RICARDO MENA -.
I.
La
amabas. ¿Sí
o no?
Sí,
con todo mi corazón. ¿Sí
o no?
Si
solo supiera cómo te sientes. Sé
lo que estás pensando.
II.
—Estás
pensando que solo porque tienes tu fantástico coche y tu fantástica
casa y tu gran trabajo y tus amigos ricos y todo eso, me voy a
rendir. Pero, no. ¡No, no lo haré!, ¿me escuchas? ¿Me estás
escuchando? ¡Oh, esto es el no-va-más! Estás de nuevo con la mente
puesta en tu éxito y tus grandes proyectos y, otra
vez más, yo soy
la que está fuera de tus prioridades. ¿Pues sabes qué? ¡Estoy
cansada! Estoy cansada de tus mentiras...
III.
Pisa
fuerte... No
me vas a asustar porque aceleres.
Un
poco más fuerte... ¿Sabes?
Para el coche. ¡Páralo ahora mismo!
Es
tan refrescante... ¡Que
pares el coche ahora mismo te estoy diciendo!
El
flujo, la marea, el claro de luna... ¡Me
estás asustando! ¡Páralo!
Tú
y ella. Solos... ¡Que
me quiero bajar! ¡Para el coche ahora mismo!
Recuerda
cuando hicisteis el amor sobre las arenas... ¡Esto
no tiene ninguna gracia! ¡Para el maldito coche!
Allí
viene. Corre hacia ti en la playa... ¡Cuidado
con ese camión que viene ahí!
Te
está sonriendo bajo el claro de luna... ¡Estás
yendo directo contra—!
¿Estás mal de la puta cabeza, hijo de puta?
Te
abraza y dice: Te echaba tanto de... ¡Oh-Dios-mío-no-quiero-m—!
Epílogo. La Gasolinera.
Una
bola de fuego apareció en la distancia tras un monstruoso estruendo.
El hombre de la gasolinera que lo vio, dijo:
—Otro
accidente, Max —dijo a su amigo que estaba leyendo un relato
corto sobre el amor y la muerte. Recobró el sentido y le preguntó
de qué se trataba. El hombre de la gasolinera se lo repitió—: ¡Otro
accidente! ¡Allí! ¿Lo ves? Esta carretera nunca va a librarse de
los accidentes hasta que los de arriba entiendan que fue mal hecha.
Es demasiado recta y la gente se duerme conduciendo. La tienen que
cambiar.
—¿Cambiarla? —preguntó
su colega poniendo la revista sobre la silla, junto a la puerta.
—Sí,
cambiarla. Tienen que hacerla más dinámica, ¿sabes? Una o dos
curvas aquí y allí...
—Ah —contestó
su colega pensando en el relato corto que había estado leyendo hace
unos instantes. Le dijo entonces a su colega, al hombre de la
gasolinera—: ¿Sabes,
Jack? No te lo vas a creer.
—¡Qué!
Qué es lo que pasa.
—Acabo
de... —Max señaló entonces a la revista, pero ya no estaba
sobre la silla.
—¡Qué!
Qué quieres decirme. ¡Habla claro, hombre!
—Estaba
hace un momento leyendo un relato corto sobre una cosa exactamente
como esta en aquella revista de allí.
—¡Qué!
Qué revista de allí hablas. No veo nada, Max.
—Ya
no está..., pero estaba. La estaba leyendo. ¡Tú me has visto
leerla!
—Ya
estamos otra vez.
—¿Otra
vez qué?
—¡Tú
no estabas leyendo nada!
¡Te he estado viendo dormir todo el maldito tiempo! ¿A quién
quieres engañar: a
mí?
3 Comentarios
El amor siempre es un accidente, la muerte es otro más probable.
ResponderEliminarMe encantan tus relatos encriptados, no sé si los entiendo o los reconstruyo para no entender o reentender todo. Lío. Pero me super-like.
Nótese cómo la sugerencia de "cambiarla" (la carretera) es irónicamente interpretada
Eliminarpor el narrador omnisciente como "la revista."
Nunca sabremos si el accidente del epílogo coincide con el accidente
descrito anteriormente. No se puede descartar la coincidencia.
Incluso el mismo lector puede interpretar que, si Max lo ha soñado,
así lo ha hecho el mismo lector de este texto.
Ponerse en la piel de Jack y creer en esta realidad (la "fe animal" de
Santayana) es imperativo para poder seguir con vida, sin embargo.
Es un estilo muy particular el de Mena y yo tampoco sé si lo entiendo ni si quiero entenderlo ("all reading is a misreading" dijo alguien, y como no recuerdo quién habrá que atribuírselo a Harold Bloom a ver si acierto). A mí el estilo dialogal salpicado de suaves preguntas e interpelaciones entre amantes enfadados me suena a "El Jardinero" del Nóbel de poesía Rabindranath Tagore, y —corresponda mi percepción o no a la intención original del autor, la cual es una "falacia" según The Verbal Icon— esto me sirve para sentir con más fuerza el contraste con la brutal realidad XXI: velocidad, explosiones, bombardeo de telecomunicaciones, destrozo de la pareja humana.
ResponderEliminarEl Jardinero
20
"Día tras día, viene y se vuelve a ir. Anda, hermana, dale esta flor de mi pelo. Y si pregunta quién se la manda,
no se lo digas, que sólo viene y se va.
Míralo allí, sentado en la tierra, bajo el árbol. Ve, hermana, y tiéndele una alfombra de hojas y flores, que sus ojos
están tristes y llenan de pesar mi corazón. Nunca dice lo que está pensando, sólo viene y se va".
21
Por qué se sentó a mi puerta con el alba? Cada vez que salgo o entro, tengo que pasar a su lado; y mis ojos,
cada vez, se prenden en sus ojos.
No sé si hablarle o no. ¿Por qué se sentó a mi puerta? ¡Qué negra la noche nublada de julio! ¡Qué suave el azul
del cielo en otoño! Los días de la primavera, ¡qué inquietos al viento del Sur!... Las canciones que él canta
tienen cada vez una melodía.
Y se me nublan los ojos, y tengo que dejar mi trabajo...
¿Por qué se sentó a mi puerta?
22
Pasó, ligera, por mi lado, y el borde de su falda me tocó...
Y de la isla ignorada de un corazón vino a mí no sé qué súbito aliento cálido de primavera...
Como la hoja de una flor, traída y llevada por la brisa, un ala rápida me rozó un instante y se perdió al punto...
Fue en mi corazón como un suspiro de su cuerpo, como un susurro de su corazón.
23
¿Por qué estás ahí sentada, sonando tus pulseras vanamente? ¡Anda y llena tu cántaro, que es hora ya de que
vuelvas a casa!
¿Por qué palmoteas el agua con tus manos, los ojos al camino, vanamente? ¡Anda y llena tu cántaro y vuélvete
a casa!
La mañana está pasando y el agua oscura se va. Y las olas se ríen y se hablan entre sí vanamente.
Sobre el alcor, las nubes errantes se acumulan. Se paran, te miran la cara y se sonríen vanamente. ¡Anda y llena
tu cántaro, y vuélvete a casa!
24
¡No me escondas tú el secreto de tu corazón! ¡Dímelo a mí, que soy tu amigo, solo a mí!... Dímelo tan dulce
como te sonríes, que no lo oirán mis oídos, sino mi corazón.
La noche es profunda; está la casa silenciosa; el sueño amortaja los nidos de los pájaros... ¡Anda, dime tú, en un
llorar vacilante, en un tímido sonreír, en una dulce vergüenza, en un dolor dulce, el secreto de tu corazón!