ENCARNA MORÍN -.
Habría querido decirle adiós antes de partir. Pero esta vez se fue sin despedirse, aún cuando sabía a ciencia cierta que no iba a volver. No pensaba volver de ninguna manera. Se iba hacia un viaje sin retorno. A buscar la panacea. Daba igual donde estuviera. Ella no tenía prisa. Se iba así, sin más. Lo de decir adiós pasó en algún momento por su cabeza. Pero finalmente se fue haciendo mutis por el foro. Tan segura estaba de que quería vivir bien lejos, que en realidad le daba igual despedirse, o no.
Llevaba su olor impregnado en su ropa. Y un montón de recuerdos en su cabeza y en su corazón. Pero no pensaba pasar por la despedida, por decirle adiós, por las lágrimas y todo eso. Decidió irse calladamente. De la misma manera que había permanecido en el último tiempo. Como un mueble más de la casa. Callada y a la vez desafiante. Le retaba en silencio. Le miraba como si sus ojos hablaran y pudiera ser capaz de decir lo que sentía. Pero no abría la boca. En realidad estaba esperando el momento de juntar fuerzas para irse. Y ese momento había llegado por fin. Ahora se iba sin mirar atrás. Dejaba todo y se iba. Solo con lo puesto. Literalmente con lo puesto
Nunca antes había sentido un peso más ligero. Daba igual lo que pasaría mañana, cuando ella tomara conciencia de que se había ido con lo puesto y era poco. Cuando necesitara algo más de lo puesto y se mirara al espejo. Daba igual, en este momento daba igual. Se iba, sin mirar atrás. Sin culpas. Sin pena. Sin dolor. Se iba, y con su ida se cerraba un capítulo de su historia escrito a bandazos.
Se iba para siempre con la absoluta seguridad de que una parte suya se quedaba en aquella jaula de cristal. Despojada de todo. Con lo puesto. Con poco más que lo puesto. A solas con su recién recuperada dignidad, se iba. No exenta de miedo. Pensando en después. En lo que pasaría después, cuando se sintiera apenas con lo puesto y se volviera de nuevo a mirar al espejo. Cuando se evaluara a sí misma. Cuando mirara su cuerpo cansado para darle instrucciones de que la batalla, recién empezaba de nuevo. Cuando tuviera que volver a juntar fuerzas para caminar otra vez. Tan sola como estuvo siempre, incluso cuando andaba con él. Muchos años de fingir que le daba esquinazo a la soledad.
Él necesitaba constantemente que le tuviera en cuenta, que le explicara lo que hacía, que le dijera donde y con quien andaba. Ella, sumisa, no buscaba guerra. Explicaba y explicaba. Pero nunca era suficiente. Hasta que un buen día optó por marcharse. Quería marcharse ante tanta presión. Imposible vivir sintiéndose vigilada. Nunca una incertidumbre fue más certera.
Desde entonces, vivió con su proyecto en mente. Con la obsesiva idea de irse lejos, con lo puesto, para nunca más volver. Hasta que por fin lo hizo y se fue. Y con ella se llevó su miedo, su descontento, sus silencios reprobantes.
Lavó los platos y colocó la ropa recién planchada en el armario. Tomó un último café. Se despidió del perro. Le puso su comida y sintió pena. Iba a echar de menos al perro. De eso estaba segura.
Entonces se fue. Sin despedirse. Sin balance. Sin reproches. Sin culpa. Se fue sin sentirse, esta vez, responsable de si él iba a sobrevivir sin ella o si ella podría andar sin él. Con un saco lleno de recuerdos y de momentos. Se llevó unas fotos que resumían aquel tiempo compartido, donde ella estuvo una vez en cuerpo y alma para terminar cediendo al tedio.
