ROBERTO BURGOS CANTOR -.
Con cierta nostalgia alegre, las sociedades conmemoran con recuerdos benévolos aquellas circunstancias que han ennoblecido la vida colectiva y se guardan en las reservas de alegría frente a la adversidad de los tiempos aciagos.
El octubre de lluvias en que nos enteramos del premio Nobel de literatura concedido a Gabriel García Márquez una emoción nueva exhaló su nube poderosa de orgullo en medio de los laberintos de una identidad desconcertada y un largo acomodo a las aceptaciones de la derrota. Campeones de pocos años cuya gloria se diluía en los pozos de una miseria resuelta a medias. Aventuras estéticas que se abrían caminos con dificultad antes que la arrasadora y ridícula decoración de los nuevos ricos sepultara en billetes la posibilidad de ser apreciadas. Si se pudiera establecer una simetría, arbitraria como tantas, ese Nobel parecía la respuesta digna al daño insoluble del 9 de abril de 1948. Una recuperación de la voz silenciada más allá del balcón y los teatros y entregada al solitario y descreído corazón humano.
Las relaciones, mal entendidas, entre las producciones literarias y la sociedad, la política, vienen de una tradición con felicidades y desventuras en nuestra América. Es probable que en el origen se encuentre el siempre inquieto fantasma de la libertad. El lector más desapercibido de novelas y cuentos, poemas y ensayos, dramas y comedias, siente a primera línea cuando la libertad de la imaginación, la libertad de las artes, se subordina a la tentación de dirigir, probar, divulgar un mensaje. Por bien intencionado que sea.
Es la libertad la que hace cómplice al lector con una narración. Otra lectura, la de las ciencias sociales o humanas, por ejemplo, lo hará adherente o solidario.
El momento en que escritores nuestros fueron tenidos en cuenta por la Academia Sueca, de manera oportuna o tardía, era evidente que las producciones en las teorías sociales habían alcanzado un desarrollo admirable. Si acaso es desarrollo la intuición científica. Mariátegui. Cardoza y Aragón. Octavio Paz. Antonio García. Fals Borda. Gonzalo Sánchez. Darcy Ribeiro. Do Santos.
Pero una especie de síntesis esclarecedora y que potenciaba pensamiento, para bien y para mal, era acogida por la gente una vez el señor de la dinamita repartía utilidades.
Determinados libros de ficción se convertían en el talismán de entendimiento de un país. Como antes y ahora, el cabalgador de sueños, Don Quijote de la Mancha, es el símbolo de la libertad y la locura de los españoles. Nuestros saqueadores descritos con sabiduría irónica por el caballero de Trinidad.
O El señor Presidente para Guatemala. Conversaciones en la catedral para Perú. Omeros para el Caribe de habla inglesa. Todo Neruda para Chile. V. S. Naipaul y La pérdida de el Dorado para Trinidad. Don Octavio para el México de Rulfo, Fuentes y el Cónsul.
Nos aferramos a las revelaciones de la literatura. Cien años de soledad es la nuestra. Mostró igualdad. En una sociedad confesional y excluyente exhibió un país más extenso que el concebido en las alturas del páramo. Aún no es entendido a cabalidad: uno de los artilugios del pasado es esconderse en el presente.
Imagen: Bernard Scholl
Con cierta nostalgia alegre, las sociedades conmemoran con recuerdos benévolos aquellas circunstancias que han ennoblecido la vida colectiva y se guardan en las reservas de alegría frente a la adversidad de los tiempos aciagos.
El octubre de lluvias en que nos enteramos del premio Nobel de literatura concedido a Gabriel García Márquez una emoción nueva exhaló su nube poderosa de orgullo en medio de los laberintos de una identidad desconcertada y un largo acomodo a las aceptaciones de la derrota. Campeones de pocos años cuya gloria se diluía en los pozos de una miseria resuelta a medias. Aventuras estéticas que se abrían caminos con dificultad antes que la arrasadora y ridícula decoración de los nuevos ricos sepultara en billetes la posibilidad de ser apreciadas. Si se pudiera establecer una simetría, arbitraria como tantas, ese Nobel parecía la respuesta digna al daño insoluble del 9 de abril de 1948. Una recuperación de la voz silenciada más allá del balcón y los teatros y entregada al solitario y descreído corazón humano.
