GONZALO LEÓN -.
Paulo Coelho es un escritor que se ha hecho millonario; que lo haya hecho a costa de escribir bestsellers es otra cosa. Además cuán rico o pobre sea un escritor debería tenernos sin cuidado; es más, me parece que hacer distinciones de clase con los autores es algo absolutamente errado. Si hay alguna distinción que cabe es sobre la obra de un escritor; es la obra la que puede ser burguesa, convencional, reaccionaria, moralista. El autor, ya se sabe, puede ser todo: nazi, peronista, comunista, gorila, millonario, pobre, idiota, genio. Por eso cuando se dijo que Günter Grass había pertenecido a las juventudes nacionalsocialistas pensé: ¿acaso la obra de este Premio Nobel de Literatura es nazi?
Aunque a decir verdad hay ocasiones en los que las ideas políticas y la clase del autor han permeado a la obra literaria. Buena parte de la narrativa de Henry James, por ejemplo, es reaccionaria. De hecho sus ensayos son clasistas: a Stevenson lo halaga porque venía de una familia de constructores de faros en Escocia, a Dickens lo critica porque contaba historias de personajes populares. Henry James no soportaba que se hablara de proletariado, e imagino que Marx debió haber sido un señor insoportable como Paulo Coelho para quienes lo han criticado.
Pero volvamos al comienzo: ¿qué hizo o qué dijo de particular el autor de El alquimista? Al cumplirse el noventa aniversario de la publicación de Ulises, de James Joyce (a no confundir con Henry James), dijo que ese libro era “puro estilo”, “perjudicial para la literatura”. En sus declaraciones Coelho demostraba que no diferenciaba entre literatura y libros; porque la literatura precisamente es puro estilo y es siempre perjudicial. Los libros son otra cosa. En otras palabras, hay libros que no son literatura y no hay problema en ello, porque en la historia de la literatura siempre ha pasado eso. Como dice Damián Tabarovsky en su ensayo Literatura de izquierda, lo que define a la literatura es “su incapacidad para convertirse en mercancía (como la que produce el mercado) y su resistencia a transformarse en obra (como supone la academia)”. La literatura, según Tabarovsky, es una comunidad inoperante que se mueve desde el mercado a la academia y viceversa. Entonces afirmar que el Ulises es puro estilo es haber dado en el clavo con una obra que sigue estando en el plano de la literatura después de noventa años.
Pero no saber la diferencia entre literatura y libros puede ser algo esperable para un escritor que se ha pasado la vida produciendo libros y sobre todo dinero; no es que eso sea malo o bueno particularmente: César Aira ha producido más libros que Paulo Coelho, pero eso se debe a que publicar tanto equivale también a publicar muy poco, como Joyce. La otra distinción es precisamente la de clase, y esa la hizo un columnista de The Economist: “Joyce era la viva imagen de un artista muerto de hambre, acusado de pornografía y vilipendiado en vida como escritor de libros ilegibles”. Sin embargo, entrar en este terreno como dije al comienzo no es aconsejable.
Hay puntos, y no pocos, en favor de Paulo Coelho. Jordi Gracia es un ensayista español que escribió, entre otros libros, El intelectual melancólico. Ahí habla de una clase de intelectual que piensa que en la actualidad todo producto cultural es basura y que, desde su cómoda oficina docente, pide a gritos que se relean los clásicos. Obviamente pocos le hacen caso, porque la mayoría está pendiente de los libros de Paulo Coelho. Para Gracia, esto tiene que ver con un logro del progresismo (más en Europa y Norteamérica que en el resto del mundo), esto es de haber logrado una educación básica y universal; y con ello han surgido “públicos necesariamente poco sofisticados”. O sea, los analfabetos de ayer leen a Coelho. Si eso es malo, por favor escriban una carta.
Idelber Avelar es, además de compatriota de Paulo Coelho, un intelectual respetado en su país. Pese a lo que se pudiera creer, salió a defender al autor de El alquimista señalando que Brasil, a diferencia de Argentina, no tiene una gran tradición literaria y que los escritores que surgieron en su momento, como Rubem Fonseca, transitaron por “los códigos de la alta cultura”, con ventas a esa altura. Coelho es un fenómeno aparte: “Ningún escritor vivo, en cualquier lengua romance, ha vendido más libros que él: 140 millones de copias en 73 idiomas”. Él ha llegado a lugares que ni Pelé soñó llegar. En este contexto Avelar plantea que el ataque a su compatriota ha venido de la alta cultura, lo que paradójicamente contradice a la obra de Joyce. El mundo de Joyce es el mundo de los lectores de Paulo Coelho, o mejor dicho “el mundo de Joyce es la cerveza, el pícaro, el borracho cantando en los callejones”.
Aunque a decir verdad hay ocasiones en los que las ideas políticas y la clase del autor han permeado a la obra literaria. Buena parte de la narrativa de Henry James, por ejemplo, es reaccionaria. De hecho sus ensayos son clasistas: a Stevenson lo halaga porque venía de una familia de constructores de faros en Escocia, a Dickens lo critica porque contaba historias de personajes populares. Henry James no soportaba que se hablara de proletariado, e imagino que Marx debió haber sido un señor insoportable como Paulo Coelho para quienes lo han criticado.
