MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ -.
Ese de Ganbara es un viejo
proyecto para el que mi amigo Vicente Galbete me hizo algunas ilustraciones (entre ellas la de una vieja máquina de escribir Underwood que hoy he rescatado para anegarme el alma en bilis negra), y que
ya irán saliendo: los objetos y las historias a ellos aparejados, no las
que encierran, sino las que les atribuimos. Lo explica bien Marcel
Proust en Le temps retrouvé, y mejor Carlos Castilla del Pino,
cuando habla de ellos como tiradores de la memoria. Me he pasado la vida
guardando objetos, cosas y cositas. Hoy en el rebusco de fotografías de
hace 40 años que han virado al verde pálido, me ha aparecido esa
cartulina del Théâtre des Nations, de 1972. Recuerdo con quién estaba
ese día –más gracias a la tarjeta que a esfuerzo alguno de la memoria–,
y apenas nada de la actuación del mimo y de una charla de Jean-Louis
Barrault, en compañía de Madeleine Renaud, acerca de ese arte teatral,
seguido del preceptivo debate de galimatías cultural… El resto puedo
acabar inventándomelo a fuerza de recordarlo –en la guía proustiana ya
citada–: el hotel ruinoso en el que vivía, Hôtel du Fétiche, por el
boulevard Voltaire, creo, un París pueblerino al borde del derribo y la
desaparición, pero que todavía vi en pie en 1994, hotel cochambroso de
cuatro perras, cuyo dueño era un tipo violento y repugnante. ¿O fue en
el hotel D’Alsace del que me echaron por sospechoso? Alguien que
permanecía casi todo el día encerrado en su cuarto, un guardillón,
leyendo –Paradiso de Lezama, entre otras cosas…– no era de fiar. Tenía 21 años, acababa de publicar una plaquette
de versos cochambrosos, arrebatados, de los que me resulta muy fácil
reírme ahora, con cobardía. Podría inventarme unos episodios biográficos
de prestigio, novelescos, pero prefiero admitir que no tenía madera de
vagabundo y que vivía acojonado, algo de una vulgaridad extrema que se
resiste al relato, porque ahí empieza y ahí termina, y lo quieras o no,
forma parte de ti y estás donde estás gracias a haber estado allí,
entre otras cosas. Para teatro de la crueldad, el de la memoria
descarnada: mala entrada, peor crítica. Suele dar en monólogos de largo
metraje y escaso interés. Hay que atreverse.
2 Comentarios
interesante
ResponderEliminarQué puede ser más honesto que esta memoria fragmentaria, nítida y nebulosa, que acaricia y atropella al mismo tiempo. Muy bueno, querido amigo.
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