Conservaba intacto su olor. Al final, se resumía todo en su olor. Había terminado olvidando todo aquello que la llevara a decidir abandonarle. Lo mismo que en su momento olvidó por qué le quiso. Así que con las fotos, con lo puesto y con su olor, se fue sin mirar atrás. Lo sentía por el perro. Desde ese momento, posiblemente su destino fuera incierto. El perro la miraba con ojos implorantes. En silencio y con sus ojos le decía –“No te vayas por favor, piénsalo, piénsalo, piénsalo”- pero ella lo tenía más que pensado y se iba. Silenciosamente se iba. Usurpando una parte de su olor se iba. Dejando tras de sí un pedazo de su vida, se iba. Sin rumbo claro se iba.
-“Uno es responsable de lo que domestica” –dijo el zorro al Principito- y ella, en verdad, lo sentía por el animalito. Era el único que la quiso sin demandas. Así que estaba porque estaba y el perro era feliz con su presencia. Sin más. Pero no cabía en sus planes de ida. No es fácil andar por el mundo con un perro a cuestas. Eso mismo se dijo en una época de los hijos. Hasta que un día ellos, por sí mismos, se fueron. Y ya no tuvo excusas para quedarse. Aceptó su miedo y le hizo frente. A brazo partido peleó con él, aunque la pelea no hacía más que empezar. Ahora debía de vérselas de nuevo con sus materializados temores. Andar por el mundo con lo puesto. Con la fuerza de sus manos y consigo misma. Lejos, bien lejos, de la jaula de oro.
Vivir sin dueño era una aventura apasionante, por eso sabía que esta ida era para siempre. Sin amo. Sin preguntas de por qué te has cortado el pelo, o no me digas que estás cansada, si vives como una reina. Sin correr tras la jornada agobiante de trabajo, recados varios, supermercado, algún café furtivo con su amiga para llegar a casa a una hora razonable, y así no tener que dar explicaciones. Se terminaron de una vez las explicaciones, las carreras, las prisas y los miedos.
Lo verdaderamente importante era que había decidido irse, sin decir adiós, sin mirar atrás, sin rencores, hasta sin el perro...solo consigo misma, con los miedos, con su olor, con lo puesto.
6 Comentarios
Los relatos de Encarna me identifican tanto ...en este caso yo también decidí después de largos años largarme de aquella casa que era el fruto de un proyecto de a dos y, con una maleta con apenas algunas prendas de vestir para mi y mi hija , unos poco libros que podía cargar ese día de viaje , retorné a la casa de mi infancia , tuve que esperar algunos meses que la desocupara una inquilina de mi madre con quien vivimos unos meses...Hoy ya hace cuatro años de esa partida ...ya no hay reproches ni rencores , y,regreso cada tanto para llevar a mi hija y traerme los libros que necesito ,aunque ahora ya he desistido un poco de ello porque me resulta una carga muy pesada...Alá quedaron los recuerdos ,y una gran parte de mi vida en muebles , objetos de mi abuela y que llevé en algunos viajes cuando uno tiene la sensación de que va a vivir eternamente en un lugar...ahora ya sé que cualquier lugar puede ser mi lugar...Encarna, me encanta leerte...Besos!
ResponderEliminarEscrito desde las vísceras...sin seguir otra regla que mi propia intuición, compruebo una y otra vez que las historias se repiten, más allá del tiempo y el espacio. Hoy rescaté este viejo relato, porque creo que es absolutamente intemporal. Abrazos Patricia.
ResponderEliminarDe alguna forma, nuevamente libre, aunque los recuerdos pesen más que una montaña de rocas.
ResponderEliminarEs difícil no sentir cierta identificación ante un escrito tan claro y triste. Las historias son tan parecidas en todos lados.
Muy bien narrado.
Un abrazo, querida Encarna.
Tan libre para qué?
ResponderEliminarDigo, es una pregunta que me suelo hacer. Cuando nos encontramos completamente solos, daríamos cualquier cosa por una compañía.
ResponderEliminarTenga buen día. Buena historia.
Raúl
Los perros suelen sufrir mucho los desencuentros de sus acompañantes humanos.
ResponderEliminarMuy buena historia.