EMANUEL MORDACINI.-
Cuando
terminaron los dibujitos me paré, fui para el patio y me puse a jugar a She-Ra.
Recuerdo que a partir de He-Man me había fanatizado con el universo mítico de
Eternia. Me juntaba con mi primo Lucas y pasaba horas jugando en el baldío de
doña Gladys, en el terreno lindante a su casa. Él siempre era He-Man y yo hacía
las veces de su novia. En realidad no sabía bien que pito tocaba She-Ra en todo
ese asunto, pero el caso es que me divertía jugando.
El
sudor, la adrenalina, las cosquillas, los temblores. Fue un huracán; el
desenlace de una placentera agonía. Me desmoroné, fallecí en pequeños sorbos,
me hice líquida. Teela se abrazó a mí mordiéndome la espalda, atemperando mis
sacudidas. Me sentí abierta de palmo a palmo. Teela besaba mis pechos; sus manos nerviosas aferradas a mis muslos, gimiendo “Sheee-Raaaa”.
Es la
ventaja de que el cable ofrezca dibujos animados de trasnoche y vuelva a sentirme el niño que ya no soy.
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