Panait Istrati, el gran escritor rumano, trajo a casa su país de nuevo. El cerro cochabambino, donde vivo, es árido, pero el sol de desierto agrada. En las tardes me siento a leer. Ignoro las bocinas y la escandalosa velocidad de los automóviles. Me ensueño en algo, y ese algo ha sido hoy Rumania.
"Tsatsa Minnka" es el último libro de Istrati que leí. Lo conseguí por tres pesos en los muros del correo, en una edición argentina de 1947. El mismo día, Huysmans y Paul Bourget me cayeron de suerte y más baratos. Ventajas del hombre que dispone de horas y de una mujer que trabaja.
Istrati describe en la obra los alrededores de Braila, su ciudad, y los avatares del pueblo, las imprevistas desventuras y felicidades que en Rumania son producto de duendes burlones. Cerca de Braila se unen el poderoso Danubio y la conjunción de otros dos ríos que conforman el Seret. En el delta vive la gente y disfruta de la benignidad de la tierra. Pero cuando ya todo se ha asentado y la existencia parece promisoria, los ríos arrebatan bienes y vida. Es un ciclo mitológico de guerra entre las dos aguas; los hombres no significan más que las altas cañas que cubren la marisma.
Bandidos y pantanos son temas característicos en Panait Istrati. Los haiduks, guerreros independientes de los bosques, luchan contra turcos y boyardos: el invasor es tan malo como el noble. Se idealiza al individuo. "Codine", un cuento del autor llevado al cine y premiado en Cannes hará veinte años, trata de la vida de un campesino humilde, hercúleo y bueno. Las desgracias lo envían a las miasmas, pantanos formados en las desembocaduras de los ríos, con una vegetación compuesta sobre todo de cañas y arbustos altísimos; vivienda de negras viscosas serpientes que se enmarañan y cierran el paso a los hombres. La marisma es sin embargo acogedora con los fugitivos, los esconde. Al salir de ella los hombres se han convertido en una suerte de bestias, sucios y peludos. Así Codine la abandona para regresar al pueblo, más rudo y más bondadoso que antes. Es útil destacar que Panait Istrati siente aversión hacia los hombres físicamente débiles; ellos, dada su incapacidad muscular, son maleables y traidores; no el fuerte, que es, por lo general, tolerante y pasivo. El boyardo es un hombrecillo insignificante, igual que el capitán de soldados o el rico comerciante. Los pescadores, los obreros, las infatigosas hembras del pueblo representan lo opuesto. Y como añadidura, la plebe tiene al lado de su fuerza física un aguante inmemorial ante la desgracia. Las inundaciones del Seret o del Danubio no les causan llanto, los trasladan hacia las colinas, donde luego de levantar sus chozas se entregan al vino y al baile.
Ya que mencionamos la música, Rumania es un pueblo en cruz. Sus sones le vienen de los antiguos eslavos y celtas, de los más recientes romanos, y de las dos tribus más reprimidas de la historia: zíngaros y judíos. Claro que hubo, y hay, influencia alemana, y polaca. El país es una conjunción riquísima de cultura, de ahí la extraordinaria vitalidad de su ritmo. Hace un par de años se editó un disco compacto sobre la perdida música de los judíos de Transilvania y era como rodearse de misterio, como descubrir luego de una centuria el espíritu que quiso poner Jules Verne a su novela "El castillo de los Cárpatos", un territorio envuelto en niebla, donde los árboles pueden ser nigromantes disfrazados. En Verne, las montañas rumanas son como grandes aglomeraciones de moho, siendo el moho representación del miedo, del líquido, de lo putrefacto.
Moho, niebla, oscuridad, rocas frías, muestran la imagen que siempre tuvo Europa de estas tierras alejadas. Visión que nunca fue mejor representada como en la película "Nosferatu" de Werner Herzog, en la toma del carruaje atravesando el Paso Volgo. Francis Ford Coppola, en "Drácula", con mayor tecnología y dinero, no logró darle la misma intensidad. La imagen de la sombra, la barranca que se adentra hacia la nada, luces intermitentes dan la perfecta sensación de horror. Coppola sí tuvo éxito haciendo del cochero un monstruo semi-ave, con fantasiosos lobos alrededor. Me acuerdo del ingreso a Potosí, unos kilómetros antes de la ciudad, por aquel cañadón donde se encuentra, o encontraba, la "cueva del diablo". Son más de diez años que no transito la ruta Oruro-Potosí, pero siempre que lo hice, atravesando aquel paso ya crepusculado, sentí terror; significaba en mi imaginación la puerta del pasado, de las alabardas ibéricas y las sombrías paredes. En "Nosferatu" reviví los miedos de Potosí, el recuerdo de un pasadizo colonial, cerca del colegio Pichincha, que era una mazmorra horrible...
