Ninfomanía

ROBERTO BURGOS CANTOR -.

Un escándalo de festival y un filme de 7 horas, arrojaron a la penumbra a Lars Von Trier.
Una versión recortada, de tiempo humano, de su película Ninfomanía sería exhibida hace un par de años en Cannes.
La escaramuza de gritería la provocó el director danés por una de esas expresiones que salen con disfraz de broma y se estropean en el camino hasta generar rechazo. La mala fortuna de machacar sobre Hitler y concederle una gracia. Nada calmó al público, ni siquiera la intervención reposada del hada de esa ocasión: Catherine Deneuve en su otoño de Chanel 5.
Las 7 horas para un tiempo que se ha vuelto enemigo de la vida, vértigo más que transcurrir, atemorizaron al hábito de la impaciencia, a la debilidad de la atención del ciudadano de hoy inmerso en un remolino sin destino.
El recurso de una pantalla en alguna pared sin comején de la casa, la circulación alternativa de los discos digitales, el poder quitarse los zapatos sin agraviar al vecino de perro caliente, rositas de maíz, bebida con gas, la libertad de hacer pausa para responder el teléfono o ir al baño o prepararse un café, resolvieron la invención de un recogimiento para ese metraje. Buen entrenamiento para volver a Guerra y Paz y Shoah.
Por supuesto, es inacabable la gestualidad de Charlotte Gainsbourg buscando el gesto humano que enfatiza el placer sexual, unas veces ruidoso, sin código, otras acorazado de silencio. Y siempre limitado.
La estrategia narrativa de Von Trier es impecable. Alguien ejerce la compasión y ofrece asilo a una mujer con signos de maltrato, arrojada en medio de la calle. Y llueve.
El altillo, la cama limpia y tibia, el té caliente, permiten que con breves interrupciones que estimulan la historia, preguntas correctoras, el hombre compasivo, quien se declara virgen, no por virtud, logre el relato implacable de una búsqueda sin redención, asumida a fondo en su sincera y quizá destructiva verdad.
Al espectador lo asaltará una incómoda duda. ¿Es necesario ver esto?
Aparece entonces una dura lección. ¿Será, que la única intimidad posible de contemplar es la propia? ¿Qué el secreto ajeno se agota pronto?
Pero justo en ese borde el mirón invoca a San Lumière para que lo asista. Le fortalezca la voluntad y no abandone, concluya la experiencia. Está acosado por lo insoportable sin saber si es asco, exceso ¿? de dolor. Piensa en cuántas veces un cuerpo así le ofreció el conocimiento del placer, la atracción invencible. Y su fugacidad.
Siete horas de fotogramas, imágenes impecables, la impotencia propia, para llegar a uno de los finales maestros en su tremendo horror. Allí: la desolada conclusión. Lo dijo el poeta Viñals: el hombre está condenado a elegir. Y si elige está perdido.
Metáfora de espanto y condena de las redenciones humanas.

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