ROBERTO BURGOS CANTOR -.
En algunas ciudades ocurre en determinada estación del año. El silencio recupera su imperio. Los pájaros vuelven a donde estuvieron los árboles. El aire liviano muestra su transparencia. Suele ocurrir en las conmemoraciones religiosas cómplices del profano descanso: Natividad, Semana santa. O los veranos europeos.
En la Capital, esa quietud que deja oír los pensamientos y estimula la seducción, sucede entre el nacimiento de Jesús y la llegada a su cueva de los Reyes magos. Entonces no hay filas en las salas de cine, esta el asiento que uno quiere, los museos deshabitados permiten lentas miradas. Se hallan los libros escondidos en las librerías. Y es posible observar el cielo.
Uno padece la tentación de verificar si el resto del mundo existe. Entonces enciende el radio. La emisora que encontré tenía locutoras. Decían las noticias con un firme énfasis que me obligó a estar atento a la hora. Cuatro y trece minutos.
Se acercaba el final del turno de la noche y hablaban, al borde de gritar, para no dormirse. O un pacto de generosidad con los vigilantes de los bancos y almacenes . Cabeceaban, rendidos por la oscuridad y el silencio.
Repetían. Quince personas habían asesinado un toro en las corralejas de Turbaco. Una de las periodistas insistía: yo soy costeña pero esto es una vergüenza. Llaman costeños a los de las orillas del mar Caribe. Los del Pacífico no son ni costaneros. La abigarrada diversidad desde el Cabo de la Vela hasta Cartagena de Indias, Montería y una vez Panamá, somos costeños.
Hasta el amanecer seguí oyendo el radio. No pude saber cuánto pesaba el toro. Si un mantero lo había llamado. Si un garrochero lo había embravecido. Si usaron espadas, puñales, picos de botella. Si vendieron la carne. Tampoco si tenía nombre. Ya se sabe: Gitano, Pechiche, Romo. Voces rasgadas pedían condenas contra los matarifes. Sanciones al Alcalde. Excomuniones al cura. La vida, que le encanta plantear simetrías para que los seres humanos tengamos otra oportunidad de amarrar los desvaríos, propuso una muerte más. Un joven, como dijo la periodista, quedó bien muerto apuñalado y pisoteado por un toro.
La vida insistirá, pero esta vez fracasó. Por pernicioso seguí oyendo la radio de madrugada. En lugar de oír al padre Alfonso Rincón y su inigualable selección de música. Las locutoras afirmaron con indolencia ofensiva, que ese joven había muerto en su ley, que se lo buscó. Curiosa ley de la muerte. Nena, por favor, una lágrima siquiera. Si¿?.
País olvidadizo. El documental de Mitrotti sobre las corralejas. El derrumbre de palcos en Sincelejo y tantos muertos. La plaza, diván del campesino empobrecido. El terrateniente regala los toros para que sus siervos se desquiten con las bestias y no lo maten a él.
Náufragos del instante nos enloquecemos. Pagamos culpas cuidando hormigas, dando la espalda a tumbas sin nombre.
Imagen: Pablo Picasso
Imagen: Pablo Picasso
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