CLAUDIO FERRUFINO-COQUEUGNIOT -.
"Los hijos de Fierro" (1972), del director argentino Fernando Solanas no es un filme más sino un documento que antecede -y predice- los atroces años de la dictadura. Mucho se ha dicho de la época y lo hallado excede los límites de la imaginación respecto a la crueldad del hombre. Bastan unas páginas del informe "Nunca más" para acabar con el mito del buen ser humano.
Dos creaciones artísticas referidas al momento me han erizado la piel. Quizá porque joven me ligué por sentimientos, alguna ideología, el sufrimiento directo de parientes y amigos, los viajes regulares a la Argentina, con lo que ocurrió. Observo el horizonte de la hermosa Córdoba, desde un balcón sobre bulevar Chacabuco, cuando miembros de la juventud peronista, Montoneros, arrojan un par de bombas proselitistas en la esquina con San Martín. Bomba proselitista digo del aparato que explota y produce leve fuego a tiempo de lanzar al aire panfletos políticos. Un libro, una película: "La novela de Perón", de Tomás Eloy Martínez y "Los hijos de Fierro", de Solanas.
Ambos se sitúan entre la caída de Onganía, el gobierno de Lanusse, aquel interregno que significó Cámpora y el retorno del líder, general Juan Domingo Perón, desde el exilio español. Para precisar sin embargo, aunque se puede jugar con los límites cronológicos, Tomás Eloy Martínez comienza su libro, los augures del retorno y el hecho consumado, donde lo deja Solanas, en la mítica espera del gaucho Martín Fierro, alter ego de Perón en la cinta, y sus hijos y correligionarios que lo anhelan como a Mesías.
El novelista quebranta el aura seudo revolucionaria del general. La masacre de Ezeiza, momentos antes del aterrizaje que lo traía de vuelta, los pormenores del nacimiento del peor escuadrón de la muerte en la historia argentina, la Triple A, y la candidez con que los jóvenes ideólogos e idealistas van al matadero, representan acontecimientos que develando ya de entrada la falsía que habría de montarse, hablan de un dramático cálculo que costó la vida a decenas de miles.
Hay en la hora y media de imágenes de Solanas, angurria cuasi religiosa; extraña mezcla de doctrina social, orfandad de los hombres y de la nación, iconografía popular que convierte, en fugaces segundos cinematográficos, a Evita en santa y a Perón (Fierro) en la solitaria posibilidad de redención. Ello en un marco que presupone teoría marxista y revolución. Dos mundos extrapolares ligados en una trágica amalgama que delineó la debacle de la cual Argentina apenas se levanta.
El director toma el poema de José Hernández como lineamiento de su nueva "épica". Claro que Perón nunca podría ser Martín Fierro, le faltaban la rebeldía y los huevos. Tal vez Eva Duarte representaría mejor al itinerante gaucho. Pero Eva era el resultado catártico de la nación argentina, mezcla de ambiciones encontradas, deseo de aferrarse al pasado y, paradójicamente, de inventarse un futuro para redecorar su faz. Así Eva Perón encarna el papel de la "chinita" aldeana que ha alcanzado sus sueños, tanto como el de la princesa, la Sissy emperatriz que habría deseado ser, imagen que transmite a sus descamisadas que la veneran bajo el halo de hermana y de patrona, de inquisidora y confidente. Fierro era simple, humilde, nativo, lo opuesto a los Perón.
Excelente técnica la de Solanas. "Los hijos de Fierro" transcurre en blanco y negro para concentrarse en el tono histórico así como el profético. Martín Fierro, el eterno perseguido, vaga por las desiertas latitudes de América, ora sube colinas en su caballo, atraviesa un río, o casi se escurre de la escena perdiéndose en la distancia de magníficos paisajes cuya muestra no puede ser más que esperanzadora. Se divide el filme en capítulos titulados, a la usanza de Eisenstein. Sobrecoge porque es casi un epitafio de la revolución argentina. Solanas apuesta por el peronismo y su arte es agitprop convincente. Para un público que recordase los tiempos demagógicos de Perón, el populismo de los trenes de regalos, la idea de identidad nacional, la cinta cumple su objetivo. Pero no hay más que la esquematización local de un proceso revolucionario. Quizá Solanas no supiera que el peronismo nacido de una síntesis de ideas fascistas y resabios cristianos jamás lograría establecerse como un digno emblema de la rebelión mundial. Por ello recurre erróneamente a Martín Fierro, lo materializa en un único espacio desde el que, y ya en el campo de las elucubraciones, pueda expandirse hacia afuera.
Volviendo a Tomás Eloy Martínez, el relato del principio de la desintegración de una juventud ávida de justicia y libertad supera el epitafio, alcanza ribetes de infierno. Duele, enerva, enoja, produciendo la desazón que tuve al leer las "Actas tupamaras", valientes y peligrosas actividades infantiles cuyo destino eran la tortura y la muerte. Falta de organización, de seriedad en la práctica revolucionaria, de profesionalismo militar... no sé a qué atribuir el fracaso. Pienso en Michael Collins, del Ejército Republicano Irlandés, en la sistemática aplicación del terror, en la férrea voluntad, en la base popular necesaria para la actividad subversiva. Y la gran falta de creer, por encima de cualquier otro desliz, en la actitud progresista de un general viejo, cobarde y cornudo, en olvidar que al traerlo, su esposa, "Isabelita", arrastraba consigo al brujo José López Rega.
Filme importante, histórica y artísticamente; el arte-expresión política, Solanas como "intelectual orgánico" en términos gramscianos según leí por allí. Hermosa fotografía a cargo de Juan Carlos Desanzo (dirigiría en 1996 una brillante "Eva Perón"); música de Zitarrosa. Remembranzas personales de una noche del 76 cuando encapuchados de la Alianza Anticomunista Argentina buscaban a "Ferrufino" (mi hermano). Recuerdo a mi padre, ya con Armando a salvo en casa, diciéndonos con su profunda voz que si algo le hubiera pasado habría perecido de inmediato, en Cochabamba, la Misión Militar Argentina, incluidas las mascotas.
18/04/06
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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), mayo, 2006
Imagen: Poster del filme
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