Tessa

ENCARNA MORÍN -.

Son las dos y media de la madrugada y tengo los ojos como platos. Creo que para combatir el insomnio debo sentarme a escribir. Siempre que vomito lo que me conmueve termino sintiéndome mucho mejor.

Hoy ha sido un día emotivo. No solo porque he despedido a una gran amiga que retorna a su ciudad por finalización de su etapa laboral en la isla, sino también porque he estado un rato ayudando a desmontar los restos del naufragio de la que fuera la casa de mi madre. Elegir unas fotografías, un pañuelo y su bisutería, me ha resultado doloroso. Es la primera vez que entro a su casa y ella no está.

Cuando esta tarde he regresado con varias bolsas: las de mi amiga Sol y las de mi madre, una mezcla de olores se agolpaban en mi pensamiento.

Camino al aeropuerto la perrita Tessa soltó un gemido y yo pensé que no se quejaba en balde. Sintió mi pena y se solidarizó conmigo. También despedirme de ella ha sido duro. Saltaba de alegría cada vez que me divisaba a lo lejos, rompiendo todo el protocolo habitual de una perra guía bien educada, que sin duda lo es.

He dejado a Sol muy bien acompañada por Jose, su marido, en el aeropuerto y me alegro mucho de que sea una feliz jubilada joven que disfrutará de muchos proyectos interesantes que ya planea. Sin embargo, un nudo me ha atenazado la garganta y he venido rauda hasta casa dejando para mañana el resto de las cosas que no cupieron en su mudanza y que las he heredado yo. Algunos de esos enseres domésticos los elegimos juntas, entonces no sospeché que pudieran tener tan corta vida.

Cuando comencé a repartir los objetos en bolsas para distribuirlos entre gente que los necesita, los golpes de olores me removían. Las mantas, sábanas y toallas de mi madre tenían el olor aséptico de los fármacos, la colonia de Sol olía a su fragancia y el aroma de Tessa estaba impregnado en mi cerebro. Sus pelos casi blanquecinos invadían mis pantalones negros, pero no hice ningún intento de cepillarlos.

Cuando Sol llegó a nuestras vidas mi hijo Fernando, muy acertadamente, dijo que era tan parecida a nuestra ya desaparecida amiga Conchi, que hasta tenía su acento, su forma de pensar, incluso sus andares. Parecía que la vida nos la había devuelto a través de ella. En un alarde de complicidad, nuestra amistad fluyó como si nos conociéramos desde muchos años atrás.

Incluso en la Nochebuena  la tuvimos presente. Fernando, emocionado, comentó:

-¡Mamá es como si hubiera estado Conchi de nuevo con nosotros! Son tan parecidas en su forma de entender el mundo, en su modo de hablar… no puedo dejar de recordarla cada vez que hacemos algo con Sole.

Hoy él mismo ha caído en la cuenta de que nos ha dejado unas cuantas latas de tónica. Conchi también hizo lo mismo la última Navidad que compartimos antes de que marchara a Euskadi, sabiendo todos que sobre su cabeza pesaba la espada de Damocles del cáncer cruel que se la llevaría antes de un año. Compró unas tónicas que permanecieron en la nevera por un largo tiempo como una forma más de recordarla. 

Sin embargo sé que deambular por la vida es lo lógico y normal. Conocer y querer a gente tan especial es un privilegio. Quedarse con todos los buenos momentos es un regalo. Pero hay un huequecito que ocupa los lugares comunes, los paseos por la playa, los ricos cafés de su cafetera…incluso los ladridos de alegría de mi Tessita linda cada vez que yo tocaba el timbre de la puerta y sabía que daríamos un paseo. Lo primero que hacía era traerme el pollo de goma para que se lo lanzara y ella ir a por él. Era su manera de interactuar conmigo. En el aeropuerto, mientras nos decíamos adiós y yo la abrazaba, hizo malabarismos ofreciéndome su pancita para que la rascara. Este gesto de entrega total solo lo tiene ella con personas en las que confía absolutamente.

En mi alma familiar hay una historia dolorosa de despedidas que no es fácil de resolver o de olvidar. Mis dos abuelas perdieron a sus maridos, emigrantes que jamás retornaron y a los que siempre esperaron. Mis padres no conocieron a los suyos por el mismo motivo. Yo misma sufrí algunas despedidas temporales mientras fui niña.

Y creo que toda esa coctelera se ha removido hoy para ser capaz de provocarme insomnio. Como si estuviera en peligro, como si fuera una pérdida definitiva.

No obstante tengo el consuelo de que Sol y Tessa son dos grandes viajeras y que en algún momento volverán e iremos a visitarles a Santander, casi cerquita del lugar en el que vivió y murió nuestra querida Conchi. Será nuestra única oportunidad de volver a respirar aquel aire y a sentir ese hermoso paisaje. De otra manera no nos habríamos armado de valor.

Me vuelvo a sentar con mi imaginación en el escaloncito de la entrada de la casa, como cuando era niña. Ahí me sitúo cada vez que una despedida ronda por mi vida. Y me vienen a la cabeza tantos seres queridos, mis propios hijos que siguen los rumbos de su vida y se despiden de este lugar y este espacio. Y no dejo de sentir que una parte de ellos habita en mí al igual que una parte de mi ser vive en todos ellos.

Y mi madre descansa en el lugar de las almas buenas, después de haber dejado en su paso por la vida un rastro indeleble.

El mar... ese mismo mar que nos ha acercado ahora nos aleja, pero es también la ruta para reencontrarnos.

Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y elertas y caracoles.

(Mario Benedetti)

Fotografía: Fernando Van Rousselt

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2 Comentarios

  1. Emotivo y hermoso escrito, querida Encarna. Las personas que han vivido junto a nosotros siguen perdurando largo tiempo no solo en nuestros recuerdos, sino en nuestra vida cotidiana, a través de las formas que muy bien has narrado. Me recordó La invención de la soledad, de Paul Auster, donde el autor hace un ejercicio parecido, pero respecto a su padre.

    Un abrazo fuerte

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  2. Anónimo7/1/14

    Emotivo relato. Las pérdidas afectivas no se superan nunca porque no existe el olvido.

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