A pesar de cierta incapacidad para vivir momentos de alegría que hemos padecido los colombianos, resulta evidente un cambio en el clima emocional del país atribuible a las victorias de la selección de futbol en el torneo mundial.
Es posible que una sociedad en la cual han primado por siglos el sufrimiento y el gasto inmisericorde de las reservas de ilusión colectiva, padezca el desconocimiento de la alegría y se vuelva torpe en el acuñamiento de ritos para la celebración.
Así, la opción de las aventuras individuales, sus alcances solitarios, apenas si constituían manifestaciones impregnadas de locura que concluían en más desgracias. Decía una mujer alemana que un hombre solo es como un perro sin collar. Es decir, un hocico husmeando tinacos cuidados por moscas. O tal vez algo parecido al viejo, en una película italiana, que se encarama a las ramas más altas de un árbol y se la pasa gritando, con voz desafinada, que quiere una mujer. Claro: no lo oyen en la tierra y apenas perturba a los ángeles que no tienen sexo.
Parece entonces una gracia del destino que después de las pugnacidades electorales recientes, que devolvieron a los colombianos al estado primitivo de sus diferencias irreconciliables y estúpidas, a menos que se piense que ochenta y tres pesos vale una muerte, surjan momentos de abrazo, clamor unido, ruidos distintos a los tiros. Ruidos diferentes a la gritería arrogante del insulto y la mentira.
No es menos significativo que la acogida alegre, en el mundo, de los goles colombianos tenga bastante que ver con la admiración y respiro de tranquilidad causado por la opción de paz que se impuso en las urnas. Parece que ahora la sociedad colombiana ha dado prenda de su vocación por la democracia. Por avanzar, aunque pequeño sea el paso, en conquistas de igualdad, de respeto al disenso, de participación sin exclusiones.
No es desdeñable que los encuentros de los países de nuestra América con el rostro que quieren, sus tímidas decisiones autónomas, su resistencia a continuar en el papel del tonto saqueado, sus posibilidades de un pensamiento propio, no adocenado, intervengan en la concepción del juego que ofrecen. Danza y riesgo. Reconocimiento de que el otro soy yo y así al ser yo parte del otro, soy. Conjunto. Equipo. La única forma de sociedad no es la sociedad anónima sino la del esfuerzo lúdico. La belleza de lo inútil. Aunque los gastos sean un delirio y James deba meter un gol mientras el obrero brasileño se tira, desesperado, del andamio como en la canción de Buarque.
Hay que reclamar a favor de los propósitos colectivos virtuosos. Los complejos de estar condenados a las desgracias, a cien años de soledad, debemos espantarlos. Probar un canto nuevo, sin abandonos, pleno de esperanza. Renovar la ilusión y ponerle cañaña. Exigir porque cuanto puse vale.
Si es así: mil goles maestro Pékerman.
1 Comentarios
"Propósitos colectivos virtuosos". Estoy muy de acuerdo. Excelente texto.
ResponderEliminarSaludos cordiales