Lo silencioso

GONZALO LEÓN -.

Fue una tarde-noche silenciosa la del día siguiente de mi regreso a Buenos Aires, y era raro porque era la manifestación contra Cristina Fernández llamada eufemísticamente “8N”. No fue la primera manifestación contra ella y su gobierno; ya a finales de mayo había habido una, pero se había circunscrito a la esquina de Avenida Santa Fe y Callao, y a mediados de septiembre otra más, en donde la derecha había logrado movilizar varias decenas de miles de personas, sacando la protesta de Barrio Norte y llevándola incluso a algunas provincias. Pero este 8 de noviembre fue la primera manifestación contra Cristina a la que asistí.


Los puntos de reunión fueron varios aquella tarde-noche: Barrio Norte, Caballito, Motserrat, Obelisco. Yo preferí ir con los más fachos para empaparme de lo que se sentía, así es que tomé una micro a Avenida Santa Fe y Callao. El tránsito por Santa Fe estaba cortado casi completamente para facilitar la expresión de la gente de ese barrio. Pese a ello no había mucho ruido. En plena esquina me puse a observar los rostros de la protesta: rostros limpios y tersos, coronados con cabelleras rubias o castañas. Ahí estaba la gente que no marcharía hacia el Obelisco, pero que a cambio aplaudiría y daría ánimos a los que sí emprenderían camino. Era como la partida de una maratón, y yo ahí me sentía como un maratonista sudado, porque aquella tarde-noche además hacían veintiocho grados.

Bajé por Santa Fe, acompañado por ese extraño silencio, observando a la gente conversar con protestantes más cómodos que los de la esquina de Callao. Protestantes como los de un edificio que ni siquiera bajarían a la calle, pero que con megáfono en mano lanzarían, cómodamente, sus consignas contra el gobierno. No mucho ruido tampoco, no fuera cosa de incomodar a los viejitos que viven en el barrio.

Enfilé por la 9 de Julio y después de unas cuadras estaba en el Obelisco. La mayoría portaba pancartas y banderitas argentinas que los vendedores ambulantes vendían por ahí, al igual que el agua mineral a diez pesos (casi $1.000). Pese a lo que me dijo un amigo por teléfono, no era una manifestación grande, de setecientas mil personas, como aseguraban los canales del Grupo Clarín, al menos a mí no me lo pareció, porque la gente ocupaba una calzada de la 9 de Julio, media cuadra hacia el norte y media cuadra hacia el sur del Obelisco. No sé cuánta gente cabe ahí, pero dudo que sea lo que decían esos canales de TV. Y de hecho eso fue lo que le dije a mi amigo por mensaje de texto. Para más remate estaba disfónico.

Pero más allá de la cantidad de personas, el clima o las consignas, me llamaron la atención las columnas y entrevistas a opositores al gobierno que salieron a los días siguientes del “8N”. Una especialmente me hizo reflexionar; era al senador de la Unión Cívica Radical (UCR) Ernesto Sanz. Para los que no lo conocen, Sanz fue uno de los presidentes comunales de la Juventud de la UCR cuando Raúl Alfonsín llegó al poder en 1983. Hoy es vicepresidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales, por lo que sus palabras debían tener cierta sensatez. Fue por esto que le presté atención a la entrevista en la que decía que a la movilización no había que mirarla en términos cuantitativos, sino como “una mayoría silenciosa que ha dejado de confiar en el gobierno y en las políticas”.

El término “mayoría silenciosa” me evocó a la “revolución silenciosa”, que significó en Chile la implantación del modelo neoliberal durante la dictadura; pero también Pinochet decía en dictadura que había una mayoría silenciosa que lo apoyaba. Sebastián Piñera, en pleno conflicto estudiantil, dijo que “como Presidente voy a trabajar por esa ‘mayoría silenciosa’ que tal vez no es capaz de hacer escuchar su voz, pero que quiere vivir en paz”. Y la candidata conservadora a la Presidencia de México, Josefina Vásquez Mota, señaló a mediados de año que “hay una mayoría silenciosa que todavía no se ha expresado en las urnas y que tampoco está en las encuestas, las encuestas no votan, vota el alma de la gente”. Lo cierto es que la expresión es nada menos que de Richard Nixon, quien en 1969 la creó para pedirle apoyo a esa “mayoría”.

“Mayoría silenciosa” remite entonces a lo antidemocrático, porque quien apela a una mayoría silenciosa no tiene cómo saber que ésta existe. El ejercicio democrático, esto es a los gritos, es lo único que garantiza una mayoría sin apellidos. Poner apellidos a democracia (protegida) o a mayoría (silenciosa) sólo hace poner en duda a la democracia y cualquier mayoría. Hoy luego de las elecciones municipales en Chile me puse a pensar si la gran abstención (62%) no fue, tal como adelantó la dirigente de los secundarios Eloísa González, una manifestación de una mayoría disfónica o silenciosa. Poniendo un poco de lógica al asunto, sería ridículo creer que la cantidad de gente que no votó fuera de derecha. ¿Qué hacemos entonces? Sshhh, silencio.


Publicado originalmente en la revista Punto Final y en el blog del autor.

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2 Comentarios

  1. Interesante nota, particular perspectiva de lo que vimos por tv del 8N. Ante tantas versiones disímiles entre sí no hay cómo no sentirse perturbadoramente confundido. Sólo reflexionando en el silencio propio y ordenando los pensamientos se puede arribar a un punto claro desde el cual partir.. desde el cual pararse firme y alzar la propia voz. Eso de la mayoría silenciosa me molesta, para poder mantener la democracia como forma de gobierno que más conviene a esta nación hace falta expresarse con convicción.

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  2. Silencio indefinible, puede ser lo uno y su contrario. Hoy vemos que parte de estos silenciosos intentan derrocar una vez más a un gobierno democrático que apostó por los más pobres.

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