Releyendo a Viktor Shklovski medito sobre el destino de algunos hombres que, voluntariamente en su mayoría, alternaron el estruendo del obús con la letra. Mucho se habla de las incompatibilidades entre un campo y otro y aquí están, sin vanagloriar y menos mitificar la guerra, pero que a pesar de ella... y a veces a propósito de, continuaron creando. Shklovski, a quien Sergio Pitol con fortuna frecuentaba en la ancianidad del autor judío-ruso, va más lejos al afirmar que adora el sonido de los cañones al amanecer. Anticipa con medio siglo la paradigmática imagen del militar norteamericano que aspirando el aire en un bombardeado Vietnam dice que le gusta el olor del napalm en la mañana (Apocalypse Now).
La poética de guerra de Guillaume Apollinaire es de sus más fervorosas. El poeta presupone el fin, cénit romántico que lo hará perdurar en la memoria de la amada; decora con estallidos de cañón y la orfandad del frente bellas líneas a Madeleine. Si no la muerte, el retorno anudará el amor otra vez con fuertes lazos y "puentes colgantes de carne dura maravillosa".
Erich Maria Remarque no nostalgia el amor. A ratos melancoliza sobre una Alemania que moría, no la de la bella época mas aquella del desastre. Aún así, ese país tenía hermosos rastros, que la juventud y la amistad florecían. Nación que destrozaron los militaristas y los viejos y que con ánimo calcinado retrataron los pintores George Grosz y Otto Dix, que metaforizó Léger en retorcidos tubos y cuerpos imperfectos.
Cendrars perdió un brazo en las trincheras. Henry Miller afirma que Blaise Cendrars estaba poseído y obsesionado con la vida. Deduzco que en el borde de la muerte es donde se conoce a la señora.
T.E. Lawrence, Malraux, el mismo Drieu La Rochelle, el cubano Pablo de la Torriente Brau en España, Jesús Lara y Augusto Céspedes en la hornalla chaqueña. Todos, juntos, distintos, únicos, visionarios y críticos...
14/6/06
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), junio 2006
Imagen: Henri Barbusse
6 Comentarios
Quisiera agregar a Stephen Crane, con su magistral novela La roja insignia del valor. Y al mismo Gustavo Adolfo Otero, con esa novela inencontrable sobre la guerra del Chaco, Horizontes incendiados. Y un libro que sólo he hojeado, histórico- alegórico, Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric. O La Hora 25, del controvertido Virgil Gheorghiu. (Existe un libro previo de este rumano, fue calificado de antisemita, pero no hay ninguna traducción que yo conozca, ni siquiera en inglés) Es lo que se me viene a la cabeza en este momento. Es un tema que da para largos debates.
ResponderEliminarExcelente, amigo Claudio.
Gracias, Jorge. Recuerdo de Gheorghiu, no exactamente las circunstancias de los personajes, cuando decía que una estrella roja señalaba el suelo esclavizado de Bulgaria. Un puente sobre el Drina es una obra mayor. Buscaré un viejo texto mío al respecto. Y Stephen Crane, claro, un clásico norteamericano de guerra, junto a Bierce y a Whitman en sus diarios. Mucha tinta y mucha sangre y tanta maestría en las palabras.
ResponderEliminarHay todo un período que trata sobre la guerra y sus efectos, y que parten con los escritos que narran la guerra civil española. En ese camino, Hemingway, y más tarde Curzio Malaparte describiendo la miseria de los errantes de la postguerra mundial en La Piel. Hay muchos más. Espero recordarlos. Saludos.
ResponderEliminarDe alguna forma, la guerra, sus causas y consecuencias, están tan imbricadas con el resto de los aconteceres humanos, tienen tan contaminado el pensamiento, incluso en períodos de paz, que creo improbable que una buena obra la soslaye por completo.
ResponderEliminarPienso en Rowling, en Gunter Grass, Stefan Zweig (y sus obras Jeremías y Novela de ajedrez), y de tantos otros de los que quisiera acordarme en este momento.
Bierce, por supuesto, estimado Claudio. Desaparecido en acción. He leído algunos cuentos y me he divertido con su Diccionario del diablo. Intento recordar si he leído alguna novela. La memoria no siempre es generosa.
ResponderEliminar(Hago una digresión que no tiene que ver con el tema. Hace poco leí un par de cuentos de Sherwood Anderson, traducidos por supuesto, y quedé maravillado con su prosa. Buscaré más sobre ese autor)
Sofía, tuve La Piel, empecé a leerla. No avancé mucho, recuerdo la desolación de esas hormigas humanas sin hogar, sin rumbo. Espero retomarla.
Tantos nombres, libros. Sgerwood Anderson, querido Jorge, siempre me ha parecido una de las más sólidas prosas de Norteamérica.
ResponderEliminarY respecto a lo que dice Sofía, recuerdo un volumen de compilaciones sobre la guerra civil española que era genial. Allí, de Hemingway, estaba "Los italianos en la guerra", y uno inolvodable de John Dos Passos que relata cómo una brigada internacional baja de la sierra Pandolls, "cantando rumbo a la muerte". Para erizar los escasos vellos mestizos que cargan mis brazos.