Las relaciones, mal entendidas, entre las producciones literarias y la sociedad, la política, vienen de una tradición con felicidades y desventuras en nuestra América. Es probable que en el origen se encuentre el siempre inquieto fantasma de la libertad. El lector más desapercibido de novelas y cuentos, poemas y ensayos, dramas y comedias, siente a primera línea cuando la libertad de la imaginación, la libertad de las artes, se subordina a la tentación de dirigir, probar, divulgar un mensaje. Por bien intencionado que sea.
Es la libertad la que hace cómplice al lector con una narración. Otra lectura, la de las ciencias sociales o humanas, por ejemplo, lo hará adherente o solidario.
El momento en que escritores nuestros fueron tenidos en cuenta por la Academia Sueca, de manera oportuna o tardía, era evidente que las producciones en las teorías sociales habían alcanzado un desarrollo admirable. Si acaso es desarrollo la intuición científica. Mariátegui. Cardoza y Aragón. Octavio Paz. Antonio García. Fals Borda. Gonzalo Sánchez. Darcy Ribeiro. Do Santos.
Pero una especie de síntesis esclarecedora y que potenciaba pensamiento, para bien y para mal, era acogida por la gente una vez el señor de la dinamita repartía utilidades.
Determinados libros de ficción se convertían en el talismán de entendimiento de un país. Como antes y ahora, el cabalgador de sueños, Don Quijote de la Mancha, es el símbolo de la libertad y la locura de los españoles. Nuestros saqueadores descritos con sabiduría irónica por el caballero de Trinidad.
O El señor Presidente para Guatemala. Conversaciones en la catedral para Perú. Omeros para el Caribe de habla inglesa. Todo Neruda para Chile. V. S. Naipaul y La pérdida de el Dorado para Trinidad. Don Octavio para el México de Rulfo, Fuentes y el Cónsul.
Nos aferramos a las revelaciones de la literatura. Cien años de soledad es la nuestra. Mostró igualdad. En una sociedad confesional y excluyente exhibió un país más extenso que el concebido en las alturas del páramo. Aún no es entendido a cabalidad: uno de los artilugios del pasado es esconderse en el presente.
Imagen: Bernard Scholl
4 Comentarios
García Márquez resignificó a Colombia a través de una alegoría perfecta.
ResponderEliminarHoy vemos un colombiano, y simultáneamente escarbamos en la obra garciamarqueana buscando similitudes de rostros, de expresiones. Los locos soñadores son reales, demasiado reales, tal como la crueldad y la codicia que se abalanzan destruyendo todo a su paso.
Mis tres preferidas: El Coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca y Cien años de soledad.
Un abrazo, estimado Roberto.
Pienso en una obra chilena suficientemente abarcadora de nuestra realidad, suficientemente explicativa del alma de esta faja sureña, y encuentro varias.
ResponderEliminarHijo de ladrón, de Manuel Rojas. Eloy, de Carlos Droguet, Coronación, de José Donoso, y toda la obra de Pablo de Rokha.
Al menos para mí, los escritores son las columnas vertebrales de los pueblos, los portadores de la memoria y el fuego.
Colombia es el Bogotazo, la lucha de clases, la intromisión estadounidense, el narcotráfico, la guerrilla, la pobreza, los gobiernos conservadores, pero por sobretodo, y es lo que he escuchado tantas veces, es la mejor gente del mundo. He tenido buenos amigos para comprobarlo.
ResponderEliminarSaludos
Raúl
Fantástico artículo. La literatura no deja de darme alegrías nunca, he leido hasta acá varias obras que me han conmovido hasta el extasis y aun tengo por leer varios cuyo efecto será igual de adictivo.
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