PABLO CINGOLANI -.
Tan pequeña es, tan frágil es… ¿te imaginás escuchar a Sabú en las alturas de Yumani, donde la pax incaica todavía se respira y cuarenta años después de que su voz atronara las calles del Buenos Aires querido no tan querido? Confieso algo: la voz suena convincente, y ese dejavú setentoso –niños éramos- no me disgusta para nada. A Carolina tampoco: cuatro botellas de vino sellan un pacto con una pequeña radio como testigo y la noche, la inmensa noche del Collao, para agasajarlo.
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Una pequeña radio, otra pequeña radio: recuerdo la que compramos en el mercado de Achacachi. Tecnología china, ensamblada en Chile, valor 80 pesitos. Una radio de mierda pero qué macha. Se bancó cordilleras y serranías, soles sofocantes y nevadas. Gracias a ella, escuchamos las noticias: masacre en Warisata, bloqueo total del altiplano, el gobierno de las ciudades se estaba cayendo. Era septiembre de 2003. Nosotros anclábamos en Saqui, Puno, Perú, en medio de un mar de montañas.
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Seguimos moviendo el dial: en la radio del estado, en la red Patria Nueva, tocan a Leonardo Favio. Éramos niños: ¿y quién no se conmovió con pantalón cortito/bolsita de mil recuerdos? Pienso en la tradición. Pienso en el mito. Pienso en el impacto de la radio en África: la gente creía que los espíritus hablaban desde el aparato. Hablase Lumumba o hablase Mobutu. Era magia la cosa: magia pura.
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Mucha canción devocional cristiana, mucha canción de alabanza a Jesús. Parafraseando a no sé quién: It´s only rock and roll but I like it. Sigue la faena de pasar el dial: Leo Dan, Palito Ortega, Los Kjarkas, que dado el contexto, suenan a Emerson, Lake & Palmer.
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Hasta que sucede el hallazgo: Yarita.
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Yarita
Yarita Lizeth
Yarita Lizeth Yanarico
Diosa total del Collao y alrededores (o sea, el resto del mundo)
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“La chinita del amor” le baten sus fans –que son todos los oyentes de todas las radios locales, y eso incluye un área de influencia binacional y muchos sitios donde hay emisoras que la radiecita de mierda pero tan macha capta sin interferencias: Achacachi, Puerto Acosta, Ancoraimes, Copacabana, Ilave, Puno: un mundo. Otro mundo.
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El Collao, el Kollasuyu: otro mundo. La voz de Yarita es un trépano que perfora el tiempo. Su presentación –de diva total- , su instrumentación –eléctrica y electrizante- , explican tantas cosas. El neo huayño, por llamarlo de algún modo, es tan potente, tan evocativo, que conmueve, me conmueve de verdad. Me hace acordar a los libros de Scorza, a su memoria de las guerras campesinas del Perú de los sesenta: a las radios clandestinas en las cuevas, al borde de los glaciares, en el límite de la asfixia y la desolación, desde donde los insurgentes escuchaban Radio La Habana.
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Yarita, Felipa Huanca.
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Cambiamos el dial, mentira: lo cambia la Carolina, que lo monopolizó toda la noche. Sorpresas: Guantanamera y Guantanamera en versión isleña. El tiempo, a veces, si queremos, verdaderamente no sucede, no ocurre, no pasa. El tiempo es un invento del capitalismo. Con el tiempo, será su tumba (chiste inglés).
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Yarita tiene una competidora. Se llama Yolandita Ivonne. Canta Vas a llorar… siente también lo suyo.
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Rossy War: Yarita me hace acordar a ella. Aquí se me mezclan las geografías y los días: hacia principios de este siglo, Rossy War copaba los sentimentales corazones de los aguerridos guardaparques del Parque Nacional Madidi, que la escuchaban en sus radios con devoción. Ella era otra diva pero de la cumbia, de la cumbia selvática, de la cumbia tecno y rebelde que surgió –en diversas variedades- como hongo en Sudamérica en los años 90. Era tan popular que se volvió amiga o la volvieron amiga de Montesinos y del Chino, genocidas y macabros. Cayó en desgracia, un rayo de Viracocha la partió, hoy ¿quién carajo se acuerda de Rossy War? Con Radamir, planeábamos ir a pie por media selva sólo para ir a buscarla y rendirle homenaje, como si tratase de una Janis Joplin de la Amazonía, una Joni Mitchell del fin del fin del mundo.
