Desde mi humilde perspectiva humana, solo puedo imaginarme a Dios y con ello todo a lo que la imaginación —mi propia imaginación— dé lugar: la especulación, la sugerencia, la proposición metafórica y la poesía, la ficción narrativa, las concepciones místicas, míticas y metafísicas; añadiría, incluso, algo así como una fenomenología teológica… Y tengo que decir que es bueno describir a Dios, porque cada quien lo tiene y lo ve de distinta manera.
Unos se quedan en la tontería de los símbolos vacíos o de la superstición. Otros lo ven a su conveniencia e intereses, porque piensan o “creen” en un dios mágico, un hacedor de deseos como el genio de la lámpara. Estos últimos —aladinos— siempre y únicamente se han preocupado de ver en Dios su propio “yo”, su ego irracional los conduce a una semiótica vacía, enrevesada, incluso a ritos satánicos que podrían disfrazar con una supuesta adoración a una divinidad religiosa de simple y tradicional liturgia. Otros más se presentan con un Dios conservador, de estructura politizada y hasta ideológica, de total proyección dogmática. Distintos serían entonces los que andan por los caminos del panteísmo, cuando solo ven en Dios la naturaleza fulgurante, sabia y viva de todas las potencialidades más allá del hombre. Pero los hay asimismo aquellos que ven en Dios la utopía definitiva, la inteligencia perfecta, la ciencia insólita de los conocimientos, de la tecnología, sin percatarse de que aún siguen en carencia de Dios, porque lo primero que Él hizo fue hacerse humano, como nosotros, para sentir y sufrir lo que era una creación de libre albedrío, de cuán imperfecto era lo humano ante lo divino, para sentir y sufrir el fracaso de las aspiraciones y, por el contrario, sentir y alegrarse de los triunfos del alma sobre la racionalidad.
Este último dios es el que he querido que me acompañe, guíe, proteja y me espere siempre, al final de los tiempos.
Todo esto lo podría resumir diciendo que mi deseo es hacerme presencia, como diría Eckhart Tolle, una forma más de relacionarme con Dios, o con el Dios que se ha creado en mi interior, que es como decir: relacionarme conmigo mismo, con mi ser, con el Dios que soy yo mismo, donde puede existir todo lo bueno conocido pero además donde cabe la posibilidad de cierto vacío, o de cierta penumbra desde un fondo muy oscuro de soledad. Mi Dios humano y mi Dios divino. Y es que el Dios que me he creado es la imagen y semejanza de algo muy múltiple, infinitamente diverso y complejo, muy invisible que solo se hace sentir. Un Dios que es la historia misma de todo lo natural de este mundo y el Universo de los universos, o sea, el Multiuniverso, así como la historia y energía de todo lo inmaterial, de lo imaginario, de lo inexplicable y que nada más nos da (me da) la posibilidad de imaginar.
De aquí que mi Dios esté muy ligado a la naturaleza y esencialidad de la literatura (de la ficción y la ensayística, de la fabulación y la crítica, de lo poético en cada una de sus relaciones con la metafísica, la filosofía y la fenomenología), pero fundamentalmente es un Dios de amor, de servicios, en mis posibilidades, por nuestra experiencia sufriente. Es un Dios que se ha ido de los controles de la mente, que recompone y trata de mantener el valor del presente. Y por eso también es Dios de luz; luz que la otorga porque la necesitamos, aun cuando somos su propia creación.
Mi Dios es la calidad de lo simbólico (cuando el símbolo está en correlación directa con la circunstancia de vida, con la existencia, con lo ancho y nada ajeno del prójimo y con la Historia); es la calidad además de la sugerencia y es el reflejo y la proyección del misterio como tal. De la ligazón propia de lo humano con lo espiritual; de la racionalidad con lo mágico, que sea la potencialidad de pensar dentro de lo imaginario; de pensar dentro de lo irreal. Mi Dios abandona el término de “irrealidad” para vernos y darnos (a todos los seres humanos y a las mismas cosas) una “Realidad” (con mayúscula), porque engloba lo imaginario y lo corpóreo, lo visible y lo invisible, lo objetivo y lo subjetivo, lo material y lo espiritual, entre otras categorías más que pudieran formar el gran conjunto de la Lógica y el Misterio pero para una metafísica del momento presente. El hecho de afirmar que la Realidad (con mayúscula, repito) es dúplex, bipolar, conformada por el tiempo y el espacio, volcada en un entramado de laberintos comunicantes, desmesurados, en ese dios Jano que se busca en la Luna, de cara abierta y cara oculta, y en su drama de ser un dios binario. Presencia y ausencia del Amor.
Dios, entonces, contiene la Realidad y la desborda. Es creador y poseedor del todo (¡es el Todo!), y en Él gravitan dos características de suma importancia que ahora quiero describir, porque van de lo humano a lo divino e inciden en nosotros constantemente: el juego y el sueño.
