La nota


ENCARNA MORÍN-.


Miraba distraídamente al suelo cuando me tropecé con aquella nota escrita con un bolígrafo de tinta verde. La letra clara y perfecta llamó mi atención. Alguien recriminaba a otro alguien por haber aparcado mal su coche. “Es la tercera vez que usted me cierra la salida. Es un egoísta y un desconsiderado”.

El viento había desplazado aquella nota que quizá nunca llegó a manos de su destinatario. No había un tono agresivo, aunque sí recriminatorio. No era un poema, por más que la tinta verde evoque de forma irremediable al gran Pablo Neruda. Era simplemente una de tantas historias anónimas transportadas por el viento.

Al otro lado de la calle, cruzando la rambla, estaba el parque infantil casi vacío. No había cola en los columpios, el tobogán tenía apenas dos niños. Es la evidencia de que hay menos niños en la ciudad. Tampoco están ahora los niños que yo llevaba hace años al parque. Son mayores, han crecido, han tomado el rumbo de sus vidas y  les echo de menos sin remedio.

Me sobra todo el tiempo del mundo y de pronto parar en seco me deja cabizbaja. No tengo tampoco a un desconocido que haya aparcado su coche cerrándome el paso. No están los amigos que se fueron para jamás retornar, tampoco los que viven lejos, en la distancia real, ni siquiera los que se encuentran cerca, pero de los que me alejado casi sin darme cuenta. Y ahora a todos ellos les echo de menos.

Varios pasos más adelante, cruzando el parque cubierto de trozos de césped que bordean la zona de juegos de los niños casi inexistentes, visualizo una tarjeta de visita escrita en su anverso. Hay una dirección y un texto: “C/ Obispo Codina nº44. No me esperes, llego tarde”. La curiosidad mató al gato, y curiosa recogí la tarjeta del suelo, para comprobar si había algo más. En la otra cara, reposaba seria la imagen de un agente inmobiliario junto con el anagrama de una conocida empresa del sector. Alguien vendía su casa. No es una novedad en estos tiempos que corren. Yo misma he sentido más de una vez el impulso de salir corriendo tras una nueva vida, en una nueva ciudad, con un paisaje distinto. 

Una ambulancia y un coche de bomberos irrumpen con sus sonidos estridentes, seguidos muy de cerca por dos unidades de la policía local. Cortan el paso, cierran la calle. Los vecinos se asoman a sus ventanas, algunos con sus móviles en la mano para captar la imagen morbosa del día. En breves minutos comienzan a retirarse. Parece que se ha tratado de una falsa alarma. Nos hemos habituado a vivir con estos vaivenes que lejos de romper la monotonía, han terminado por ser monótonos.

Sin embargo la imagen del anciano que duerme en el banco de la plaza no suscita alerta alguna. A su lado hay un perro y un carrito de la compra completamente lleno de objetos. Pero ambos forman parte del paisaje, no despiertan ninguna alarma ni tampoco remueven aparentemente las conciencias de los viandantes y las autoridades competentes.

La vida cotidiana está totalmente amordazada, por el miedo, por el ruido, por las noticias nefastas, por la soledad embotellada, por el temor a lo inesperado. Pero sucumbir a todo esto va a significar que nos declaramos impotentes.

La buena noticia del día fue la nota anunciadora de que las sardinillas frescas  estaban a precio de saldo. Es la ventaja de ir al super casi a la hora de cierre. Mis gatitos adoptados: la gata Luna y los siete cachorros que se han afincado en el solar que se encuentra bajo mi ventana, tendrán comida fresca por varios días.

Mirar a estos gatitos me produce una inmensa ternura. Son negritos, casi lactantes e indefensos. Todos ellos juntos cuando duermen, forman una bola blandita que respira. La gata madre ya no desconfía de mí y les ha instalado en mi entorno, porque lo considera un lugar seguro. Le falta la mitad del rabo y al parecer es que alguien una vez se lo quemó. Jamás habría hablado con el señor que vigila el centro comercial si no llegar a ser por Luna. Él le llama Negrita y también se ocupa de alimentarla. Yo no había reparado en su medio rabo hasta que él me contó su historia.

De pronto he pensado escribir mi propia nota y decorar con ellas las paredes de mi casa, por dentro y por fuera.

“La vida es este preciso instante en el que rechazo el dolor y sufrimiento propio y ajeno. Elijo vivir y tomar decisiones que me produzcan felicidad y eso significa que voy a situarme fuera del miedo, de cualquier tipo de temor”.


Fotografía: Kristhóval Tacoronte




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3 Comentarios

  1. Soli Cillero19/8/15

    Me gusta...sobretodo la nota con tinta verde, los gatitos y la vida.
    Pobre del viejito...pobres de nosotros que hasta el abandono lo
    hemos normalizado.

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  2. Anónimo19/8/15

    Me quedé después de leer esto con una extraña sensación. Esta nota tiene alma, me ha emocionado, en el medio de mi pecho se ha instalado un deseo de que la solidaridad, el amor, la armonía estén por encima de todo y que todos hagamos algo en beneficio de alguien. Que busquemos una "Luna" para que también nos reconozca y nos confíe sus hijos. Te felicito Encarna por la sensibilidad . Un abrazo. Chabela

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  3. Vivir fuera del miedo, tomar las riendas, caminar por el ancho y ajeno mundo a voluntad.
    Hermoso texto, querida Encarna. Un fuerte abrazo.

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