"Ser escritor es la última profesión aristocrática"

GONZALO LEÓN -.
Rafael Gumucio junto a Alejandro Zambra, Carlos Labbé y Alejandra Costamagna pertenece a la nueva camada de narradores chilenos más conocidos fuera de su país. Desde su primera novela (Invierno en la torre) y su primer libro de no ficción (Memorias prematuras), siempre le ha costado “escribir cosas que no sean históricas”. Su última producción, Mi abuela, Marta Rivas González, editado por Ediciones UDP, fue presentado por Fabián Casas y Leila Guerriero en Buenos Aires hace unas semanas, y aquí Gumucio nuevamente aprovecha para usar la historia de su abuela para contar hechos históricos que marcaron al país trasandino. Por eso este libro circula entre la novela y la crónica, en una especie de indefinición. De hecho en la presentación, para Casas era una novela y para Guerriero un testimonio; podría decirse entonces que se trata de una novela-testimonio, aunque él tiene una opinión formada al respecto: “Yo creo que se lee como novela, de hecho tiene una arquitectura narrativa, que fue voluntaria; pero también soy consciente de que uso material real como si fuera ficción, que tampoco es nada nuevo, ya lo hizo Truman Capote”.

Las primeras páginas de Mi abuela… transcurren en París, donde Marta Rivas estuvo exiliada en dos oportunidades: una a fines de los años veinte y otra después de 1973, ambas fueron estancias prolongadas; por eso cuando hacia el final el narrador, que podría ser Gumucio o alguien que piensa como él, se pregunta cómo presentar a esta señora aristócrata a los que no la conocen, entre las respuestas que da y que también son interrogantes se cuentan: “¿Testigo de toda la historia? ¿Católica arrepentida? ¿La liberal más conservadora del mundo? ¿Turca, italiana, francesa? ¿Una chilena completamente peruana? ¿Una francesa completamente chilena?”.

En el comienzo choca esta señora aristócrata influyendo en un chico adolescente que hoy es escritor. En un momento, Rafael, el protagonista-narrador, que vive con su madre se ve en la disyuntiva de decidir qué le gusta más: visitar a su padre o a su abuela. Su padre vivía en la periferia de París y su abuela en el centro. La respuesta que encuentra es: “Entre mi abuela y mi padre, habría elegido mil veces a mi abuela y su barrio, mi abuela y su estilo, mi abuela y su risa para salvarme de ser pobre o de ser normal. Yo llamaba a todo eso literatura, porque para mí eso era ser escritor: salvarme de vivir en los suburbios”. Es decir literatura como centralidad, cuando para muchos otros escritores es precisamente lo contrario. En relación con esto Gumucio precisa que “en esa época la literatura para mí era un conjunto de cosas, y no tenía que ver necesariamente con los libros. La literatura representaba para mí capital cultural, capital simbólico, y mi abuela representaba la aristocracia entendida como los más cultos, los más preparados”.

La historia de la abuela no sólo es para el narrador-testigo la literatura, sino un mundo que parece abarcarlo todo: arte, amor, formación del carácter, pasado pero también futuro. Cuando Rafael todavía es un joven virgen, decide contarle los amantes que había tenido y luego a modo de consuelo señala: “El Amor, con A mayúscula, es una huevada. El amor siempre es más o menos, no más”. En otra parte cuenta cómo intentaba buscarles alguna gracia a sus nietos, al hermano de Rafael le descubrió el talento para ser artista y así fue, porque para querer a sus nietos “tenía que inventarte una gracia”. Y así fue también cómo le fue inventando al autor “la gracia” de ser escritor. En sus inicios, admite Gumucio, “buscaba el estatus del escritor, algo a lo cual abrazarme; no podía ser médico o ingeniero, en realidad casi nada, y el escritor es la última profesión aristocrática en el sentido platónico, porque involucra todo el ser”.
Resulta curioso cómo este relato se va fundiendo con el pasado de este escritor y cómo ese pasado va reconstruyendo no sólo una parte de la historia de Chile, sino también una parte de aquello conocido como aristocracia, “los más cultos, los más preparados”, como dice Gumucio, y a lo que T.S. Eliot llamó “elite”. Quizá sea anacrónico contar la historia de una elite, o quizá sea necesario para entender el mundo actual, donde las elites son incultas y poco preparadas.

Podría añadirse finalmente que Mi abuela, Marta Rivas González es parte de lo que se conoce como relato familiar, que vive un especial auge no sólo en Chile, sino en Latinoamérica; en el mismo texto puede leerse: “No era mi abuela un banco de historias sino una fábrica de infinitos reciclajes de leyendas”. Gumucio aclara que cuando un escritor es joven se le pide no sólo que escriba sino que también publique, pero ante la carencia de experiencias recurre al relato familiar; sin embargo en su caso hay algo más: “Por mucho tiempo pensé escribir este libro, pero un libro que ella hubiera querido escribir, y no me resultó. Al final di con la solución: escribir desde mi experiencia, desde mi vida, y ahí no sólo pude escribir, sino también ordenar mi relato familiar, apropiarme de lo que era mío”.
Publicado en suplemento Cultura de diario Perfil y en el blog del autor (11/05/2014)

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