HOMERO CARVALHO OLIVA -.
Nace, la ciudad cuando uno de
nosotros no se basta a sí mismos, sino que tiene la necesidad de otros.
Platón
La ciudad: ahí sí que estaba el
centro del mundo.
Miguel
de Unamuno
Las
ciudades, imagen y semejanza de los seres humanos, encierran misterios,
alegrías y naufragios. De las muchas ciudades que visité, aprendí que son mucho
más que sus representaciones y sus imaginarios urbanos; cuando se llega a una de
ellas es mejor no preguntar adónde ir, sus habitantes están tan acostumbrados a
mirarlas que ya no ven ni sienten el cuerpo de la ciudad que recorren, creen
que las tienen en su memoria y en su imaginación y no recuerdan las estrías en
las veredas, el rumor de los árboles en los parques, el color de las flores en
las jardineras, ni perciben los secretos que ocultan las puertas entreabiertas.
Es mejor no saber nada de ellas, despojarse de las certidumbres que nos impiden
conocerlas como auténticamente son.
Si
nos atrevemos a conocerlas, debemos hacerlo sin brújula en la mano, caminando
por ellas como si estuviéramos perdidos, deambulando por sus calles, avenidas y
parques. Recorrerlas dispuestos a que las ciudades se revelen ante nuestros
ojos. Que nuestros ojos se vuelvan parte de la urbe, descubriendo edificios,
jardines y puentes, que hemos ido construyendo como si fuéramos dioses.
Asombrándonos
cuando un monumento nos hable, cuando un parque nos ofrezca una hoja amarilla
que cae lenta desde la copa del árbol, sonriéndole a la niña que juega con un
volantín y devolviendo la gentileza al anciano que, sin conocernos nos saluda,
sencillamente porque en su época todos eran conocidos. Así descubriremos que
hay ciudades bellas a toda hora, otras que lo son en la alborada, también
existen las que resplandecen al mediodía entre el bullicio de su gente, las que
salen al mundo en el crepúsculo y las que viven iluminando la noche.
Debemos
buscar en las ciudades los lugares sensoriales que la gente visita
cotidianamente, sin saber que son wakas urbanas, donde se percibe la otra
realidad, la que fluye del infinito. El centro de las ciudades, el casco viejo,
es el lugar sagrado por antonomasia, así lo entendieron los fundadores al tomar
posesión del lugar y ser habitados por este. Esos lugares sagrados son, además
de las iglesias a las que se debe ingresar sin los prejuicios religiosos (sin
pedirle nada a nadie), los cafés, que son comarcas orales en las que se
manifiesta la verdadera naturaleza humana: el diálogo; asimismo los museos que
guardan la memoria del mundo y los teatros donde la gente se vuelve persona y
muestra su verdadero rostro; así como son sagradas las plazas públicas en las
que la energía de los jóvenes se trasmite a los ancianos que acuden allí para
sentirse mejor pensando que pueden escapar del acecho de la melancolía. No
desperdiciemos la oportunidad de conversar con uno de ellos, porque ellos son
la ciudad como nosotros somos el viaje.
En
la ciudades también podemos encontrarnos a nosotros mismos, sin embargo no
debemos buscarnos en los frágiles cristales de las vitrinas, sino visitar los
mercados de viejo, en ellos hallaremos la herencia de otras ciudades y ese
legado nos dirá cómo es la ciudad que nos acoge; esas antiguallas son los
signos que revelan el carácter de sus habitantes, buscar especialmente los
libros que ya fueron leídos y los que, pese a los años, nunca fueron abiertos,
que yacen abandonados esperando que alguien les dé el soplo que los resucite;
en uno de ellos estará la ciudad escrita que es más real que la que pisamos y
estaremos nosotros con nuestros verdaderos nombres, diciendo una oración que
nosotros mismos queríamos decirnos pero no encontrábamos las palabras para
hacerlo. Hay muchos caminos para llegar a estos lugares y cuando lo hagamos,
simplemente, sintámonos cómodos y pensemos a la ciudad hasta que deje de ser la
ciudad que hemos visto y nos permita ver a todas las ciudades que la habitan:
la ciudad de los poetas, la de los guerreros, la de los filósofos, la de los
jardineros, la de los obreros, la de las madres que amamantan a las futuras
ilusiones y la de las muchedumbres que se rebelan, toda ciudad es una y es otra
y es también la ciudad que los inmigrantes y los viajeros llevan (no olvidemos que
nosotros somos la ausencia de la ciudad que llevamos), entonces su memoria será
nuestro recuerdo y lo demás vendrá por añadidura. Vendrá la poesía que es la
revelación del ser, porque donde se manifiesta la poesía se revela el ser.
Homero
Carvalho Oliva, Beni, Bolivia, 1957, escritor, poeta y
gestor cultural, ha obtenido varios premios de cuento a nivel nacional e
internacional, dos veces el Premio Nacional de Novela con Memoria de los espejos y La
maquinaria de los secretos. Su obra literaria ha sido publicada en otros
países y ha sido traducida a varios idiomas; figura en más de treinta
antologías nacionales e internacionales de cuento
como Antología del cuento boliviano contemporáneo, The
fatman from La Paz e
internacionales, como El nuevo cuento latinoamericano de Julio Ortega, México; Profundidad de la memoria de Monte
Ávila, Venezuela; Antología del
microrelato, España y Se habla
español, México; en poesía está incluido en Nueva Poesía Hispanoamericana, España; Memoria del XX Festival Internacional de
Poesía de Medellín, Colombia y
en la del Festival de Poesía de Lima,
Perú; así como en la antología Poetas del
Oriente boliviano de Pedro Shimose. Entre sus poemarios se destacan Los Reinos Dorados y El cazador de sueños, inspirados
en las tradiciones, leyendas y cosmogonías de los pueblos amazónicos de Bolivia
y Quipus en las tradiciones y
leyendas andinas. El año 2012 obtuvo
el Premio Nacional de Poesía con Inventario
Nocturno y el 2013 publicó la Antología
de Poesía Amazónica de Bolivia y la Antología
Bolivia. Tu voz habla en el viento, que reúne a 55 autores, entre ellos a 3
Premios Nobel de Literatura hablando de Bolivia. Es autor de la Antología de
poesía del siglo XX en Bolivia publicada por la prestigiosa editorial Visor de
España. Premio Feria Internacional del Libro 2016 de Santa Cruz, Bolivia.
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