A Horacio Marani
Donde el azul vertical, austero, derramaba su luz
Y bailaban los cerros, y bailaban los cactus
Y de tanto bailar, enamoraban
Eran todas guitarras esos ríos
Que cantaban sin cerrar sus ojos, sin olvidarse
La canción más alegre, la más destilada
Que era tan pura como la piel del sol
Encendían fogatas con miradas tan tiernas
Que daba gusto sentarse en los atardeceres
Y escucharlos recordar otras arenas, otros destinos
Jamás silencios, jamás derrotas
Y eran tan bondadosas las plantas que los cortejaban
Que se abrazaron fuerte y nunca más se separaron
Y prometieron reír hasta que se acabe el mundo
Y aunque el mundo no sepa, pobre del mundo
que no lo sabe.
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