De lo que no se habla

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Alonso Sánchez Baute, Loncho, es un espléndido novelista y un escritor de artículos y crónicas de especial perspicacia y abierta valentía. A él debo mi interés y conocimiento por el motivo de este Baúl.

En una sentencia de 70 páginas, de enero de este año, la Corte Constitucional al resolver una acción de tutela, protegió el derecho a la libre expresión de un grupo de artistas, unidos para un proyecto, premiado, con el nombre de Blanco Porcelana.

El amparo jurídico fue propuesto por familiares de una artista que sintieron maltratada su intimidad y agredido su buen nombre.

Como es frecuente en las búsquedas estéticas de la época, las propuestas visuales, plásticas, instalaciones, performancias, después de romper el marco tradicional del cuadro, la caja o la pecera, han escapado de la prisión del museo o la sala del galerista, y se toman la calle como espacio público por excelencia, reino del paseante. Ahora deambulan por estaciones, redes sociales, muros. Una transgresión incesante de formas busca expresión, compadece o agrede.

Despertó mi curiosidad, a pesar de las lecturas de Marvel Moreno, que el conflicto de derechos surgiera en La Arenosa, territorio proclive a las complicidades con la informalidad como estatuto de igualdad, y a las novedades del riesgo. Quizás una sociedad sin reglas de tolerancia porque practican aquello de vive y deja vivir.

Quienes siguen, con entusiasmo bien retribuido, las aventuras de la novela en estos días, habrán observado una vuelta a la presencia del yo y su entorno. La familia, los amores, los hijos. Parte del combate con las añagazas de la realidad.

Así, la artista barranquillera de Blanco Porcelana excava en el breve episodio de la memoria familiar para articular su obra. Textos sueltos, relato, videos, fotografías, ningún género es hoy suficiente para aprehender la complejidad de las incertidumbres.

Desde su infancia llegan voces, espejos perdidos, acaso salvado de arroz para la limpieza nocturna del cutis, y las palabras de inocente persistencia, el álbum de la infancia armado por los adultos. Un mundo que apenas si es invocado en las mecedoras de la terraza esperando la brisa fresca de la tarde.

La artista dialoga con su pasado, ese lastre sin elección que a cada quien pertenece, y desde el hoy, lo interroga, duda de la dulzura de una expresión, se encuentra con el mal terrible de algo velado que condiciona y reproduce intacta la sociedad aferrada a lo unidimensional.

Después de dos sentencias adversas, de jueces, la Corte amparó la libre expresión y explicó los alcances del entendimiento de la intimidad. En medio de la talabartería jurídica y mi duda sobre si el arte corresponde a la expresión libre, hay una pregunta, de la artista, fundamental: ¿La memoria tiene propietarios? ¿A quién pertenece?

Bello tema: ¿la intimidad expropia la memoria?

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