Aeropuertos

CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.

Me pregunto si cuando una persona deja de sentir nostalgia por la cocina de casa, de la tierra, la patria, tantos nombres para decir el origen, significa que el recuerdo, vago aunque real, del pretérito va dando lugar a nuevos paradigmas. Me vuelvo a preguntar si a pesar de todavía existir una mirada melancólica hacia los humeantes platos de ayer el gusto cambia, cuando ya no queda en el paladar el sabor que dentro de oréganos y cominos, arrastraba otros espacios que incluían sírvete, y choclos, y papas para hacerle homenaje a Vallejo.

Creo que no. Tal vez, digo en silencio, me cansé. ¿O será que idealizamos tanto que la memoria comete fraude? Puede ser, porque las salteñas y las pukacapas no sabían lo mismo, y el chorizo valluno de arraigue tan viejo como cuando mis antepasados movían a pistola a Melgarejo, guarda un dejo dulzón del que no me acuerdo. Será senilidad, aguzamiento, diversidad, experimentación de opciones distintas. O tal vez que cuando a uno se le muere la madre, con ella mueren los sabores. No lo sé.


Afuera, en la Florida de este Miami que jamás me ha gustado, hace calor. Dentro del aeropuerto está fresco. Ya son las ocho y todavía no me he comprado un café. Espero conexión a Atlanta para seguir a Denver, donde el frío construye el hogar en términos idílicos. Idilio que se rompe con los gritos de los limpiadores cubanos. Hablan como si perecieran, en estertores agudos, chocantes para mi timidez andina. No puedo imaginarlos en medio de la nieve de Colorado, con los pies entumecidos y los bigotes con cascadas de hielo. Pueblo caliente este, que de pronto me hace apoyarme en la baranda del muelle de Cienfuegos, en la bahía, viendo pasar peces aguja de intenso color azul, después de un opíparo desayuno de veintena de cosas, y una horma de roquefort europeo que me gusta comer en trozos, aunque después sufra quemazones al interior de la boca. Jagua y queso roquefort, paradojas de esta vida, en una Cuba donde una mujer vieja tapa el sol del que me apodero y dice amar a Fidel pero que si no tengo una camisa para regalar al hijo, y mira, chico, mis zapatos, y sus zapatos no lo son, simples plásticos amarrados con hilos de colores. Gritan los trabajadores de Cuba, tantos, hombres y mujeres vestidos de azul, en este grande espacio, y limpio, de una deleznable ciudad.

Siempre tengo un libro a mano en los aeropuertos y nunca leo. Salí de Aurora con un dietario de Patxi Irurzun y no he pasado de la página diez. Nada que ver con el autor, sino con mi manía de observar la gente, formas de caminar, ropas, caderas, medias, cabellos, colores y etnias. Narración, la del frenesí humano, que corre sus páginas como herido por el simún, cien mil historias, ninguna respuesta, sin moraleja y no destino. Así vuelan los pasantes por los aeropuertos, mirándonos un instante, un cruce de pupilas y después el nunca más. Algo de misterioso y mágico en ello. Algo de terrible.

En un Starbucks compré un delicioso mocha, tanto que no necesitó azúcar para estar dulce. Lo acompañé con queque de limón cubierto de blanco frosting. Me senté ante un ventanal y tuve mi desayuno, solo en el país de los individuales, observando los ires y recorreres de la gente aerófila, por gusto u obligación, y me sentí en paz, a pesar de los que nunca faltan, los de inmigración, demandando que cuántos días, por qué y con quién. Les dije que fui a recibir el Nobel, el Nobel de qué, preguntaron. El de literatura. Ah, adelante entonces. Pensé en líneas del poeta sueco, Tranströmer, las repetí mientras alternaba verso con torta limonada. Y me asumió la calma. Ya no la premura, más bien la conciencia, de que en unas horas estaría en casa, con mi mujer y quizá mis hijas, en nuestra cueva con máscaras punu robadas de rostros de mujeres muertas, con los sabores que hemos ido creando, nosotros, únicos, cercanos pero también ajenos a los eucaliptares de Cochabamba y las colinas de Nossa Senhora de Socorro. ¿Es esa la frágil línea que cruzamos cuando nos hacemos adultos? ¿La de inventores de un nuevo círculo, con elegías y desdenes, con comidas y olfatos que perdurarán hasta que los vástagos lleguen al punto en que fundarán los propios?

Llaman para el avión a Atlanta. Por allí me detuve ha mucho, con María Renée, y nos asombró una ciudad de negros, bien negros que no nos querían. Pero esa es historia aparte, del extenso mundo de racismos y razas, de política, economía y la distribución del poder, incluso entre los de abajo: los feudos pobres. Fila 39, asiento A, ventanilla; he de ver los manchones de los Everglades, sin mirar que a los caimanes nativos los devoran las pitones burmesas, libradas al monte por los pet lovers, los amantes de mascotas… todos.

Dieciséis horas después comienzo a ver los mantos de nieve sobre la alta pradera. Colorado, lugar donde vivo hace ya casi veinte años. Sé que en casa se dora en el horno un pernil que saldrá anaranjado, y las patatas amarillo oro. Pienso en las calles de mi vieja ciudad, la del valle y chicharrones, de las escasas salidas de estas noches con amigos. Y rescato, no tanto las comidas que supieron diferentes ahora, pero unas canciones de Piero y Raphael que cantaban ebrios sobre un estrado.

