Musa



ENCARNA MORÍN

Creo que has estado jugando conmigo al escondite. De vez en cuando asomas la nariz y luego vuelves a esconderte. Hoy he comprendido que mi vida sin ti no tiene mucho sentido. Te quiero, te extraño, te necesito. Quiero compartir contigo cuanto acontece a mi alrededor: lo que es visible y lo que se puede solo  observar entre líneas.

Te encaramaste en la luna de enero, cuando ella dudaba entre  volverse visible, o seguir medio escondida tras las nubes. Mientras la observaba te descubrí allí, jugando con la luna grande y hermosa, brillando con ella, guiñándome el ojo. Nadie más que yo podía verte y quise captar tu imagen en una foto. La luna de enero vuelve a salir cada noche, luminosa, brillante, bonita, redonda…pero ahora tú has vuelto a casa.

Te fuiste. Me abandonaste justo el día en que me sentía vulnerable. Quería escapar de mi propia memoria, de mis peores recuerdos, de la parte dolorosa de mi historia. Pero  yo no quería perderte. Te marchaste con ellos por un tiempo, quizá lo hiciste para que comprobara por mí misma que no puedo deshacerme de esta mochila sin correr el riesgo de que te ausentes.

Todo este tiempo que estuviste lejos,  sentía que una parte de mí se había extraviado, sin energías para salir tras de ti, pero al mismo tiempo invocándote desde mis pensamientos y mi corazón.

Hace un instante me he colocado ante la hoja en blanco, dejando a mis dedos hablar como otras veces. Por un momento, cerrando los ojos, deslizo suavemente las yemas sobre el teclado de las letras, las muevo lentamente, sintiendo en este gesto un suave cosquilleo. Respiro hondo y te percibo de nuevo por aquí. Creo que has vuelto y esta vez para quedarte un rato conmigo.

¿Recuerdas aquella tarde en que nos conocimos? Yo jugaba con las niñas de mi escuela en el patio de recreo que era un gran descampado de tierra rodeado de huertas. Nos sentamos en corro para contar historias. Cada una contaba un cuento. Cuando llegó mi turno, yo lo fui inventando sobre la marcha, agregando personajes e incluso diálogos. Capté el interés de mis amigas, les encantó mi cuento, aunque habría sido incapaz de volver a repetirlo si hubiera sido necesario. Fuiste tú quien me empujó para mezclar retazos de historias leídas o imaginadas en un intento de darle coherencia. Esa fue la primera vez en que percibí tu presencia.

 Y justo en el momento en el que tras nadar bajo el agua conteniendo la respiración, mientras luchaba por salir a la superficie, pensando en que mi vida pendía de un hilo, me acordé de ti y logré sacar la cabeza fuera, respirando a pleno pulmón. Una bocanada de aire me conectó de nuevo a la vida descubriendo en el horizonte múltiples paisajes de luz entre los que tu aliento se mezclaba con el mío.


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