de la India; a Antonio Tabucchi, Félix Grande y
Bernard Leblon reivindicando a los gitanos; a Robert Jaulin y Pierre Clastres
diciendo “lo apenas dicho” a propósito de los indígenas de América y de
África,… Y, en esta estela, hallamos también a Pablo Cingolani, una urdimbre de
la antropología, de la filosofía y de la literatura, con un libro que ha huido
ya de sus manos: Nación Culebra. Una mística de la Amazonía.
II)
¡Basta! ¡Basta! ¡Ya está bien de usar el Poder para someter a los
hombres!
Como Clastres, como Jaulin, como nosotros en
La
bala y la escuela, P. Cingolani pone encima de la mesa la cuestión del
“etnocidio” y de la “heterotopía”…
Etnocidio siempre; y, muy a menudo,
“genocidio”: muerte de las culturas y exterminio de las gentes. Civilizaciones
asfixiadas o contaminadas, y cientos de miles de hombres y mujeres asesinados.
Los pueblos indígenas de América Latina saben demasiado de este crimen que no cesa. Lo horrible es,
además, que todos conocemos a los responsables de las matanzas y del
aniquilamiento cultural; y, o bien miramos a otra parte (nuestras “vidas no
decididas”, que diría Heidegger; nuestros intereses particulares, nuestros proyectos
individualistas; la mugre que crece debajo de nuestras uñas y entre los
pliegues de nuestros ombligos), o bien miramos de frente, lo vemos todo y
“seguimos adelante” (definición moderna del “cinismo”: conocer la infamia de lo
que se hace y perseverar en esa degradación). Todos conocemos a los
responsables del etnocidio y del genocidio, todos
nos conocemos en tanto occidentales: nuestras empresas, nacionales o
multinacionales; nuestros gobiernos, liberales o socialistas; nosotros mismos,
como consumidores compulsivos y
productores mecánicos. Puesto que, a
fin de cuentas, el Sistema somos todos,
nosotros borramos culturas de la faz de la tierra y nosotros matamos a los
hombres que no se nos parecen… Las multinacionales, los Estados, las ideologías
neo-liberales, etc. son nuestros
instrumentos: nos surten la vida que llevamos y que queremos llevar.
Cingolani sigue hablando del etnocidio en la
Amazonía; y sus palabras caen sobre las de Jaulin y Clastres como si quisieran
levantar una empalizada pro-indígena y contra
la apisonadora occidental. Una empalizada contra el rodillo compresor de la
Modernidad: abarcia (hambre de perro) de oro, cueste la sangre que cueste… Oro
ajeno y sangre india.
III)
¡Apaga esas claridades!
Hace unas semanas, Pablo Cingolani partía
rumbo a Puerto Maldonado, en la Selva Sur del Perú, en una expedición que tenía
por objeto facilitar el acesso de un grupo de indígenas Ese Eja a su territorio originario, ancestral, que llaman Topati. No muy lejos de Puerto
Maldonado, me recordaba Pablo en un correo electrónico, fue asesinado, a sus
veintiún años, Javier Heraud, el poeta-guerrillero, otro gran detestador de
nuestra cultura… ¿Qué le lleva ahí? ¿Qué llevó a Clastres a las regiones guaraníes de Paraguay? ¿Qué le llevó mas
tarde donde los guaraníes de Brasil y
por qué tanta gente interpretó su muerte como un suicidio por los cambios que
había constatado entre “sus” indígenas? ¿Qué empujó a Jaulin hasta el Chad,
para rehacerlo “con” los sarah y
forzarle a escribir La muerte Sara? ¿Qué le movió, después, a instalarse entre los
Bari de las selvas colombo-venezolanas, experiencia que fructificó en otro
bello trabajo: La paz blanca? ¿Qué nos incitó, en 2005, a visitar los poblados
chiapanecos de la Selva Norte y, al
año siguiente, a convivir con una familia zapoteca
de la Sierra Juárez de Oaxaca? Cingolani, como Jaulin y Clastres, como
nosotros, corre tras la heterotopía…
“La Utopía (occidental) ha perdido su
inocencia” es el título, tan sugerente, de un artículo de Sloterdijk. En esa
línea, nosotros hemos hablado de “El mal olor de la Utopía”. Nuestro imaginario
colectivo concibe la “utopía” como un orden ubicado, en tanto posibilidad, en el futuro; y realizable
“aquí”, en estos territorios.