Se ha adentrado la noche. El cine me traslada a la historia más antigua del conde Dracul, el empalador: Vlad Tepes o toda una generación de depravados que el tiempo ha conjuncionado en uno. Las ruinas de su castillo en Targoviste siguen allí, una torre que mira al pasado, con sus ventanas como ojos que esperan a los turcos. Y el bosque, los árboles que añoran las manos que los hacen agudas picas para empalar. Bram Stoker escribe sus fantasías de inglés, pero al fondo de lo que ha inventado, las rocas de Targoviste hablan en verdad de miedo. En el siglo XV un manto de sangre se había extendido por Europa Oriental. Y Vlad Tepes no fue la excepción, es la modernidad la que lo ha hecho único. Basta leer a Alejandra Pizarnik, en "La condesa sangrienta", para afirmar un tiempo enfermo, o al escritor rumano-norteamericano Andrei Codriescu que escribía el año pasado sobre la misma Erzebet Bathory, la criminal condesa que se bañaba en sangre, inventora de suplicios. Erzebet fue finalmente descubierta pero, perteneciente a una de las familias más influyentes de Hungría, sólo se la condenó al encierro. Envejeció en su castillo, de puertas lapidadas, sin ver nunca más seres humanos, sin jovencitas en las cuales ejercer su hechicería tratando de aprehender lo intocable, la eterna belleza. La soledad del torturador: de la princesa, de Dracul, en un grabado alemán, que almuerza llorando mientras sus sirvientes empalan y mutilan alrededor suyo a los prisioneros.
Pero el recuerdo más vivo que tengo de Rumania data de mis diez años, aproximadamente. Entonces mi hermano me llevó al cine a ver "La Ultima Cruzada", la historia de Miguel el Valiente, el Bravo, Miguel de Valaquia. Este príncipe valaco unificó Rumania, por primera vez y por espacio muy breve, contra los turcos. Las imágenes no se me borraron: una impresionante decapitación, las innúmeras carretas llenas de niños blancos rumbo a Constantinopla: futuros jenízaros y eunucos; un grupo de hermanos rubios, guerreros que perecieron de a uno: es vívida la muerte del más joven de ellos en un torrente. Esa niñez era bella y en mis tempranos juegos, por mucho tiempo, yo fui Miguel de Valaquia. Mapas, mi padre, los libros de historia, me fueron descubriendo las tierras que el príncipe había convocado. Bien pronto, y ya leyendo historia polaca del siglo diecisiete, Rumania apareció otra vez, cuando las tropas del rey de Polonia invadieron y dominaron a los sanguinarios vospodares transilvanos. En realidad no se puede hacer separaciones. Esas regiones, todas, son una y grande: Moldavia no se separa de Ucrania, ni Bohemia de Galitzia, y Besarabia es tanto parte de Rusia como de Rumania. Mas, ya que divisiones políticas dividen la tierra, decidí hablar de los rumanos específicamente.
En el televisor alguien menciona la lluviosa noche de Atlanta. Ahí está, eso es Rumania para mí, lluvia, niebla y noche...
Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), julio 1996
Imagen: Castillo de Peles, Sinaia, Transilvania
6 Comentarios
Saltando como una liebre proustiana a través de los archivos de la memoria. Las buenas letras parecen refundar los territorios al arbitrio de los autores, superponiéndolos a posteriori en el imaginario colectivo.
ResponderEliminarFascinante lectura, estimado amigo.
Lecturas y recuerdos, la mente mezcla y combina todo y resulta este fántástico escrito. Muy bueno, como siempre. Es una experiencia renovadora leerte. Saludos.
ResponderEliminar¿Qué decirles, amigos? Que con lecturas así vale la pena escribir. Abrazos.
Eliminar¡Que joyaza de crónica! Escrita hace tantos años no pierde vigencia y se degusta fresquita. Historia y actualidad. Gracias, Claudio
ResponderEliminarLa pasión por Rumania, Claudio. Abrazos.
EliminarUn interesante viaje al que nos lleva, muchas gracias. Un escrito que se disfruta.
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