Pero volvamos al comienzo: ¿qué hizo o qué dijo de particular el autor de El alquimista? Al cumplirse el noventa aniversario de la publicación de Ulises, de James Joyce (a no confundir con Henry James), dijo que ese libro era “puro estilo”, “perjudicial para la literatura”. En sus declaraciones Coelho demostraba que no diferenciaba entre literatura y libros; porque la literatura precisamente es puro estilo y es siempre perjudicial. Los libros son otra cosa. En otras palabras, hay libros que no son literatura y no hay problema en ello, porque en la historia de la literatura siempre ha pasado eso. Como dice Damián Tabarovsky en su ensayo Literatura de izquierda, lo que define a la literatura es “su incapacidad para convertirse en mercancía (como la que produce el mercado) y su resistencia a transformarse en obra (como supone la academia)”. La literatura, según Tabarovsky, es una comunidad inoperante que se mueve desde el mercado a la academia y viceversa. Entonces afirmar que el Ulises es puro estilo es haber dado en el clavo con una obra que sigue estando en el plano de la literatura después de noventa años.
Pero no saber la diferencia entre literatura y libros puede ser algo esperable para un escritor que se ha pasado la vida produciendo libros y sobre todo dinero; no es que eso sea malo o bueno particularmente: César Aira ha producido más libros que Paulo Coelho, pero eso se debe a que publicar tanto equivale también a publicar muy poco, como Joyce. La otra distinción es precisamente la de clase, y esa la hizo un columnista de The Economist: “Joyce era la viva imagen de un artista muerto de hambre, acusado de pornografía y vilipendiado en vida como escritor de libros ilegibles”. Sin embargo, entrar en este terreno como dije al comienzo no es aconsejable.
Hay puntos, y no pocos, en favor de Paulo Coelho. Jordi Gracia es un ensayista español que escribió, entre otros libros, El intelectual melancólico. Ahí habla de una clase de intelectual que piensa que en la actualidad todo producto cultural es basura y que, desde su cómoda oficina docente, pide a gritos que se relean los clásicos. Obviamente pocos le hacen caso, porque la mayoría está pendiente de los libros de Paulo Coelho. Para Gracia, esto tiene que ver con un logro del progresismo (más en Europa y Norteamérica que en el resto del mundo), esto es de haber logrado una educación básica y universal; y con ello han surgido “públicos necesariamente poco sofisticados”. O sea, los analfabetos de ayer leen a Coelho. Si eso es malo, por favor escriban una carta.
Idelber Avelar es, además de compatriota de Paulo Coelho, un intelectual respetado en su país. Pese a lo que se pudiera creer, salió a defender al autor de El alquimista señalando que Brasil, a diferencia de Argentina, no tiene una gran tradición literaria y que los escritores que surgieron en su momento, como Rubem Fonseca, transitaron por “los códigos de la alta cultura”, con ventas a esa altura. Coelho es un fenómeno aparte: “Ningún escritor vivo, en cualquier lengua romance, ha vendido más libros que él: 140 millones de copias en 73 idiomas”. Él ha llegado a lugares que ni Pelé soñó llegar. En este contexto Avelar plantea que el ataque a su compatriota ha venido de la alta cultura, lo que paradójicamente contradice a la obra de Joyce. El mundo de Joyce es el mundo de los lectores de Paulo Coelho, o mejor dicho “el mundo de Joyce es la cerveza, el pícaro, el borracho cantando en los callejones”.
Publicado en el blog del autor el 30/08/2012
3 Comentarios
Joyce es vanguardia y exploración de los límites. Es free jazz, jazz avant-garde.
ResponderEliminarCoelho es tradición y cuentos para el diván de la autoayuda.
El primero es un genio. El segundo un cuentista. *Ulises* es Picasso en el papel. *El Alquimista* es una tira de cómic. Ambos tienen derecho a existir y tienen su nicho de mercado. El primero es escritor de escritores y "artista." El segundo un escritor de lectores que necesitan ayuda psicológica pero no desean ir, por la razón que sea, al psicólogo más cercano. El mundo es ancho y amplio. Y los gustos varios. Pero la frase de Coelho es la propia de un ignorante de la vanguardia. Que él no tenga ideas brillantes no quiere decir que esas ideas no sigan impulsando el mundo. Hay Joyce para rato. Como Picasso dijo sobre Matisse, el arte de Joyce no es un sillón amplio y confortable donde buscar relajación. Es, a su manera, el Góngora del siglo XX.
Hae leído que Joyce tenía buena voz, y que incluso intentó ser tenor. Pero finalmente optó por las letras a tiempo completo, lo que repercutió (porque no era hombre rico) en que su vida doméstica fuese casi siempre un completo desastre. Pero igual salía adelante, a veces comiendo y durmiendo en casas de amigos, o en bares.
ResponderEliminarQuiso ser Ibsen, tener su aislamiento, su exilio.
ResponderEliminarY lo consiguió con el hiperrealismo del *Ulises*.
Quiso superar el género novelístico y crear una
obra abierta al tiempo y cada lector. Y ese libro
que le quitó la vista definitivamente y le llevó
19 años fue el *Finnegans Wake*.
Estas dos obras no han sido superadas en
estructura, humor e invención hasta la fecha.
Dudo que alguien se tome el tiempo de hacerlo.
Su padre dijo una vez sobre su hijo y su amor
por los detalles y los mapas y los laberintos:
"Si lo dejaran en el Sahara, se sentaría y haría
un mapa del desierto." Nabókov, el maestro de
los detalles, subrayó el *Ulises* de tal forma
y minuciosidad sorprendida, que su mujer Vera
le dijo: "Ha subrayado y anotado el *Ulises* como
he visto a muchos subrayar y anotar sus propias
obras." Pa'reventar de lo lindo! Oremus...