Encerraría un conjunto de ideales, de
algún modo “aplazados”, por cuya materialización habría que luchar conscientemente.
Pero, al mismo tiempo que la Utopía se acunaba en tantos libros, nuestros
militares, nuestros misioneros, nuestros educadores, nuestros investigadores,
nuestros “filántropos”,… arrasaban comunidades en las que aquellos ideales estaban efectivamente presentes (ausencia de
propiedad privada, de extracción de la plusvalía, de división social, de
mercado, de despotismo político, de individualismo egoísta, de pensamiento
expansivo y avasallador,…). La Utopía, que en el fondo de nosotros mismos sabíamos
inalcanzable, y por tanto “mentira”, nos servía para justificar (al estilo
“progresista”, “comprometido”, “solidario”…) la permanencia en puestos de
reproducción del orden capitalista, en posiciones de complicidad con el
Opresor. Jugaba así un papel muy importante en los procedimientos de racionalización,
de auto-engaño, de los intelectuales de izquierda, de los “sabios” y
“académicos” reformistas, de los políticos “transformadores”… Asunto siempre de
“privilegiados”, podía alimentar circunstancialmente un peculiar refinamiento del cinismo: “se me
perdonará mi oficio mercenario y mi estilo burgués de vida porque proclamo creer en la Utopía”.
Huele hoy tan mal la Utopía, que, en nuestro
entorno cultural, a “los mejores de los peores” (intelectuales extraviados,
académicos anti-académicos, sabios “populares”, políticos ultraprogresistas,…)
no les vale ya como donación del sentido de sus existencias. Y caen
entonces, caemos, en los brazos de la heterotopía: luchar por una belleza y una
dignidad que no “soñamos” en el futuro, sino que “vemos” en el presente, que
percibimos hoy mismo, “ya”, aunque no aquí,
nunca en nuestro territorio, solo y siempre en
otra parte. Contra la Utopía (el Ideal aquí, pero mañana), sostenemos la
Heterotopía (el Ideal hoy, pero en otra parte) (2).
IV)
¡No estorbes mis pasos!
La versión latinoamericana contemporánea de
la Utopía se cifra en un Estado-Nación “transformador”. Es el aliento de
Chávez, Correa, Evo Morales,… Es el “telos” de la Alianza Bolivariana… Pero el
Estado siempre fue “el enemigo del indio”; y constituye hoy el principio del
fin de su autonomía política y de su idiosincrasia cultural. Por ello, las
relaciones de tantos antropólogos “diferentes”, de tantos investigadores
“no-convencionales”, del mismo Pablo Cingolani, todos adeptos de la
heterotopía, con la Administración, con la ley positiva del país, con los
poderes políticos y económicos, con las jerarquías, con el Capital y el Estado
en definitiva, son complejas, difíciles, y no nos importa añadir que, en alguna
medida y en determinados momentos, “turbias”.
El 5 de julio, Cingolani enviaba un correo
electrónico a sus contactos, reseñando el último desbocamiento de la brutalidad
policial contra los indígenas de Bolivia:
“A veces, uno ya no sabe qué decir, qué pensar, qué sentir. Que en la mismísima sede de gobierno del estado boliviano, a dos cuadras de donde se encuentra el propio palacio presidencial, la policía haya vuelto a reprimir a los niños que son parte de la IX Marcha Indígena –como sucedió el año pasado en Chaparina-Beni, con los niños y niñas de la VIII Marcha-, te deja sin palabras, con una sensación absoluta de vacío e impotencia (…). ¿Dónde queda el tan proclamado amor al pueblo y la lucha contra la discriminación frente a una nueva muestra de barbarie policial contra los más vulnerables? ¿Quién responderá frente a la historia por tantos agravios gratuitos, por tanta insensibilidad manifiesta, por tanto daño perverso hecho a hombres y mujeres que sólo reclaman lo que ellos creen justo?
