Por Pablo Cingolani
A los josesanos,
mis hermanos
a los bolivianos, a los argentinos;
a los argentinos, a los bolivianos.
Es tan feliz lo que voy escribir
que no sé por dónde empezar…
Si por las aguas calientes del
río que te agasajan cuando acudes y las navegas con ese fasto que sólo atesoran
los ríos
Si por los niños que se crían a
caballo y uno los sueña siempre rebeldes, siempre libres, siempre niños
Si acaso por Anastasio, y su casa
de adobe y dignidad, su mujer y sus hijos, y ese don que él sólo posee, el de
cuidar el bienestar de los cuerpos, el de estar preocupado también por la salud
de los otros
Que nos hace aún más felices, a
todos
A veces lo que ronda es así: alegre
y tumultuoso como la corriente del río
Sucede que sos capaz de meter la
tristeza y la añoranza en un pañuelo, en una caja, un almanaque antiguo
Y dedicarte a no extrañar, a no
sufrir lo que no es tu sufrimiento
Y ver de frente lo ajeno y lo
propio, lo bello y lo no menos bello porque no sea tuyo
Lo que es de todos y lo que es de
ninguno, la selva en suma, y la gente que vive allí, en la selva
¿Por qué acontecen los árboles y sus
raíces y sus lianas y sus semejantes de flora que se trepan de tus manos a tus
designios a tus pensamientos y no hay angustia ni nada que duela ni dolor
futuro ni menos precio que te acosen?
Zenón Limaco –no el de Elea- viene,
vertical el hombre y declara en la playa de piedras, con voz de escucharse:
Pido perdón por si acaso ayer
ofendí a quien fuera
Ayer fue una borrachera. Hoy es
el destino
Esas son las palabras que ya
olvidaste en las ciudades, ¿esas no son acaso las palabras que deberías
recordar?
Es larga esta memoria de quereres,
de respetos, de la buena gente
¿Serán que los bosques les proveen
de alimentos para el alma?
¿Será que ellos no se esconden y
si aparece el jaguar, le hablan?
¿Será que nosotros ya nos
olvidamos de lo que es un bosque, de lo que es un tigre, de lo que es celebrar
al bosque y al tigre?
Voy y vengo por los senderos, voy
a buscarlo a Anastasio
El me recibe con su sonrisa llena
de arena y de viento, sonrisa vegetal que es imposible rendir, sonrisa de un
hombre que es imposible que lo venzan, que lo humillen, que le impidan reír,
que le impidan ser un tacana
Cuando lo hallo, en el fin de
nuestro mundo, en el centro del suyo
Él me cuenta de los milagros que
hace día a día, con una aspirina o con una planta
Y yo no solamente le creo
Lo valoro y lo quiero
Sino que pienso cuantos
Anastasios harán faltar para poder cambiar al mundo
Caigo en cuenta, cuando sumo,
cuando resto, cuando multiplico Anastasio por mil, por millones
Que Anastasio hay uno solo, y que
está frente a mí
Cada hombre debería cambiar al
mundo
Cada persona en su cifra, su
estar y su ser infinitos
Debería, al menos, intentarlo
Como lo hace Anastasio en su aldea
En el corazón de la selva
En la Amazonía de los poemas
Pero que es solamente suya
Fue entonces que se hizo la noche
y viene el Leoncio y me abraza en la Casa Comunal
Y lo abrazo y él me dice así: no
sabía, Pablo, si te ibas a acordar de mí
Y yo lo abrazo, y él me abraza, y
le digo, hermano…
¿Cómo me podía olvidar de vos?
¿Cómo me podría olvidar de cuando
el río casi nos comió el campamento?
¿Cómo me olvidaría de esas noches
peruanas y clandestinas
De los miedos que tuvimos juntos,
del arroz que comimos juntos
De las alegrías y las lunas que
compartimos?
Nos estamos volviendo viejos,
Leoncio, pero olvidar, no olvidaremos, jamás
Todo eso pasa en la selva, todo
eso te pasa cuando vuelves a la selva, a esa
selva
San José de Uchupiamonas estaba
tan cerca de mi corazón y no volví en nueve años
Te encierras en oropeles y dramas
ajenos y te exilias de la gente que tanto quieres
Te oxidas con el veneno de la
modernidad y no sabes y no respondes al motivo que más te importa, el más propio
Te engañas y no sabes cómo llegar
a un desenlace, a uno bueno, a uno malo, a uno siquiera
Buscas lo vano, lo absurdo de
esta existencia que te impusieron
¿Acaso no hay poesía en las
esquinas desgastadas por el tiempo?
¿Acaso no puedes hallarla si no
lo ves, en la metáfora del caracol, que siempre está presto?
Es tan feliz lo que quise escribir
que no quiero torcerlo
Quiero que encuentre su cauce,
Adentro de tu morada, en lo tuyo
Yo no sé
Pero uno pierde tanto de vida en
tanto adiós a lo no vivido
Uno le da bienvenidas a lo
infausto, a lo que es cruel y que no te provoca nada
Nada nace de la nada –esto deberías
recordarlo siempre
Digo todo esto que escribo porque
nace, me nace
Porque he vuelto de la selva, de
la selva de los tacanas, de la selva de San José
Y me acuerdo de Zenón, de
Leoncio, de Anastasio
Y tal vez esto sirva -¿será?- para
que nadie se olvide de ellos
Nadie nunca jamás debería olvidar
a los hombres con coraje
Nadie nunca jamás debería olvidarlos
Como a Santucho[1]
Nadie debería olvidarlo
Tampoco nadie debería olvidar al
héroe que lleva dentro[2]
Está escondido, en tu selva, la
interior,
Agazapado, como un tigre que
debes domar,
No habla, ni baja línea, pero es
rebelde, revolucionario
Y es tuyo, está adentro tuyo,
esperándote
Hay una selva y un héroe
Adentro y afuera
Son tuyos.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 8 de septiembre de
2012
[1] Santucho, Mario Roberto: fue el ex
comandante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de la República Argentina
y de la revolución armada socialista mundial. Murió combatiendo con las armas
en las manos en 1976, días antes de la posibilidad de que se fusionaran en una
sola organización político-militar, todas las guerrillas existentes en su país.
Era santiagueño y de raíces quechua como Sixto Palavecino.
[2] “Lejos de la gran ciudad… El
honor no lo perdí/ es el héroe que hay en mí”, Norberto Napolitano, Juntos a la par, mi homenaje a el eterno
Carpo, el eterno Pappo. También lo dijo más o menos así Nietzsche, pero a mí el
filósofo alemán me importa un carajo. Viva siempre y gloria a uno de los
nuestros.
Imagen: Selva de los Tacanas, Bolivia.
5 Comentarios
Bonita entrada. Como siempre, un placer leer a las fértiles plumas hispanoamericanas.
ResponderEliminar¡Saludos!
La vida, simplemente, con toda su belleza y esplendor.
ResponderEliminarExtraordinario escrito, amigo Cingolani.
Oxígeno.
ResponderEliminarMe encantó, poco que decir o agregar. Se goza cuando se le lee.
ResponderEliminarSaluditos.
En ellos no hay hipocresía ni arribismo, sólo amor y amistad.
ResponderEliminarMuy bueno