JUAN PABLO JIMÉNEZ -.
"Hay señores poderosos
Tienen un botón
Si llegan a apretarlo…"
(GIT)
Están en la calle. Los pacos (*) se han armado hasta los dientes. Los chicos no tienen ni fósforos: ¿por qué vestirse de guerra entonces? No habrá bombas. En sus corazones sí, pero no en la propiedad pública. Son muchachos que piden explicaciones. Los magnates de la universidad guardaron la plata al otro lado del Océano. Se robaron a ellos mismos y al final se limpiaron el culo con los sueños de estos universitarios.
Algunos vienen del campo. Rompieron con aquella tradición de salir del colegio y quedarse rasgando el manto de la tierra. Quisieron más. Sus padres quisieron que fuesen más. Que fuesen más que ellos.
Levantan pancartas. “Ladrones”. Es la palabra que más se repite. Universidad del “Mal”. Es “del Mar”… Pero bueno. Ni siquiera saben si tendrán vacaciones. Ahora quién podrá defenderlos. Ni el Presidente con sus medidas de última hora, ni el ministro de (mala)Educación con sus ideas que no se entienden, ni los dueños de la casa de estudio que tienen un auto para cada integrante de su familia.
Caminan por la avenida. Intentan sentarse al medio de la calle. Como conquistando un continente. Como crucificándose. Como expiando las culpas de los pecadores. Los pacos los amenazan con una mirada, con el movimiento sensual de un tonto de goma.
Los muchachos piensan en lo que vendrá. Rumian las esperanzas truncas. Se les quiebra el corazón. No son los estudiantes que hace décadas tiraban molotovs contra los asesinatos de Pinochet. Son estudiantes que solo necesitan que se les dé una mano, que se les haga firmar un papel que les deje, a ellos y sus padres, pasar el verano medianamente tranquilos.
Y el sistema en tanto… el sistema es un monstruo gigante que pisa fuerte. Los dueños de la casa del Mal se ríen. Están listos para salir de vacaciones. Para tomar un avión y volver cuando todo prescriba. En tanto el sistema permite todo ello. Es una casa del espanto, un juego macabro de ruleta rusa. Una burla cinematográfica.
Un pelotudo se sienta en la solera y de lejos observa. Anota algo en una libreta. Come un turrón. Se acuerda de los tiempos de la U, de las micros verdes y los palos en la espalda. Se pregunta si tanto esfuerzo valdrá la pena si el estrato donde interactuamos es un charco que en vez de barro tiene mierda.
Y nadie hace algo. Nadie. Ni el señor cura, ni la señora alcaldesa, ni el señor diputado, ni el señor empresario, ni el humorista que lo critica todo, ni el dueño del canal 22, ni el editor de prensa de la radio Utopía 99.6 FM, ni el director de la revista top, ni la vicaría de la solidaridad, ni el estudio de abogados de mayor prestigio en la ciudad, ni el señor notario, ni la señora que vende papas en la feria, ni el pelotudo sentado en la solera. Nadie. Nadie hace algo.
Y los muchachos y muchachas vestidos de colores y esperanzas, de cierta manera se inmolan. Se ponen en la línea del tren para que los carros los partan en dos.
Levantan de nuevo sus pancartas, los puños, las mochilas. De nuevo piden explicaciones. Pero los dueños del Mal están en sus casas, con aire acondicionado ante tanto calor. Cortándole las uñas a sus perros o preparando cereales para sus hijos. O simplemente, riendo, de la nada, pero riendo.
Las calles parecen el decorado de una película latinoamericana de los ochenta. Las bocinas y la indiferencia ahogan la desesperación de los muchachos. Los profesores también están en sus casas.
Los transeúntes son fantasmas. A una señora se le escapa algo similar a lo que dijo la Bolocco para defender a Pinochet, que los estudiantes estaban para estudiar, ¡no para protestar! Un paco masca chicle. Los muchachos y muchachas se mueven como amebas; por las veredas, por la calzada. Se esconden algunos. El sistema es un monstruo tan grande que al final los pisa fuerte y les hace buscar refugio tras un poste.
Y al otro lado del espejo la vida sigue igual: los padres de los muchachos dejando de comer, los señores del Mal rascándose las bolas, los que pagan cuentas caminando apurados porque sí, porque así lo exige el sistema.
El pelotudo sentado en la vereda se para, mira al cielo. “Puta que hace calor”, dice.
(*) "Paco" es el nombre informal que se les da a los policías uniformados en Chile.
2 Comentarios
Esos magnates debieran tener en cuenta que el rencor, el revanchismo, traspasa generaciones, territorios e instituciones. Aprovecharse de otros, jugar con su dignidad, con su orgullo, humillarlos, pues genera una herida que no se cerrará nunca. Todo se cobra. Y al final, como dice el viejo dicho, a los magnates "les saldrá más cara la vaina que el sable".
ResponderEliminarBuen texto, amigo Jiménez.
Palabras chilenas deliciosas para describir un hecho lamentable.
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