CLAUDIO RODRÍGUEZ MORALES -.
Hoy deseo hablar de René Gutendorf (tiene una serie de seudónimo surgidos de juegos de palabras absurdos creados con Miguelito Herreros, amigo y colega de oficina). Aunque lo conocí en persona como flamante encargado de Fondos Concursables, tenía antecedentes sobre él como docente universitario, poeta ocasional e integrante de la Academia Chilena de la Lengua. Su nombre era citado de manera recurrente en entrevistas, artículos, crónicas, columnas y noticias varias de los soporíferos diarios maulinos. Su rostro de rasgos duros, cejas frondosas y lentes de marcos gruesos, sumado a su melena tipo Beethoven le otorgaban un aire de intelectual sesudo, denso, perteneciente a esas generaciones que conocieron el valor de la palabra escrita en vez del salivazo ignorante y sin fundamento.
Desde un principio, René se mostró como el interlocutor adecuado para poder divagar sobre literatura (supuse que era uno de sus temas predilectos, pero después me di cuenta que no) y sobre todo de música, su gran pasión fuera de las horas de trabajo (y también en horas de trabajo). Sin embargo, al poco tiempo me percaté que sostener cualquier tipo de diálogo con él era imposible, entendiendo diálogo como intercambio de ideas, ida y venida de opiniones, reflexiones varias y un largo etcétera. No por falta de voluntad de mi parte, sino porque la estructura mental de René lo vuelve un autista permanente, alguien que se da el lujo de ir por la vida siguiendo el sendero que a él le apetece y no aquel que le quiera imponer el trabajo, la educación, el matrimonio, la propiedad privada, la democracia y menos un insignificante compañero de trabajo como yo. Esta impavidez ante lo que no le interesa me causa una envidia feroz, debo confesarlo, precisamente por mi condición de crisol de los embates del destino.
Antonio Segundo Delgado, declarado contradictor de René, define a nuestro colega como alguien afectado por el síndrome del hijo único y creo que tiene algo de razón. Conocidas por todos son sus pataletas (suaves, en todo caso, porque el tipo es muy educado) cuando le alteran el entorno, cuando debe atender público, cuando le tocan sus piedritas magnéticas, sus lápices de colores y cuanto cachureo cubra su escritorio y más molesto aún cuando lo cambian de oficina (ya lleva dos cambios en los últimos meses, vanos esfuerzos de la nueva jefatura por hacerlo reaccionar), cuando le dan tareas incómodas (la mayoría, según él) o lo califican por debajo de lo que él cree que le corresponde en el escalafón de la administración pública. Detengámonos en esta última característica: René está seguro que el Estado debe pagarle un sueldo -para nada malo según he husmeado en sus colillas de pago-, simplemente por el hecho de poblar con su persona las dependencias del Instituto Nacional de la Cultura y las Bellas Artes. Su condición de músico de tiempo completo, poeta ocasional, licenciado en antropología y lenguas muertas, pero sobre todo su pertenencia a la Academia Chilena de la Lengua son argumentos suficientes -según él- para no ser molestado por jefe alguno, importunado por órdenes de última hora ni trámites de otra índole que no sean comprar un disco, visitar a su madre, organizar un recital o adquirir cuerdas para su guitarra eléctrica (como acto de justicia, debo dar cuenta que le oí un solo digno de Eric Clapton en una tocata organizada por la Universidad).
Lo curioso es que, de una u otra manera, René logra que todo gire a su alrededor, algo parecido al universo creado por el poeta Pablo Neruda y su grupo de cortesanos. Entidades tan disímiles como las Isapres les aprueban las prolongadas licencias médicas que le receta su amigo siquiatra, sus compañeros fingen comprenderlo y ayudarlo cuando se queja que ya no puede más con tanto trabajo (aunque por detrás lo descueren y le digan flojo rematado) y su mujer, hijas y madre viven permanentemente girando a su derredor con regalitos, yéndolo a buscar y a dejar y llamándolo por teléfono para que escuche el sonido de una cascada. Todos salvo la Directora del Instituto, su jefa inmediata, Maritza Castellanos. Desde que se conocen los encontronazos se suceden uno tras otro. En realidad, se trata de una sola fuerza golpeadora (la Directora) lanzada en picada contra un cuerpo inerte (René). De hecho, él es el único funcionario del servicio que cuando Maritza se aparece por las oficinas no hace ningún amago por parecer diligente y trabajador. Se queda echado hacia atrás en su cómodo asiento sin interrumpir lo que esté haciendo: bajando música desde el computador, chateando con un amigo escritor de España o conversando por teléfono con una amiga de su fans club. Si la Directora requiere su presencia en la oficina, él le manda a decir con el estafeta que se encuentra sumamente ocupado y que por favor le deje un recado.
René puede recibir cientos de memos, notificaciones, correos electrónicos, órdenes verbales y él siempre interpretará todo de acuerdo a su soberano arbitrio. Un ejemplo para hacer el chisme más sabroso: cuando la Directora lo calificó con bajas notas, él lo tomó como una crítica a su condición de persona y no de trabajador. A partir de ese día, comenzó a hablarnos a todos con un tono de sacerdote comprensivo o de maestro zen que imparte bendiciones y ofrece ayuda a los problemas de los demás. Cambio de actitud y solucionado el problema, de seguro habrá sido su razonamiento. Claro que a los dos segundos de terminar la conversación, adiós a los ofrecimientos y a seguir el curso de su propio río interno, sin preocuparse por nada relacionado con el cumplimiento de su trabajo.
A pesar de toda la simpatía que le tengo y de darme entretención por doquier, de todos modos debo reparar en algo (no me voy a referir al desorden en que dejó el Fondos Concursables cuando lo “premiaron” destituyéndolo del cargo, dejándolo en mis temblorosas manos, porque no viene al caso): René es quien mantiene vigente el estado de ataraxia pura de la antigüedad clásica, aunque su modestia le impide reconocerlo.
6 Comentarios
Y pensar que Chile está lleno de estos pajeros Gutendorf.
ResponderEliminarPor mi parte, ni siquiera me metería en sus vidas si no es porque estos personajillos tratan de vivir muy holgadamente con el dinero que todos los ciudadanos aportamos para que se pague a personas útiles, que hagan cosas relevantes por nuestro país, que suden la gota gorda por la gente que más lo necesita.
Pero así no se puede.
Muy bueno, estimado amigo.
Tal vez no venga al caso, pero por el alcance de apellido y por la forma fácil de ganarse el dinero, me recordé de otro Gutendorf(Rudi era su nombre y alemana su nacionalidad).Chile lo trajo como director técnico de la selección nacional ,para le que diera un vuelco al futbol chileno.Resultado : un desastre. Duró muy poco y cobró bastante.
ResponderEliminarInteresante dato, estimado Luis. Habrá que hacerle un repaso histórico a ese Gutendorf Rudi. Así lo sumamos a la galería de la infamia entrenadora, junto a Mostachos y casi todos los ex papábiles, salvo Bielsa.
ResponderEliminarY respecto a la fotografía que acompaña este artículo, me cuesta creer que no sea Goebbels.
ResponderEliminarOjala pillara de frente a Herr Gutendorf para mostrarle en su cara lo que cuesta pagar los impuestos.
ResponderEliminaruna vez ese personaje me dijo, sentado en su silla con movimientos de lancha, manos en la nuca, echado atrás, mirando algún aleph en el techo: "estoy tan aburrido que no sé si componer un concierto para oboe o un poema sinfónico". lo juro.
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