Es curiosa la denominada en las democracias iniciativa parlamentaria. Consiste en la prerrogativa de los congresistas para inmiscuirse con proyectos de normas en determinados temas. Otros están reservados al gobierno. Algunos permiten la propuesta de la gente. En veces hay organismos que pueden presentar los suyos.
En alguna época los Congresos de América eran parte de una tácita repartija de lo que insisten en llamar el poder: suma de prebendas que van desde la miserable intimidación a un policía de tránsito que no me deja conducir borracho un vehículo, hasta la injerencia en los contratos sobre obras fundamentales para ineptos ladronzuelos que confunden el cemento con la magnesia y la magnesia con la pasta de coca.
La rama ejecutiva quedaba reservada para la población ilustrada que hacía el gesto de taparse la nariz y dejar el bolsillo abierto; la aprobadora de leyes se le entregaba a la masa hambrienta y gritona que quedaría encantada por las formas y uno que otro prohombre que dormía en medio del fragor humano que salía por los orificios; y la justicia, por poco tiempo, fue el nicho de los estudiosos que sobreaguaron con su mérito y con una fe admirable en el destino humano y escribían con la misma elegancia rigurosa el caso de un robo de gallinas al del crimen de un Cardenal fuera del altar. La igualdad, predicaban con sus acciones, no es ponerse la misma marca de sombrero sino atender con semejante devoción, al descalzo y al de botines.
Esos Congresos fueron un revuelto de altisonancias con frases en latín de párroco que alimenta su convicción con vino dulce en ayunas y los tiros de la intolerancia para callar por siempre al otro, a los otros. El otro: insoportable insurgencia para quien quiere imponer una eternidad desequilibrada en la cual el único valor reconocible es el que fabricó su privilegio.
Pero de hacer leyes se trata. Con la modernización aparente del Estado hay que abandonar las ideas de ordenar honores, de otorgar auxilios del dinero de todos para construir una escuela sin maestro (Luis Carlos López dixit: vender ojales sin botones) o sostener al burro-rey.
Qué puede hacer un senador o representante que viene de su tierra a las capitales frías del país. Que debe ingresar disfrazado a los lugares donde pide un empleo para sus favorecidos. Que esconde las hojas de vida en los calzoncillos y en las medias. Porque aquí, compadre, prohíben hasta orinar en la calle.
La soledad inerme pone sueños en el legislador. La realidad le da ideas en la distancia estéril. Y piensa. Qué novedad: ¡piensa!
Tenemos un proyecto de ley para reglar, sin adminículo higiénico, la profesión en Ciencia Política. Es de suponer la libertad, de Moro a Negri, en el corsé de la ley innecesaria.
Y uno conmovedor: tarjeta profesional para los embellecedores de calzado, el embolador. Puede usar naranja y betunes importados. Veinte cepilladas y quince pasadas con la faja de trapo. Sin saliva. El impuesto a la vanidad debe declararlo. Las cajas con el escudo nacional.
Prohibido hablar con el usuario. Anote la marca de zapatos. Y repita: el amor a los zapatos viejos.
En Baúl de Mago 01/11/2012
Imagen: Parlamento Colombiano
4 Comentarios
En Argentinas las leyes se dictan conforme a las necesidades menos urgentes para la población pero prioritarias para los intereses de los sectores políticos dominantes, más aún si estos tienen implicancias económicas. Nuestros "honorables" congresales hasta acá hicieron poco mérito para merecer esa calificación.
ResponderEliminarInteresante la perspectiva que ofrece desde este texto de Colombia pues de otra manera se sabría poco y nada.
Saludos
Entorpecedores de los procesos históricos. Así los catalogo. Y es una palabra incluso halagadora para la extrema inoperancia servil a la oligarquía en que suelen nadar estos pescados.
ResponderEliminarY de verdad no me importaría su existencia, si por último lo hicieran gratis, pero hay que ver cómo cada uno de ellos se lleva mensualmente cientos de sueldos mínimos de trabajador.
El parlamentarismo tal como está ya no resiste, porque genera resentimiento y rechazo en la población que sí trabaja de sol a sol. Tal como afirmas, tanto ocio les recalienta el cerebro y los lleva a proponer legislaciones surrealistas, de cuentos de hadas, donde los patrones son muy patrones y el pueblo trabajador debe seguir vitoreando su aprovechamiento por los siglos de los siglos.
Un abrazo, estimado Roberto.
Perdieron merecidamente todo el respeto de la población. Hoy son un carísimo lastre de las democracias.
ResponderEliminarSaludos
Nada me pone más neurótica que anoticiarme de las actividades parlamentarias todas las mañanas pero el trabajo obliga.
ResponderEliminarInteresante saber del panorama de su país, lo tengo en cuenta como información de primera mano.
Saludos