Las vacas pastan sobre la guerra civil. El verde ha suplantado a los cañones y no hay más sangre sino agua.
De una baranda escucho el eco de la muerte, metido tan dentro de la tierra, profundo como mi padre que ronca. Pero es la mañana y algo me dice que no se muere en la luz.
Y sin embargo el ganado se agita, olfateando el aire.
Los soldados de Antietam salen de su funeral de un siglo y más y pelean con los pastos, y se clavan en las espigas, bayonetas del campo. De pronto es el silencio; está el pastizal rico, y una roca que recuerda la Secesión se agota de tanto ser cubierta por las plantas. Por qué vine aquí, queriendo oír a los muertos en lugar de descansar.
Mi pupila recorre los promontorios, en busca de huesos que no sobreviven. Evita tu ancianidad, me dice mi acompañante, y bésame. Y cuando la beso, pienso más que nunca en los azulados labios fallecidos de los soldados.
Publicado en Opinión (Cochabamba), 23/08/91
Publicado en Presencia Literaria (Presencia/La Paz), 06/09/91
Imagen: Ilustración de Thomas Nast para el Harper's Weekly después de la batalla de Antietam, 1862
2 Comentarios
Bello como la brisa en la hierba.
ResponderEliminarUn abrazo, estimado Claudio.
Gracias, Jorge.
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