Estamos hechos de nostalgia. Y me parece bien, mientras no incomode el desarrollo, la expectativa del futuro. No hay que olvidar. Nunca olvidar. De ahí, de la conjunción de lo contemporáneo y lo polvoso, se nutre parte de mi literatura. Y en mi cocina se mezclan los ardides del pueblo indio con la sofisticación de los gourmets de las metrópolis.

Por hoy se terminó el aeropuerto. Me gusta ver la gente caminando, corriendo, conversando. Las madres que alimentan a sus bebés con botellas porque amamantarlos acá casi equivaldría a pecado. Pero me agoto cada vez más. Y los sueños de lugares ignotos, ancianos, ya los busco en las páginas de los autores y no en tickets de vuelos. La ficción cubre de un soplo la realidad, como si arrojasen un velo islámico ante mis ojos.

13/12/11
Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 18/12/2011
Publicado en Semanario Uno (Santa Cruz de la Sierra), 10/1/2012

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14 Comentarios

  1. Tampoco puedo leer en los terminales, ni en los parques, ni en la playa. La gente que pasa es más atractiva, los tonos, los apuros, los enojos, las groserías que se les escapan, los solitarios como uno.

    Buena historia. Saludos.

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  2. Me gusta esta forma de narrar, tan cercana a la hora de hacerse sentir y con una buena dosis de crítica al entorno.
    Excelente incorporación al blog, los leo siempre. Saludos.

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  3. Anónimo18/10/12

    Muy bueno, me encantó! Yo soy una nostálgica incurable, creo que es algo de padecer eternamente porque nací sentimental.

    "¡Es mi nostalgia infinita de otras latitudes lo que hace que mi corazón se estremezca de alegría por haber nacido aquí donde he nacido!" Jens August Schade

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  4. mi trabajo me pone en vuelo muy seguido, demasiado tal vez. todos los aeropuertos del mundo me producen saudade, nosltagia.
    me gustó leerle.

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  5. Raúl de la Puente18/10/12

    Se vive en tantos lugares a la vez.

    Atrapadora narración.

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  6. Llevamos nuestra casita a cuestas, envalijada en la memoria, para que nos cobije con recuerdos, con esos sentires tan propios de la infancia, de la juventud, de los días tan rugosos como soleados, la llevamos a todos lados, y la instalamos en los campos yermos, en las urbes que nos desconocen, en los ventanales, en las oficinas, como gitanos empacando y desempacando sus nidos.

    Es un honor para nosotros que escribas en Plumas Hispanoamericanas, estimado Claudio.

    Por mi parte, te doy la más cordial bienvenida.

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  7. Hoy quizá le dirían: "Adelante entonces, que el Nobel de la Paz lo estamos rematando".

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  8. Nunca se deja de sentir nostalgia de lo que quedó atrás. Las personas que la viven son incapaces de dejarla ir aún cuando no hagan nada productivo-creativo con ella. "¿Qué valor tiene la nostalgia del pasado? Quizás el pasado siga siendo el opio de los sentimentales. Lo peor que te puede pasar es tener un corazón nostálgico y una mente escéptica. Así que digamos cualquier cosa, mientras sigamos sin creer en nada." (Naguib Mahfuz) No lo sé cuál es su valor y tal vez no me importe. Sé que está ahí, en mí pues puedo sentirla, sufirla, vivirla.

    Fantástico escrito, es un honor tenerte por acá. Leerlo me llena de nostalgia, por mi por vos y por otros. Suena raro pero me gusta sentir así.

    Bienvenido a Plumas Hispanoamericanas. Un abrazo.

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  9. El honor es mío. He estado leyéndolos desde hace un tiempo. Me alegra estar juntos, bsucando y escribiendo. Y me hiciste reír, Jorge, con el pobre premio Nobel de la Paz siendo rematado por los semidioses armados. Qué tristeza ¿no?
    Cada vez me gusta menos viajar. La eterna guerra contra el Terror creo que me va venciendo, sedentarizándome a pesar mío.

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  10. Tantas realidades plasmadas con maestría en un sólo texto. Valioso.

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  11. La nostalgia es descrita como un sentimiento o necesidad de anhelo por un momento, situación o persona ¿cuándo se deja de sentir? Cuando se muere.

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  12. Anónimo21/10/12

    Le felicito por tan interesante reflexión. Comparto lo que siente en los aeropuertos (en el metro o en cualquier lugar donde pasa la vida) que aunque se tenga un libro en las manos, uno se siente fascinado por eso que usted describe: etnias, caderas, culos, ropa, estilo, moda, actitud....(curiosamente, aunque soy mujer, yo me fijo mucho en sus culos y en cómo llaman la atención de los hombres) En fin, nada mejor que el espectàculo de la vida. Bienvenido y adelante con sus divagaciones.

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  13. Anónimo21/10/12

    Le felicito por tan interesante reflexión. Comparto lo que siente en los aeropuertos (en el metro o en cualquier lugar donde pasa la vida) que aunque se tenga un libro en las manos, uno se siente fascinado por eso que usted describe: etnias, caderas, culos, ropa, estilo, moda, actitud....(curiosamente, aunque soy mujer, yo me fijo mucho en sus culos y en cómo llaman la atención de los hombres) En fin, nada mejor que el espectàculo de la vida. Bienvenido y adelante con sus divagaciones.

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