Y es, esta vez, un presidente indio el que “estorba los pasos” de sus hermanos…
Y es, esta vez, un presidente indio el que “estorba los pasos” de sus hermanos…
V)
Mi andar es errático y tortuoso
Mi andar es errático y tortuoso
Desde la heterotopía y frente al etnocidio, se despliega un peculiar ejercicio de escritura: hablar “de los otros” para combatirnos, ensalzar lo ajeno para denigrar lo propio, saludar a las otras culturas para despedirse de la nuestra. Se efectúa un “acto de lecto-escritura”, un “rescate selectivo y productivo”, una “deconstrucción”, en jerga de Derrida; una “re-creación artística”, como la que operó Artaud ante los cuadros de Van Gogh… Se produce una “interpretación” de la alteridad que cuestiona nuestras propias señas civilizatorias, una “lectura” de lo otro que atenta contra nuestros rasgos identitarios. No existe, a nuestro alcance (lo argumentamos en “Desescolarizar el pensamiento…”), una verdad “cósica” de la otredad cultural; no existe, bajo nuestro poder de intelección, un “sustancia” de la diferencia psicológica susceptible de exhumar y registrar. La idiosincrasia indígena (como la gitana, la taoísta, la hindú,…) escapa por mil puntos a nuestras técnicas de exégesis, a nuestra forma de racionalidad, a nuestros afanes hermenéuticos. Pero no poder acceder a su verdad tampoco nos obliga a callarnos: Clastres no cesa de criticar el capitalismo occidental en todos y cada uno de sus ensayos sobre el mundo indígena (La sociedad contra el Estado es el título de su obra fundamental, reeditada reciente mente por Virus). Más que transmitirnos la “esencia” india, la “verdad” primitiva, denuncia la podredumbre occidental, la “mentira” moderna… Jaulin levanta toda una crítica de nuestra formación político-cultural (“totalitaria” y “etnocida”, en su opinión), a partir de sus experiencias entre indígenas y por medio de su escritura sobre lo indígena. Grande, Leblon y Tabucchi muestran las miserias de lo sedentario-integrado al aplaudir el valor de un pueblo nómada-libre. Lizcano ensalza el taoísmo para disparar contra la pretensión de universalidad de la Ratio, para “ensuciar” todas sus categorías fundacionales (“ser”, “sustancia”, “identidad”, “separación”, “concepto”, “ilustración”,…). Chantal celebra la metafísica de la India, que parte de lo inmediato, de lo más próximo, de la tierra, para cuestionar la metafísica occidental, siempre presa de la abstracción, con la mirada perdida en el Cielo.
Sloterdijk y Onfray descubren en los quínicos antiguos la clase de hombre, la forma de subjetividad, a la que quisieran poder abrazarse, y que ya no encuentran en Occidente: no somos “quínicos”, por desventura, sino “cínicos”, algo muy distinto, los peores y los más feos de los hombres. Y Pablo Cingolani nos manifiesta, en clave literaria, desde el interior o el exterior de su intención, en lo explícito o en lo implícito, su desafección hacia el hombre blanco, hacia la cultura occidental, hacia la máquina política y económica del Capitalismo. A ese desamor sabe cada una de las páginas de Nación Culebra –que habla de indígenas, de tribus “no contactadas”, de comunidades “aisladas”; de una Amazonía en peligro donde todos los días mueren árboles, mueren ríos y mueren hombres, en el supuesto de que un
árbol, un río y un hombre amazónicos sean entes distintos, separados. Y es que el desasosiego contestatario de estos “parricidas culturales” (hijos de una civilización exterminadora que han sabido detestar como se merecerá siempre) se alimenta de un alto amor a otra cosa: amor profundo a la “igualdad misteriosa”, que late aún en los pueblos que no nos imitan y entre los hombres que no se nos parecen. Igualdad misteriosa de la que sigue brotando, si bien amenazada, la libertad más concreta.
Pedro García Olivo – La Hainewww.pedrogarciaolivoliteratura.com
NOTAS1) Extraído de Lizcano, E., “El caos en el pensamiento mítico”,
núm. 13 de la Revista Archipiélago.
Este texto forma parte también de Urdimbre, SUPORT MUTU, Castellón, 2003, pp. 7-27.
2) Hablamos de “heterotopía” menos en la línea de Foucault que de Boaventura de Sousa Santos
(“Nuestra América”, revista Chiapas, núm. 12, 2001).
1 Comentarios
Espero que este libro de Pablo Cingolani, Nación Culebra, se difunda a los cuatro vientos. Sé que va en la dirección correcta, aunque el mundo esté girando en la dirección contraria.
ResponderEliminarEsta es una reseña valiosa, conceptualmente precisa, bellamente escrita, muy sentida y honesta, que rescata la esencia del libro del escritor argentino. Autor, reseñador y lector se dan la mano y se la dan a los hermanos indios del Amazonas, creando una indestructible cadena humana. Es el "NO PASARÁN" de los nuevos tiempos.