ROBERTO BURGOS CANTOR -.
Una oportunidad que se nos presenta a los colombianos es la de comenzar a formar una conciencia propia en la cual intervenga el sueño de un porvenir que, hasta ahora, nos ha resultado esquivo.
Sería otro error, tremendo, que al borde de definir las condiciones de un destino sin los estragos de la guerra, sin los pretextos de la violencia, nos enredáramos en pequeñeces de gallinero y en discursos desuetos cuya caducidad penosa reduce a quienes los escuchan a una condición subalterna, de peonadas ignorantes, susceptibles de más engaños.
Llegó la hora de resolver, sin citarse a duelo, machetes o revólveres, los odios, las diferencias ideológicas que son el ropaje de privilegios, los engaños y el desencanto.
De estas maneras podremos, por una vez, en la historia que nos correspondió, como fatalidad o como destino, poner nuestro rostro. Ya no sufrido y escamoteado sino preñado de futuro, de generosidad con quienes nos siguen y seguirán, de amor por quienes han sufrido estos años imposibles de despojo y exclusión.
Achicada la conciencia de las aguas turbias y podridas de una sin salida que desató la corrupción en quienes más poseen y la mendicidad miserable en los que necesitan, es el momento para construir un poder espiritual que libere de ataduras y permita el esplendor del ser humano con la dignidad de su reclamo.
Los cínicos de siempre, quienes volvieron la democracia esta espesa colcha de lanas podridas, ya piensan que la imbatible potencia perversa del sistema actual, dará buena cuenta de los representantes de las armas que, ahora depuestas, ingresan al cenáculo de la palabra. A su ritual de turnos y mociones, proyectos y quórum, trapisondas y sueño. Un lugar donde está la mancha de sangre de los tiros con los que se respondió a un desacuerdo.
Hace dos semanas, el historiador Posada Carbó llamaba la atención sobre lo que podía ocurrir en la vieja democracia inglesa. Escribía como el partido Laborista se enfrentaba a la circunstancia de que su representante, con las ideas radicales de siempre, y desentonando en el Parlamento, acudiría a esa militancia de los partidos que no se sienten representados y consolidaría su liderazgo. Se sabe como ese parlamento recogió gobierno y oposición para que allí sucediera el disenso.
A lo mejor las tensiones políticas que vendrán, ¡bienvenidas!, tendrán que ocuparse de un sistema de participación que corresponda a nuestras peculiaridades y diferencias.
No en balde, el acuerdo que hay que estudiar, es recibido en el mundo con la sorpresa sincera de que aquellos indios que intimidó Colón, al fin, entrevieron su futuro, la dimensión de su deseo. Ese colectivo puede conducirnos a una tierra para todos, a un abrazo sin reservas.
Es la enorme responsabilidad: abrir el camino. Si y si y si.
Equivocarse por el futuro es mejor que acertar por un presente de oprobio.
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