No vayas nunca hasta Oruro si no estás dispuesto a asombrarte. No sigas leyendo este texto si no estás dispuesto a admitirlo.
Oruro es llegar a Oruro a las tres de la mañana. Vienes desde Challapata, vienes desde el inmenso sur, vienes por la carretera vacía, desolada, aterradora si te descuidas —el sueño y el karisiri acosan, están siempre ahí. El viento helado de las punas también. El carro es una flecha roja que atraviesa la noche, tu vida, el destino. Y de repente, la ves.
La ves en el medio de la oscuridad que te avasalla. La ves entre el silencio del cosmos y el temor a que el karisiri se te aparezca, sombras y asfalto, el puñal del frío y el come grasa al acecho.
Al principio, la ves como si fuera un faro extraño, una luz inusual, una estrella que bajó de arriba. Luego, te aproximas y la ves como una ensoñación y frotas tus ojos; la ves como algo irreal pero que te empieza a sacudir tan fuerte que de fantástico no tiene nada: es cuando adviertes que su manto colosal ya te está amparando, te está atrayendo, te anda guiando —y la verdad es que te guió todo el tiempo, a cada momento, sobre todo tras que terminaste de comer tu pan y beber tu café en Ventilla y te lanzaste al desierto helado de los Kakachaqas y dejaste atrás los pueblos insomnes: Challapata, Poopó, Machacamarca.
Al final, cuando ya estás de arribada, la ves y la ves bien y la visión te resulta esplendorosa: es la Virgen del Socavón, es el monumento más alto de América del Sur, y esa luz que te acoge, esa luz que te señala el rumbo, esa luz que no deja que mueras, es una de las emociones más fuertes que puedes sentir en la vida, si lo tuyo son los caminos, si lo tuyo son las travesías, si lo tuyo es la vida, que es lo mismo.
Oruro es llegar a Oruro a las tres de la mañana por la magia con la que te envuelve la Virgen y también porque allí está la casa de mi amigo Ricardo Solíz, allí está el Rodrigo, allí están los amparos.
—¿Qué quieren tomar?—dirá siempre el Rodrigo cuando acudas a ese morada de hospitalidad extrema, así te aparezcas a las 3 AM, esa hora loca a la que le cantó David Lebon, esa hora donde “el sueño de un sol y de un mar/ y una vida peligrosa/ cambiando lo amargo por miel/ y la gris ciudad por rosas”, puede causar estragos.
—¿Qué quieren tomar?—insistirá el Rodrigo, mientras nos desentumecemos de tanta andadura— ¿Un café o… un roncito?—y es cuando la carcajada al unísono estalla porque todos sabemos de antemano cuál será la respuesta. Oruro en el tarot es el naipe con el dos de copas: un trago que se comparte entre compañeros de fragua y de forja, como Osvaldo Ponce, otro amante de El Alba.
Por algo de esto, por algo profundo, por algo que quiero evocar, Kusch, el filósofo argentino Rodolfo Kusch, enseñó en las aulas de la Universidad Técnica de Oruro, más conocida como “la UTO”, a finales de los años 60 del siglo pasado. Lo hizo invitado y protegido por la amabilidad y el compromiso de un grupo de hombres y mujeres que convirtieron a la UTO de los sesenta en una trinchera donde se revalorizaba y se defendía a la cultura popular y la filosofía indígena americana como una herramienta insustituible de liberación nacional y social.
Vale la pena rescatar los nombres de algunos de ellos: Josermo Murillo Vacarezza, Antonio de la Quintana, Flora Herbas de Verdugués, David Segundo González, Eduardo Arce, Olimpia Quiñones, Hugo Salvatierra Oporto, María Lourdes de Forest, Marcelino Alconz Mendoza. Vale la pena anotar también el nombre del poeta mayor, el nombre de Héctor Borda Leaño, que una tarde destemplada y melancólica, me contó su versión de esta historia en su departamentito en Sopocachi y en compañía de otro grande: Rolando Costa Arduz.
Quedan por indagar esos años cuando a Oruro se la señalaba como “una especie de centro de Sudamérica”, porque allí se entrecruzan los espacios geoculturales aymara y quechua, y ambos con el modelo occidental. Debieron ser momentos cargados de un magnetismo especial los vividos allí. De florecimiento. Un dato que me estremece, por la casi sincronía, es que el primer curso de filosofía indígena dictado por Kusch en Oruro fue clausurado el 6 de octubre de 1967. Dos días después, en una quebrada de monte seco, al otro lado de Bolivia, el Che caía prisionero de los militares y de los yanquis. Al otro día, lo asesinarían.
Ese 6 de octubre, Kusch habló así: “Si esto que hemos estudiado como Filosofía Indígena no lo retomamos a nivel de comunidades y no tratamos de llevarla a fondo, todo lo que hemos estudiado no pasa de ser un juego inventado por intelectuales ociosos…” ―las palabras de despedida de Kusch al curso orureño, cuarenta y cinco años atrás, se tiñen de inexcusable profecía: “Si yo dijera ahora que el estilo de vida en América me parece que está en el estilo de vida del campesino de Carangas pueden ocurrir dos cosas: unos se reirán y otros creerán en lo que acabo de decir. Pero les advierto que el que se ríe de esta afirmación lo hace por cobardía. Porque suponer (…) que ese campesino que se ve cuando uno se interna con el camión en Carangas, que ese tiene el secreto del sentir de la vida en América, implica asumir un margen de responsabilidad que muy pocos quieren asumir. Es que tenemos que ser sinceros: somos profundamente cobardes para emprender una empresa tan grande…”. El profesor se exalta, se inspira y agrega: “Saber de un camino de esta índole (…) trasciende a nuestros hijos y a nuestros nietos. Es la época de una nacionalidad. Digo más, es la mística de ser boliviano, pero sin patrioterismos gratuitos e ingenuos, ni esquemas prefabricados, sino desde las raíces mismas del campesinado… Significa, ante todo, una misión y una mística que Sudamérica está esperando de ustedes. Yo mismo estaré esperando en esa Buenos Aires llena de timbres eléctricos, coches último modelo, con su sinnúmero de calles empedradas, con sus cartelones eléctricos, ahí mismo estaré esperando ese mensaje que ustedes están obligados a dar a Sudamérica”.
Cumpliendo lo proclamado en sus discursos académicos, en febrero de 1970, campesinos del distrito de Challavito, Provincia Saucarí, Departamento de Oruro, concluyeron como alumnos uno de los cursos dictado por Kusch en las aulas de la UTO. “No debe existir en los anales de la historia cultural de nuestro país otro caso insólito como el presente” dijo Jorge Calvimontes con referencia al mismo, en las páginas del periódico La Patria de la ciudad altiplánica. Hoy, lo insólito se ha vuelto cotidiano y ojalá que irreversible. Como te dije: no vayas nunca hasta Oruro si no estás dispuesto a asombrarte. No vayas nunca hasta Oruro si no estás dispuesto a admitirlo.
Imagen: Vista general de la ciudad de Oruro, Bolivia.
1 Comentarios
Hermosa foto! me gustaria mucho conocer ese pais que es tambien el de mi esposa.
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