ENCARNA MORÍN -.
Llevaba siempre en su bolso un bote de laca extra fuerte de la marca Wella. Sostener su peinado se convirtió en una obsesión al cabo de los años. Por encima de la cabeza de quien fuera, una vez a la semana iba a la peluquería a peinarse, teñirse o simplemente a retocar su pelo. La laca especial la llevaba siempre consigo por recomendación de Loly, su peluquera, que disponía de otros tipos y marcas, pero no precisamente de esa.
Aquel sábado a las nueve de la mañana en el que sonó el teléfono haciéndome saltar de la cama, escuché al otro lado su voz débil y entrecortada, al tiempo que gemía y me contaba algo de su bote de laca. Acerté a entender que el encargado del supermercado la había acusado de robar algo y que ante la evidencia de su propio error, lejos de disculparse, la invitó a ponerse fuera del establecimiento.
No creo que fueran cinco minutos los que tardé en vestirme y bajar a la calle a toda velocidad a esperar un taxi. En breve estaba allí mismo, en la puerta del supermercado abrazando a mi madre que temblaba como una hoja. Era la primera vez en su vida en que alguien la acusaba públicamente de haber robado algo, y ese algo era justamente el bote de laca que siempre iba en su bolso cada vez que le tocaba peluquería.
-Mira, yo estaba buscando una bechamel que venden aquí, y no daba con ella. El encargado se ha dirigido hacia mí y me ha dicho que saque lo que tengo en el bolso, le he dicho que ese bote estaba a medio usar y que era mío. Pero me ha hecho pasar vergüenza delante de todos los clientes. Luego hemos ido hasta la caja y al pasar el código ha descubierto que digo la verdad. En ese momento, no me ha pedido disculpas, me ha dicho que me ponga fuera. Entonces yo me he ido llorando hasta la cabina y te he llamado.
Yo la miraba y comprendía que es lo que pudo haber pasado. Aún no estaba bien peinada. Su chaqueta no era precisamente la más nueva de las muchas que había en su armario. Mi madre padecía de la enfermedad de Parkinson, y estaría un poco tambaleante. Por todo eso los ojos del encargado cayeron sobre ella.
Una vez en el supermercado pedí hablar con el desaprensivo y al mismo tiempo una hoja de reclamaciones. Me intentaron llevar a un apartado, lejos de las miradas de los clientes, que eran muchos en ese momento. Yo me negué con el argumento de que si en público había sido el incidente, en público íbamos a seguir hablando. Y de allí no me moví con cara y gestos de enfado.
Se armó un pequeño revuelo entre el encargado, mi madre que lloraba y una empleada que mediaba con tono conciliador. Yo rellené la hoja de reclamaciones y esperaba por la copia, siempre muy enfadada, pero mucho. Por supuesto que intentaron disuadirme sin éxito de que presentara el escrito.
-Señora, escuche señora -me dice en tono muy suave la improvisada mediadora.
-No me diga que escuche nada, ahora son ustedes los que tiene que escuchar.
-Pero señora -insiste ella casi en un susurro- fíjese que lleva usted un pecho fuera.
Para mi propia sorpresa compruebo que al vestirme rápidamente al saltar de la cama, uno de mis senos ha quedado fuera del sujetador, bajo una blusa blanca casi transparente.
-Ah, gracias -le digo al tiempo que retorno a su sitio la parte de mi cuerpo que se exhibía sin querer mientras sigo la discusión-
Han pasado los años y madre ya no está. La cadena de supermercados le envió entonces un ramo de flores a modo de disculpa. Ella siguió obsesionada con aquel incidente y miraba de reojo aquel local que jamás volvió a pisar. La anécdota simpática e imprevista de aquel día, al hacer recuento de lo ocurrido fue la teta díscola que salía de su sitio si pedir permiso.
Solo pude recordar el incidente un día más tarde, lejos de la ofuscación del momento. Y ciertamente, era cómico en medio de lo trágico de aquella situación.
En esa ocasión me tocó cuidarla y protegerla. Por una vez en la vida se cambiaron los roles.
7 Comentarios
Ingrato incidente que afectó a tu madre. Visto a la distancia, de esta forma, con esta calidad narrativa, genera un texto entrañable.
ResponderEliminarUn abrazo afectuoso, Encarna.
Un abrazo querido amigo Jorge. Han pasado diez años o más y el incidente con todos sus pormenores, sigue intacto en mi memoria.
Eliminar¡ Que entrañable ! al leerlo haces que se visualice la escena. Que grande tu madre con la que tuve la fortuna de compartir varios momentos. Ella tan fuerte y tan débil a la vez.
EliminarMe encanta el relato, gracias por compartirlo.
Precioso, entrañable y simpático relato. Enhorabuena.
ResponderEliminarDicen que la persona que tiene el don de la escritura, puede llegar hasta el corazón de sus lectores. Gracias por compartir conmigo un pedazo de ti.
ResponderEliminarBesos. Gloria.
Así es, puede llegar al corazón siendo un hecho tan común hoy día y que el sentir de los actores se traspasa a quien lo lee como si fuera una vivencia propia.
ResponderEliminarHumor y maternidad, un relato apechugante. Me hizo sonreír por el tema, los recuerdos, la foto de esos pechos grandes, como los que tenía mi madre (yo recé por años a Jesucristo para que me hiciera el milagro de que los míos crecieran un poco y casi pierdo la fé cuando no me lo hizo). Cuando mi madre murió, sola, en Caracas, me quedé pasmada por unos días y luego, de repente, se me salieron las lágrimas en clase. Uno de mis alumnos, compasivo, me dio el remedio que me curó de toda tristeza ese mismo día (noche, realmente): "Profe, no llore, le tengo la cura; no me pregunte nada sino hágame caso: esta misma noche váyase a ver la película BORAT".
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