Querido monstruo: hace
frío aquí abajo, en el fondo del pozo.
Venía caminado por la vereda cuando de pronto he tropezado con una rama
inoportuna. Ahí me he caído con todo el peso de mi cuerpo ya cansado por el
peso de los años, y salí rodando por la
ladera. Justo cuando creía que llegaba mi final pude incorporarme lentamente.
Una sombra a mi espalda me devolvió la esperanza. Alcancé a girarme para
percibir tu cara, aunque realmente lo que me llegó de inmediato fue tu empujón.
No pude decirte ni hola. Caí en el pozo y aún es el momento en que no sé si es día o noche.
He perdido la noción
del tiempo que llevo aquí abajo. No hace frío ni calor. Tampoco hay espacio
para moverse. No tengo hambre ni sed. He desgarrado mi garganta gritando y ya
no me queda voz. Ni lágrimas. Todas ellas se fueron mejilla abajo y mi lagrimal
se secó como este pozo. Lo mismo que mi dolor infinito, que tampoco ahora
duele. Es un dolor seco y cortante. Una daga que se ha clavado en mi corazón.
Mi cuerpo dolorido ya no siente ni padece fuera de esa herida sangrante.
En este preciso
momento, mi deseo inmediato es cruzar al
otro lado de la línea para no sentir nada más. Pero parece que de esta agonía
nadie va a liberarme.
Te mantuviste un rato
asomado ahí arriba, impasible, frío y distante. Escuchando mis gritos de la
forma más insensible del mundo. Luego desapareciste. Hubo un momento en el que
pensé que habías ido a buscar tierra para echarla al pozo. Pero no… simplemente
te fuiste y punto.
Llevo horas haciendo
un recorrido por mi vida. No quiero dejar que mis cenizas vuelen a merced del
viento. Mi deseo es volver a formar parte de la tierra de la que provengo. Descomponiendo las moléculas de mi cuerpo apaleado, la química tendrá
explicación lógica, por fin.
“Aquí yace una mujer
que ha pagado un alto precio por elegir vivir su vida”. Me gustaría que mi
epitafio pusiera eso. No sé si mi póliza de decesos alcanza para tanto. Una
forma elegante de llamar al seguro para enterrarse. Tantos años pagando a la
maldita funeraria, para terminar ahora en el fondo de este pozo, donde ni
siquiera voy a tener necesidad de hacer uso de ella.
El día en el que
saliste del fondo de mi armario escupiendo una bilis verde y pestilente, todo
dejó de tener sentido para mí y la incomprensión se apoderó de mi conciencia,
de mi alegría, de todo mi ser. De pronto
ya no me interesaba nada más allá de tu
monstruosidad.
No sé por qué me ha
venido a la cabeza aquella conversación que un novio despechado dejó por error en mi
contestador. Una voz cascada por el peso de los años y la rabia que rumiaba le
dejaba un mensaje a una tal Lola
“-Mira Lola, soy Pepe.
Dices que no quieres saber nada de mí, que no quieres nada conmigo. Pues te
llamo para decirte que no me importa nada, que lo mismo que te cogí te suelto…” - y
muy enfadado colgó el teléfono a Lola, que jamás se dio por aludida
puesto que no pudo escuchar aquel breve monólogo. Pero el orgullo de Pepe
estaba a salvo. No era ella que le dejaba, era él que la soltaba.
Tuve entonces la
tentación de avisar a Pepe, que tenía voz de septuagenario, de que estaba
equivocado, pero finalmente decidí no hacer malabarismos con el destino.
Y eso es lo que yo voy
a hacer contigo, querido monstruo: te voy a soltar en mitad del prado de mis sentimientos
y emociones, para que te pierdas. Solo quiero asegurarme de que te irás
de una vez. No intentes volver camuflado, ni te acerques a mí haciendo merodeos
de niño abandonado. No me digas nada más, ni me mires. Prefiero pensar que para
ti estoy muerta y no es solo una frase hecha. Déjame disfrutar de este mínimo
espacio en medio de la nada en el que me voy a dar de bruces con mi yo
infinito.
Fotografía: Kristhóval Tacoronte.
3 Comentarios
Un alto precio por vivir. Perturbador relato, querida Encarna. Un abrazo fuerte.
ResponderEliminarMuy interesante.
ResponderEliminarEl otro yo que todos llevamos dentro. muy bueno
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