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Voy más atrás aún, y no puedo evitarlo: ¿do you remember Yma Sumac? ¿Te acordás, querido Gastón?
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735 14 200 es el número de teléfono de la radio Manco Capac, que supongo se localiza en Copacabana. A ese número, podés llamar para que pasen la música que vos querés. Todo bien, todo participativo. Todos los llamados que escuché no hacían sino repetir su nombre: Yarita, Yarita. El huayño y el tango, Las dos capitales virreinales. Antagónicas y complementarias. En el medio, la zamba, la chacarera, y hasta el rock and roll. Gustavo Cerati (Q.E.P.D.)
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Lima y Buenos Aires. Ni con Lima ni con Buenos Aires, José Luis Roca. Un historiador. Un patriota. Un amigo (Q.E.P.D.)
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Gugleo: Zoila Agusta Emperatriz Chávarri del Castillo, ese es el nombre original de la gran Yma Sumac. Si buscás en wikipedia, Yma Sumac dice soprano, si buscás Luzmila Carpio, dice “cantante de música folklórica boliviana”. ¿Qué onda, hermano? Con tanto Dakar, nos perdemos en los laberintos y los espejitos de colores de la modernidad, cuando tenemos diamantes que se difuminan en la vorágine.
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Isla del Sol: ¿toy en Bolivia? ¿toy en Perú? Estoy en los Andes.
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Otra vuelta del dial: Montaner Vive! Carolina canta a rabiar: iluminada y eterna… una lágrima tuya y una lágrima mía… déjame llorar, déjame llorar… por mí. ¿Será el vino? ¿Será el influjo enigmático de la Isla del Sol? Suena bien el enano, son industrias culturales pero son más o menos nuestras. Que es preferible: ¿una JLo que es parte del problema y del imperialismo o nuestros cantautores e intérpretes de música romántica, cómo llamarla, pero que son propios, nacen de nuestra manera de ser, de nuestro estar sensibles en el mundo?
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Somos sentimentales nosotros. Desde la Yarita hasta el Montaner o hasta -Carolina vuelve a cambiar la frecuencia: Roberto Carlos.
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Madre de Dios: Cóncavo y convexo, en la Isla del Sol! Madre mía, cómo suena!...
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Anoté en Yumani, noche profunda: Nuestro único patrimonio es la sensibilidad: convertirla en solidaridad.
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Pienso en Francisco, más conmovedor que cincuenta mil papas previos, más próximo al corazón de nosotros que ningún otro, ¿servirá para que, al fin, nos respeten?
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La voz de la Yarita Lizeth Yanarico trasmite dignidad, y soberanía cultural continental.
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¿Qué hacen en las ciudades? ¿Dónde viven? ¿Qué respiran? Las fronteras políticas no podrán jamás abolir las realidades culturales, la fortaleza de los pueblos unidos, juntos, escuchando la misma música, compartiendo el mismo sentimiento.
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Si no nos respetamos entre nosotros, si no nos amamos entre nosotros, no habrá milagros. El milagro está dentro nuestro: es que nos demos cuenta cuanta luz atesoramos, todos unidos, todos hermanados -sin fronteras históricamente determinadas por los de afuera y la desunión que provocaron entre nosotros.
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Todos/ juntos: la Patria Grande.
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El último puma que habitó la Isla del Sol se murió hace siete u ocho años, nos confirma un lugareño. Me acuerdo de él: estaba en cautiverio las primeras veces que vinimos por acá. Me acuerdo que hablé para liberarlo con un biólogo que asistía un restaurante en Copa y que yo sabía que había trabajado para salvar a un puma en el Sajama. Los campesinos andinos no los respetan un carajo: matan a todos los que pueden. La pobreza es enemiga de la fauna. Seguro que hay más pumas en California o en Canadá que aquí. Con la desaparición del último puma isleño, desapareció la música más antigua, la más misteriosa y la más exquisita de todas.
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El mundo no entiende de sueños, el mundo no entiende de nada. El mundo no nos entiende: nos explota y nos lacera. Al mundo, tal cual es, le da lo mismo que por la radio hable Mobutu o hable Lumumba.
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Bendita la noche
Bendita
¡He vuelto a recobrar
Tanto viento!
¡He vuelto a sentir
Tanta música!
Challampampa, 23 de diciembre de 2014
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Una Patria Grande con pumas. Acabar con su pobreza. Repoblarla de pumas.
(…)
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