Unos se quedan en la tontería de los símbolos vacíos o de la superstición. Otros lo ven a su conveniencia e intereses, porque piensan o “creen” en un dios mágico, un hacedor de deseos como el genio de la lámpara. Estos últimos —aladinos— siempre y únicamente se han preocupado de ver en Dios su propio “yo”, su ego irracional los conduce a una semiótica vacía, enrevesada, incluso a ritos satánicos que podrían disfrazar con una supuesta adoración a una divinidad religiosa de simple y tradicional liturgia. Otros más se presentan con un Dios conservador, de estructura politizada y hasta ideológica, de total proyección dogmática. Distintos serían entonces los que andan por los caminos del panteísmo, cuando solo ven en Dios la naturaleza fulgurante, sabia y viva de todas las potencialidades más allá del hombre. Pero los hay asimismo aquellos que ven en Dios la utopía definitiva, la inteligencia perfecta, la ciencia insólita de los conocimientos, de la tecnología, sin percatarse de que aún siguen en carencia de Dios, porque lo primero que Él hizo fue hacerse humano, como nosotros, para sentir y sufrir lo que era una creación de libre albedrío, de cuán imperfecto era lo humano ante lo divino, para sentir y sufrir el fracaso de las aspiraciones y, por el contrario, sentir y alegrarse de los triunfos del alma sobre la racionalidad.
Este último dios es el que he querido que me acompañe, guíe, proteja y me espere siempre, al final de los tiempos.
Todo esto lo podría resumir diciendo que mi deseo es hacerme presencia, como diría Eckhart Tolle, una forma más de relacionarme con Dios, o con el Dios que se ha creado en mi interior, que es como decir: relacionarme conmigo mismo, con mi ser, con el Dios que soy yo mismo, donde puede existir todo lo bueno conocido pero además donde cabe la posibilidad de cierto vacío, o de cierta penumbra desde un fondo muy oscuro de soledad. Mi Dios humano y mi Dios divino. Y es que el Dios que me he creado es la imagen y semejanza de algo muy múltiple, infinitamente diverso y complejo, muy invisible que solo se hace sentir. Un Dios que es la historia misma de todo lo natural de este mundo y el Universo de los universos, o sea, el Multiuniverso, así como la historia y energía de todo lo inmaterial, de lo imaginario, de lo inexplicable y que nada más nos da (me da) la posibilidad de imaginar.
De aquí que mi Dios esté muy ligado a la naturaleza y esencialidad de la literatura (de la ficción y la ensayística, de la fabulación y la crítica, de lo poético en cada una de sus relaciones con la metafísica, la filosofía y la fenomenología), pero fundamentalmente es un Dios de amor, de servicios, en mis posibilidades, por nuestra experiencia sufriente. Es un Dios que se ha ido de los controles de la mente, que recompone y trata de mantener el valor del presente. Y por eso también es Dios de luz; luz que la otorga porque la necesitamos, aun cuando somos su propia creación.
Mi Dios es la calidad de lo simbólico (cuando el símbolo está en correlación directa con la circunstancia de vida, con la existencia, con lo ancho y nada ajeno del prójimo y con la Historia); es la calidad además de la sugerencia y es el reflejo y la proyección del misterio como tal. De la ligazón propia de lo humano con lo espiritual; de la racionalidad con lo mágico, que sea la potencialidad de pensar dentro de lo imaginario; de pensar dentro de lo irreal. Mi Dios abandona el término de “irrealidad” para vernos y darnos (a todos los seres humanos y a las mismas cosas) una “Realidad” (con mayúscula), porque engloba lo imaginario y lo corpóreo, lo visible y lo invisible, lo objetivo y lo subjetivo, lo material y lo espiritual, entre otras categorías más que pudieran formar el gran conjunto de la Lógica y el Misterio pero para una metafísica del momento presente. El hecho de afirmar que la Realidad (con mayúscula, repito) es dúplex, bipolar, conformada por el tiempo y el espacio, volcada en un entramado de laberintos comunicantes, desmesurados, en ese dios Jano que se busca en la Luna, de cara abierta y cara oculta, y en su drama de ser un dios binario. Presencia y ausencia del Amor.
Dios, entonces, contiene la Realidad y la desborda. Es creador y poseedor del todo (¡es el Todo!), y en Él gravitan dos características de suma importancia que ahora quiero describir, porque van de lo humano a lo divino e inciden en nosotros constantemente: el juego y el sueño.
[Fragmento del libro inédito La penumbra de Dios (De la Creación y las Revelaciones). Intuiciones I, de Manuel Gayol Mecías]
2 Comentarios
Damos la vuelta al mundo, recorremos nuestra fracción visual del universo, leemos hasta lo inaudito, hacemos preguntas a nadie, cabalgamos sobre el lomo de las épocas, y al final descubrimos que la esencia de lo posible estaba en nosotros mismos, dioses y demonios, sorprendimientos y pesares, todo estaba aquí mismito. Si lo deseábamos, Dios podía tener nuestro nombre u otro o ninguno.
ResponderEliminarHermosa y profunda reflexión, amigo Manuel.
Que nos viene una reflexión de este tipo. De una profundidad enorme en líneas sencillas y fluidas. Propio de un gran escritor pero sobre todo de un humanista.
ResponderEliminarSaludos, amigo.