Claudio Ferrufino-Coqueugniot
“La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros a lo lejos”. El gran Neruda. El pobre Neruda. O el cabrón Neruda, tantas cosas y la belleza de un verso simple que excede a su autor y que se repetirá en boca de quienes buscan un romance o de los astrólogos que miran cabeza arriba lo insondable de aquellas luces, muchas vivas y muchas muertas. Poco somos ante la magnificencia y sin embargo escribimos.
Cuando a uno le ha ido rondando una idea en la cabeza y logra materializarla en un texto eso equivale a un parimiento. Si el escrito no progresa, carece de interlocutores por una u otra razón, la maternidad (paternidad en mi caso) se transforma en orfandad. Ni quien adopte a un escritor que ve perecer sus letras como otros ven morir sus sueños.
¿De dónde esta digresión? De saber que hay un ultimátum temporal para presentar un escrito y que lo entregado no se aceptó. Ahí el poeta tiene que dar paso al orfebre y tratar de producir una silla que aguante el peso en lugar de alegatos o exabruptos contra vida y personas. ¿Qué nos dice eso en nuestra labor de autores? Que tiene que haber un oficio, que un carpintero no puede caerse y no construir una mesa porque se dobló un clavo. Los obstáculos en la vida de quien escribe sirven para forjar un carácter, para olvidarnos del artista embelesado con su genio y convertirnos en artífices de lo concreto (sin olvidar lo otro), en proletarios de la lengua a quienes no arredran las dificultades ni nadie.
A raíz, la digresión, digo, de un texto rechazado con justificación por la prensa porque ataca a un gobierno que no se anda con minucias, que golpea, da dentelladas y devora. No estamos en Dinamarca para decir lo que, y cómo, se nos antoje. Sin embargo vale. Lo escrito está, no se pierde en un mundo felizmente tecnológico hoy, donde los interlocutores giran en la nube general ávidos de encontrar lo que fuere. Entre ellos, la multitud, los específicos a los que se dirige el texto. La palabra, sobre todo en esta era, más que una bomba de tiempo es una granada. Percutor de un revólver cargado hasta la infinitud.
Escribir por ejemplo, decía Neruda, la noche está estrellada. La noche está sangrienta, también, en una América del sur que parece no poder desgajarse de los tiranos. Si otrora fueron derecha, hoy izquierda, y la garantía que tampoco siempre la palabra tiene peso, porque la verborrea trágica de los déspotas de hoy y ayer es como una serpentina de colores, de carnaval, que pierde su tinte al primer sol.
¿Que si estrujo el jugo de la creación para llenar un vacío obligatorio en la página? Tal vez sí. Pero no considero no saber sobre qué quiero escribir cuando el río se ha revuelto. En ese caso hay que escurrirse de los rápidos y esconderse en esas pozas profundas que cavan las cascadas debajo de las piedras. Allí a pesar de lo turbio hay un ambiente de descanso proclive a la creación, no poética sino intelectual al momento.
Volvamos al sentido práctico de los problemas que surgen respecto a la escritura. Es un ejercicio indispensable para el gremio el poder escribir sobre cualquier cosa en cualquier momento. Hablo de algo que tenga sentido, por supuesto, no de la acumulación de palabras con objeto de llenar la cacerola. Tropiezo hoy con una columna rechazada, escrita a sabiendas de que lo sería. No está mal porque pertenece a mi libertad desarrollar aquello en lo que estuve pensando. Pero debo guardar cartas en la manga para no quedarme famélico, hambriento, deshidratado. Ahí aparece el oficio, lo que nos convierte, a los escritores, en labradores y albañiles. No seamos orgullosos, escribir es un trabajo, no una medalla dorada.
22/08/16
_____
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 23/08/2016
Imagen: Marc Chagall/1958
2 Comentarios
Un trabajo artesanal sin más recompensa que dialogar con otras mentes.
ResponderEliminarExcelente escrito, querido amigo
Abrazos, querido Jorge. Gracias.
Eliminar