ROBERTO BURGOS CANTOR -.
Por cierta inercia de los años enero se esperaba como un conjunto de días apacibles signados por el ritmo de la pereza que siembra el descanso. O por el vacío transparente que instalan los excesos de los finales de año nutridos en pretextos de celebración. Duraban aún las miradas sin motivo a las nubes, o el rumor en los oídos del mar lejano, o los fragmentos de una canción en el recuerdo. Y aquel libro leído entre la hamaca y el árbol y la mecedora.
No obstante este enero sopla con fuerza de tornado. Venezuela. Mali. Posesión de Obama. La desviada primavera árabe. Conversaciones en La Habana, retomadas después que algunos se fueron a rezar las novenas del pesebre.
Colombia, parece habitual, se entrega con énfasis pendenciero a discusiones destempladas, sin fin, sobre las formas que como ya se debería saber sólo formas son. Es decir cáscaras viejas que ni siquiera hacen resbalar a quien las pisa. Parece que el Señor Presidente (perdón Miguel Ángel Asturias) y su antecesor no hubieran tomado el justo descanso y quisieran alterar el de los ciudadanos que si lo hicieron. Pero así nos ocurre: o la trivialidad que mata o la tragedia que nos rebasa.
Una reiteración abusiva de quienes hacen fila para empujar a los contendientes, y de uno de ellos, a lo mejor son maldades de una difusa poética regada como verdolaga, consiste en hablar en nombre de Colombia. Nadie conoce las credenciales de tal invocación. Pero allí gritan. Patria mi silencio mudo.
La verdad es que nuestro país había logrado no estar en el cuadro de honor de las bestias imaginarias del poder, después de los Virreyes, por la perspicacia pícara que estableció su capital a 2600 metros de altura. El poco oxígeno al separar la mente del cuerpo se resiste a las ambiciones de la utopía, la neblina pertinaz esconde la luz, y el esfuerzo de los pasos obliga a dormir con las ropas de gala. Fuimos reconocidos como un país, apenas se sabía de su capital, de civilistas de aguardiente y salchichón que incapaces de las desmesuras del mando fueron maestros en los artilugios de la intriga, en las seguridades de la fe religiosa, eterna, en el mármol de la gramática que pule y da esplendor, si, para cegar.
Como la vida es implacable, muchos se preguntan si acaso la escenografía de opereta con la que nos arropamos, estará ahora desgastada, rota, inservible. Y ese mundo de gobernantes de a caballo que dictaban las leyes sin discusiones y a los cuales despreciamos, el doctor Francia, Perón, Gómez, Trujillo, o los luchadores a tiros de la libertad o de su idea, vuelven a cobrarnos su cuota. No puedes salvarte de nosotros, dicen.
Ahora el caudillo y el patriarca populista con sus aparaticos de contadas palabras, lo cual es una suerte para los que carecen de palabras, se reencarna en el estadista de corbata y sin botas con espuelas.
Y el enero antes lento, es hoy circo barato de leones enfermos y payasos aburridos.
Por lo menos en La Habana hay fundada esperanza para quienes ansían la paz y saben que ella no depende de egoísmos en pesos y si de una exigencia de futuro y de superación de este pasado agobiante que es el presente.
2 Comentarios
No sé qué podemos esperar para este principio de año en lo que hace a nuestra política, ni idea! Mientras vacacionamos, nos quedamos en nuestro limbo individual y personal.
ResponderEliminarSu panorama luce prometedor desde la prensa local, esperemos que así sea y que no se trate de pura cháchara.
La forma de escribir cautiva tanto como las ideas expuestas, amigo Roberto. Y en este caso, ambas suman maestría y sensatez.
ResponderEliminarUn gusto enorme leerlo.
Saludos cordiales