Por Pablo Cingolani
Ya
es hora de salir a la luz y desmontar la confusión y usar palabras nuevas y
antiguas para escribir el poema de los nuestros. He decidido escribir,
hermanos, para narrar lo que fuimos.
Homero
Carvalho: El cazador de sueños, 47
Si la historia la
escriben los vencedores, eso quiere decir que hay otra historia. Esa otra
historia está hecha de muchas cosas. La de los vencedores está armada con
manipulaciones y mentiras. La otra, la que como dice bien el poeta está hecha
con palabras antiguas y nuevas, también está hecha–sigo al autor del epígrafe-
con aguas y navegaciones, con magia, tótems y dioses. Con muchas cosas…
Esta historia se
basa y se fundamenta en la convicción de nuestros historiadores –aquellos que
investigan o recuerdan- pero también en las creencias y los sentimientos de
nuestra gente, ya que, ¿qué sentido tendría una historia escrita sólo para que
la comprendan los especialistas, para imprimir libros y guardarlos en un
estante, una historia para la tertulia?
La historia, la
historia de los pueblos, se diferencia de la otra historia, la historia de los
vencedores, porque esa otra historia, nuestra historia, está amasada también
con ética y con compromiso, está signada por el respeto y el amor a la gente.
Allí se vuelve siempre vigente. Allí se funde con los anhelos presentes del
pueblo, del cual viene y al cual está destinada. Allí se enraiza, se vuelve
raigal, liberadora y fecunda.
Allí la historia
vive, está viva y revive a quienes nos han antecedido en el camino de la
existencia, y se funde con nosotros, y es así que sucede el milagro: los
muertos nos acompañan, y los que saben dicen que si un pueblo sabe honrar a sus
muertos, sabe dejarse guiar por ellos, ese pueblo –al menos en el fondo del
corazón de cada uno de nosotros el pueblo-, ese pueblo es invencible.
Algo de esa
química que hace del pasado, presente y futuro de fe compartida, sucedió en
Trinidad, la capital beniana, el eterno Moxos, en la Amazonía de Bolivia, donde
se presentaron unos libros de historia regional, sobre su etnohistoria y la
época colonial. Sucedió así porque el día en que se presentaron no era
cualquier día sino aquel cuando se recuerda la rebelión de uno de los hijos más
emblemáticos, ese cuyo nombre aún estremece, ese cuyo nombre debería ser
bandera de unidad y lucha: Pedro Ignacio Muiba.
Aquí si resalta
con nitidez lo que veníamos diciendo: en la historia de los vencedores, Muiba
sencillamente no existía. Tuvieron que pasar más de un siglo y medio de su
alzamiento contra los españoles, para que la memoria popular y el trabajo de
los indagadores del pasado, volviese a recuperarlo para que Pedro Ignacio
vuelva a caminar entre nosotros. Esa tarde, en Trinidad, en la Amazonía, cuando
se presentaron los libros, es seguro que estuvo allí y me imagino que
complacido que su memoria no sea invocada en vano.
Es que cuando la
historia la escriben los vencedores, a partir de sus propios intereses, la
tergiversación provocada sólo produce dolor, amputación, desesperanza. Cuando
la historia se basa en la verdad, promueve no sólo esclarecimiento y cohesión,
sino sobre todo virtud, ya que el recuerdo de valientes y decididos como Muiba
debería inspirarnos a todos. Esa es la historia viva a la cual invocamos.
Cuando la
historia, que es uno de los basamentos de la identidad y del alma colectivas,
de lo mejor de nuestro patrimonio espiritual y cultural, se escamotea, se
oculta y se niega, somos parias en nuestra propia tierra, vamos solos entre la
oscuridad del desarraigo y la falta de ideales y de modelos, no somos nada,
sino zombis del consumismo y el hartazgo, carne de cañón de los imperios, de
aquellos que sólo quieren nuestra sangre –la que, paradójicamente, esconden
bien en sus libros para intentar que olvidemos que hubo un genocidio, que en la
Amazonía hubo un genocidio contra los pueblos de la selva, y que habría que
rescatarlos del olvido y proteger a los sobrevivientes.
Muiba, a 202 años
de su grito libertario, estuvo allí, con esas sus verdades. Estuvo allí también
en cada joven que asistió a la presentación de los libros. Ojalá que ellos
sepan encontrarlo dentro de ellos mismos. Ojalá que lo sientan acompañándolos
en la forja de su destino personal y comunitario. Los que saben dicen que los
pueblos que no honran a sus mayores, a sus almas y a sus ancestros, van
derechito al matadero, al altar del sacrificio donde los héroes se llaman Rambo
o Batman o Nadie. Los que saben dicen que “los ríos, los montes, los animales y
el viento son parte de nuestra vida. Suspiramos y sus espíritus nos confortan”.
Sobre la inmensa
tarea de seguir recuperando el pasado, socializarlo, difundirlo, volverlo
conciencia y praxis, el poeta, mi amigo Homero, beniano también él, culmina sus
palabras, con algo que marca y te hace sentir y pensar. Dice: “y aunque ya no
tengo fuerzas, aún tengo ganas”. Eventos como el vivido en Trinidad promueven
eso: ganas de encontrar fuerzas, fuerzas que te hagan soñar, soñar para vivir,
vivir para luchar, luchar para compartir, compartir para seguir alimentando las
ganas. Quiero agradecer muy fraterna y sinceramente a Arnaldo Lijerón
Casanovas, a Daniel Bogado y a Juan Carlos Crespo Avaroma haber puesto, aparte
de su saber y su don de gentes, eso: las ganas.
Pablo Cingolani
Río Abajo, 12 de
noviembre de 2012
3 Comentarios
Una lúcida percepción de la historia que funciona de maravilla en distintos lugares. Quizá en la mayoría.
ResponderEliminarSaludos, amigo Pablo.
Los perdedores tienen que rehacer su historia, aunque cueste un poco más, porque sus fuentes, o no existieron o fueron quemadas.
ResponderEliminarBuen parte del poder sobre una población se basa en el control de la memoria colectiva.
Muy bueno
Bolivia se pone de pie por fin.
ResponderEliminarSaludos