MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ -.
No hace falta ir a las profundidades del Congo Belga, esto es, al «corazón de las tinieblas» para exclamar con Kurtz: «¡El Horror, el Horror!» porque lo tenemos delante de las narices, en el escenario de las vacaciones de verano y los viajes turísticos, casi domésticos. Está ahí.
El
más imponente símbolo del «Horror» es hoy ese camión de carnicería,
aparcado en un arcén de una autovía de Austria, que supuraba líquido de
putrefacción. No, no bailemos el minué del mal gusto y el peor olor. Esa
es la realidad, así lo encontraron, con más de setenta cadáveres de
refugiados en su interior. Nuestra civilización huele a cadaverina.
Apesta.
Y no es ese el único icono. Hay donde escoger. Cada espectador del
«Horror» podría ser ese Conrad que fue al Congo y vio lo que solo
denunció de una manera leve en El corazón de las tinieblas. No
pasamos de ser meros espectadores de la desdicha extrema y la barbarie,
banales cronistas a fuerza de señalar los mismos hechos incesantes.
Parece que no puede haber más horror, y puede; a un naufragio, le sucede
otro mayor. Los muertos se contaban por decenas, por centenares luego y
ahora por miles.
La
sucesión de hechos trágicos hace del horror, rutina. Nos felicitamos de
estar lejos, amarrados a muestras miserias. Nos conmueven los trabajos
de los fotoperiodistas, mucho más que lo poco que leemos o no queremos
leer, esa información sesgada que nos llega, en la que creemos según nos
convenga. ¿Qué sabemos, qué aventuramos, qué sospechamos del origen del
éxodo? ¿Lo que diga el gobierno o lo que el gobierno calla, y con él
todos los medios de comunicación no ya afines a su política, sino al
sistema neoliberal en cuya defensa actúan? Una certeza: los cientos de
miles de refugiados que ya han conseguido entrar en Europa y el
descrédito de sus gobernantes.
No nos hace falta informe sobre lo que sucedía en El corazón de las tinieblas
hace cien años aunque sí nos haga falta uno verdadero del alcance real
de la tragedia y de sus causas, de esas de las que solo se habla con
generalidades: qué, quién, quiénes han provocado este éxodo masivo de
gentes en busca no ya de una mejor vida, sino de la supervivencia a
secas, y cuál es la responsabilidad cierta y precisa de nuestros
gobiernos en ellas. Escribas lo que escribas todo suena a estampa
humanitaria; tu alerta no pasa de ser la voz de un desasosiego que por
el momento te calma.
Son
decenas de miles de personas las que han conseguido saltar las vallas,
las alambradas, los puestos fronterizos, cruzar un mar que es una
gigantesca fosa común. Ignoramos el número real de los que han fallecido
en el intento, a diario.
La estampida. Hablamos de ella desde hace quince años. Europa lleva
conociendo estos años más desplazados que los que fueron movidos por el
vendaval de la Segunda Guerra Mundial. ¡Que no entren, que se vayan, que
regresen! ¿A dónde? ¿A qué? Flota el fantasma de la Europa de los
campos de concentración. Y flota una realidad: solo los europeos se
conceden a sí mismos el derecho a buscar refugio contra sus horrores.
Cortos de memoria, espantados tal vez de sí mismos.
Todo apunta a un tráfico de personas a gran escala, pero poco se dice
de que los estados, los regímenes policiacos incluso, se muestran
incapaces en la lucha contra las mafias transnacionales porque están
incrustadas en sus entresijos. Habrá tráfico de personas mientras haya
quien necesite de manera vital ir de un lado a otro. Nos tranquiliza que
las mafias sean las causantes inmediatas de estas tragedias; son las
culpables, punto, no la sucesión de espantos que apenas nos conmueven:
guerras de origen oscuro, abusos sobre poblaciones indefensas,
genocidios flagrantes o encubiertos, hambrunas, epidemias, miseria
endémica, rebabas del colonialismo europeo y de su saqueo de materias
primas ajenas, víctimas de sus negocios... No, no es cosa de novelería
saber quiénes y cómo armaron al EI (Isis) o a otros regímenes
totalitarios mientras les convenía saquearlos por la gatera y a cubierto
de informaciones veraces; ni tremendismo hablar de todos los
beneficiarios del saqueo. Ignoramos cuáles son las trastiendas de esta
estampida migratoria, de este éxodo masivo y aunque las supiéramos,
¿qué? Nada. Nadie sería juzgado, nadie. Aquí solo impera la ley del más
fuerte, aquí solo hay víctimas y mucha policía, mucha alambrada, mucha
palabrería oficial y más violencia.
2 Comentarios
Discépolo fue muy claro: "El mundo fue y será una porquería". Exhaustivo análisis.
ResponderEliminarFuerte abrazo, querido amigo.
el Papa ha hecho una prioridad de denunciar "la globalización de la deshumanización y la indiferencia" tocando el asunto de la inmigración forzada e ilegal y sus horribles resultados
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