Notas para una mística yerbera



PABLO CINGOLANI -.
(…) y la flora me convirtió en  poeta.
José Celestino Mutis, 1779
A la memoria fértil
de Manuel Quintín Lame


Retamas iluminan al mundo y tejen un cerco de paz a mí alrededor. Las escribo mientras cedros acuden hasta mí, hasta mis brazos. Me protegen –ellos que batallaron para proteger pueblos enteros. Me permiten recordar.
Hay queñuas que no olvidaré jamás: ya son parte de mi piel, la piel de mi memoria, esa que no se oxida. Hay queñuas que no olvidaré: las del ansía, las de la travesía. Cuando las veía a la distancia en una hondonada de la quebrada, en secreto, les agradecía.
Lapachos en flor me incitan y voy por los senderos en su busca. Los senderos se alargan, tanto como la vida, pero los lapachos me guían, los lapachos me cuidan.
Veo cactus como espejos a la distancia. Son imponentes. Guerreros que cautelan las montañas y también mis sueños. Allí, florecerán cada vez: ellos, cicatrices, rostros, recuerdos, veranos. En vano, alguien los olvidará. Ellos seguirán allí, mudos testigos del silencio. Rastros de una devoción que se enciende, al atardecer, cuando cual mástiles de abandonadas naves, se bañan altivos en ámbar que los purifica mientras en los cerros las serpientes despiertan, abren sus ojos, ansían la nieve.
Tabaquillos en danza: se agitan como adorando a la w´aka. Colibríes los cortejan, regresan, portan el aliento de los muertos, aquellos que inspiran, sacuden, viven, cantan, celebran.
Helechos, helechos que me envuelven. Vieron caminar peregrinos, hombres con fe, amigos. Helechos, helechos de Sehuencas, más allá de los rumores de La Pajcha, selva adentro. Te internas, resbalas y caes: los helechos, helechos como manos de una madre, te levantan.
Hallazgo de líquenes, andar de líquenes: memorias amarradas a las piedras, resistencia, libertad, justicia vegetal, justicia eterna. Yo estuve viendo nacimientos de líquenes. Pensé: ellos seguirán aquí cuando ya no esté. Sentí: ellos se acordarán de mí. Pude ver renacer al cosmos entre mis manos.
* * *
Apuntes de bitácora
Uñas de gato que se aferran a las arenas y guardan dentro de sí todas las huellas
Caobas que forjaron mesas, mesas tapizadas por mapas, mapas que envolvieron ilusiones, ilusiones que forjaron vidas
Bejucos y lianas que me amarran a un camino breve, breve pero feliz, donde berros y avenillas se alzan, se entrelazan, enamoran.
Arrayanes como faros del destino, refugio de poetas y lunáticos
Kantutas de Italaque, kantutas del Kollasuyu: celebran músicas secretas, lo olvidado, lo perdido, lo que hay que recuperar
Ayrampus que me curan. Ajíes que me muerden. Nogales, celebración con guitarras
Yaretas, islas colosales, compañeras del viento, bellas e inmortales
Adoración por los sauces, amparo de los vagabundos
Molle, que escondes el don y señalas atajos. Molle, molle querido, bajo tu alero, soñó justicias el Chacho
Churqui que me abrazas y me das convicción. Churqui que me gritás: ¡no te rindas así como no me rindo yo!
Hondos suspiros de oréganos, romeros, cardos: amores de fogón, contagio de alegría
Thola, vino agreste de los páramos, amiga de los chipayas, maga
Lirios, linos, limón, laurel –el laurel de Bolívar, la casa de Bogotá de donde el M-19 se robó su espada
Hinojo, garbanzo, haba, vegetales colmados de gracia
Cipreses, abedules, álamos. Nunca podrán hacerlos crecer en Marte
Achicorias y albahacas. El yin y el yang de las plantas
Rastros
En un sueño, los volcanes se derramaban sobre mí. Un ave negra y triste, así la vi, voló entre las lavas. Le pregunté: ¿es acaso el fin del mundo? No, mientras haya anises, ajos y alcachofas y tengas hambre. No cuando tengas miedo pero haya cipreses para bendecirte. No si no dudas de las virtudes de lirios y laureles, si atesoras el coraje del Itapallu. No, si hay coca, amancaya y cedrón para celebrarlo.
He visto a la flora conjurarse…
¡Oh! qué bellas son las cosas de la tierra.
No nos acordamos de nada, porque nada aprendimos nunca.
Sin embargo, hemos visto árboles viejos y rocas rojas.
Marcel Schowb, La cruzada de los niños
He visto a la flora conjurarse
He visto al último caldén
He visto los túneles vegetales del camino a Mojos
Las serranías que descienden hasta el rio Tuichi
He visto a las queñuas, agazapadas y tercas
En las faldas del volcán Sajama
He visto a las yaretas inmortales de Los Lípes
He visto a esas yaretas, espejos de desiertos inmemoriales
He visto el verdor sincero, lo tenaz de su destino
La belleza de los árboles
He visto el dolor abolirse al miedo yacer bajo su sombra
He visto niños, niños cantándoles
He visto tumbas y fiestas entre los álamos
He visto sauces y vagabundos que lloraban al despedirlos
He visto al cielo acongojarse cuando muchos mueren
He sido un cuchillo de obsidiana en una batalla en la selva y ellos me curaron
He sido una estrella peregrina; los vi alzarse detrás del filo de los montes
He sido un libro donde estaba escrita su historia
He sido una isla donde algunos se escondieron
He sido un árbol
Un árbol cerril
Un antiguo árbol
He vuelto.


Fotografía: Lorena Romina Ledesma

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1 Comentarios

  1. Prodigioso escrito. Lo leo con la actitud de un campesino de Millet.

    Un fuerte abrazo, querido Pablo.

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